Después de una larga jornada llegó Jesús a Betania, pequeña ciudad que se encontraba en el camino de Jericó a Jerusalén y muy próxima a ésta (unos tres kilómetros). Allí, como hemos visto, tenía el Señor grandes amigos y era siempre bien recibido. San Juan señala que esto ocurre seis días antes de la Pascua. Quizá, por tanto, el viernes, antes de que comenzara el descanso sabático.
Antes nos ha advertido que Jesús no subió a la Pascua tan temprano como otros peregrinos que preguntaban por Él.
Durante esta última semana, el Señor permanecerá todo el día enseñando en el Templo, pero por la tarde volverá a Betania para pasar la noche, probablemente en casa de Marta, de María y de Lázaro. Allí se encontraba bien con sus amigos.
Al día siguiente de su llegada, el sábado, le prepararon una cena en casa de Simón el leproso (Mc), quizá un discípulo a quien Jesús habría curado de esa enfermedad. Es presentado por San Marcos como una persona conocida. En aquella cena, Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con él (Jn).
Las dos familias debían de estar muy unidas. Fue ésta una comida bien cuidada, para recibir con afecto al Maestro y para que éste restaurase sus fuerzas después de llevar tantos días transitando por caminos polvorientos y comiendo lo que le ofrecían. También era un modo de agradecer la vuelta a la vida de Lázaro, que había tenido lugar pocas semanas antes. Relatan este suceso San Mateo, San Marcos y San Juan.
Era costumbre de la hospitalidad de Oriente honrar a un huésped ilustre con agua perfumada después de lavarse. Pero apenas se sentó Jesús, María tomó un frasco de alabastro que contenía una libra de perfume muy caro, de nardo puro. Se acercó por detrás al diván donde estaba recostado Jesús y ungió sus pies y los secó con sus cabellos (Jn).
No quitó el sello del frasco, sino que lo rompió (Mc) por el cuello alargado que solían tener estas vasijas, para que ya nadie lo pudiera aprovechar, y lo derramó abundantemente, hasta la última gota, primero en su cabeza (Mc) y luego en sus pies (Jn). Juan, que estaba presente, recuerda al escribir su evangelio que toda la casa se llenó de la fragancia del perfume. Jesús la dejó hacer.
María tenía preparado aquel frasco de alabastro para cuando llegara el Maestro. Quizá conocía la unción de aquella mujer en Galilea y se sintió movida a llevar a cabo algo parecido.
Jesús agradeció mucho esta acción de María. En medio de tantas sombras como se le vienen encima, este gesto debió de llegarle al corazón. Pero el gesto de María no les pareció bien a todos. Algunos de los presentes –San Juan señala expresamente a Judas– comenzaron a murmurar: ¿Para qué ha hecho este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios, y darlo a los pobres (Mc). Añade San Marcos que se irritaban contra ella. No pueden con su generosidad.
San Juan nos dice los verdaderos motivos de las críticas de Judas: Pero esto lo dijo no porque él se preocupara de los pobres, sino porque era ladrón, y, como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Judas era el que administraba el poco dinero del que disponían. Y el evangelista no vacila en escribir que era ladrón.
Jesús salió enseguida en defensa de María y anunció veladamente la proximidad de su muerte (faltaba ya menos de una semana), y hasta se vislumbraba en sus palabras que sería tan inesperada que apenas habría tiempo para embalsamar su cuerpo tal como era costumbre.
Jesús miró con afecto a María y luego se dirigió a todos:
Dejadla, ¿por qué la molestáis? Ha hecho una buena obra conmigo, pues a los pobres los tenéis siempre con vosotros, y podéis hacerles bien cuando queráis; a mí, en cambio, no siempre me tenéis. Ha hecho cuanto estaba en su mano: se ha anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura.
Aquella muestra de afecto de María dura hasta nuestros días: En verdad os digo: dondequiera que se predique el Evangelio en todo el mundo, se contará también lo que ella ha hecho, para memoria suya.
Este suceso determinó en buena medida el modo en que se desarrollaron los acontecimientos posteriores. Judas debió de sentirse herido por las palabras del Maestro y por el elogio que hizo de María. Todos sus rencores se pusieron de pie. Decidió ir aquella noche a los príncipes de los sacerdotes, y les ofreció entregar a Jesús. Ellos se alegraron y le prometieron dinero. Desde aquel momento buscaba cómo podría entregarlo en un momento oportuno (Mc).
La resurrección de Lázaro había tenido una gran resonancia en toda Judea. Por eso, muchos (Jerusalén estaba repleta ya de peregrinos) se acercaron a Betania, no sólo para ver a Jesús, sino también por Lázaro. Eran incontables los que habían pasado ya por allí, y muchas debieron ser las explicaciones que dieron Marta y María, y hasta el propio Lázaro.
Por eso, los príncipes de los sacerdotes decidieron también dar muerte a Lázaro, pues muchos por su causa se apartaban de los judíos y creían en Jesús (Jn).
Lázaro era un testimonio vivo de la divinidad de Jesús.
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Ver en Wikipedia
Vida de Jesús (Fco Fz Carvajal)