Desde allí Moisés contempló la Tierra Prometida
“Y subió Moisés de la llanura de Moab a la montaña de Nebó, en la cumbre del Pisgá, situado frente a Jericó; y Yahvé le mostró toda la Tierra Prometida….” (Dt. 34, 1)
Moisés ha cumplido ya la difícil misión de llevar a su pueblo a la Tierra Prometida después de una larga y dolorosa travesía, pero no le será dado pisarla con sus pies, solo podrá contemplarla desde lejos, desde la cima del Monte Nebo.
Con esta visión de la Tierra Prometida murió Moisés y aquí fue enterrado según la tradición bíblica. La visita al Monte Nebo es una agradable excursión desde Madaba, la ciudad de los mosaicos, que está a quince minutos en coche. Aquí se construyó la iglesia en conmemoración de Moisés, aunque los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre la localización exacta de la tumba.
Una monja hispano-romana, Etheria, fue la primera en informar sobre su existencia en el año 393 d.C. Después se convirtió en un gran monasterio bizantino. Hacia 1930 los franciscanos, custodios de Tierra Santa, compraron el lugar y se iniciaron las excavaciones y la restauración.
El principal edificio abierto al público es la basílica construida en la segunda mitad del siglo VI. Y lo más notable es el gran mosaico del pavimento, de 9 por 3 metros, una obra de arte que se conserva en bastante buen estado y que representa escenas de caza, elaboración de vino, y animales. Hay más mosaicos colgados de las paredes del nuevo edificio construido para proteger el santuario antiguo. Hay un nuevo y pequeño santuario que alberga a la comunidad franciscana y a un equipo de arqueólogos.
En el complejo hay poco más que ver, el antiguo santuario, en ruinas, se conserva bastante mal. Pero lo más impresionante es el espectáculo que se puede contemplar y disfrutar desde el mirador situado en frente del monasterio, y desde donde según la Biblia, Moisés contempló la Tierra Prometida.
Bajo el cielo azul, sin nubes, se extiende ante los maravillados ojos del observador un panorama único. Como un lago de plata líquida brilla el Mar Muerto, el lago salado, y hacia el oeste la cadena de montañas calcáreas de color blanco pardusco de las tierras de Judá, donde sobresalen, y si el día es limpio se pueden ver bien, las cumbres de los montes de Jerusalén y Belén. Hacia el norte, en la lejanía la meseta de Samaria y Galilea, y las cumbres del Hermón, cubiertas de nieve según la época. A los pies del Monte Nebo estrechas cañadas que se prolongan por la depresión del Jordán, y en su lado occidental una pequeña mancha verde: es el oasis de Jericó. Es el paisaje bíblico por excelencia, y con esta visión de Palestina acabó Moisés su vida.
En las proximidades del mirador hay un memorial de bronce que representa la muerte y el sufrimiento de Jesús en la cruz. Una serpiente se enrosca a su alrededor y simboliza la serpiente levantada por Moisés en el desierto. Dijo Jesús: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para todo el que crea tenga por Él vida eterna” (Juan, 3:14-15).