"Era una sinagoga preciosa. Las paredes estaban decoradas con frescos hermosos de color rojo, amarillo, verde, colores bellísimos. El suelo estaba decorado con un mosaico y había seis columnas que sostenían el techo, era muy grande. Tenía bancos pegados a las paredes. ¿Para qué? Para que la comunidad que iba allí pudiera aprender, estudiar. Se sentaban a lo largo de estos bancos y escuchaban a los rabinos”.
Esta sinagoga tiene un significado muy especial no solo para los cristianos. Para los judíos es la demostración de la unidad que existía entre Jerusalén y las comunidades más alejadas.
La prueba es la devoción que sentían por el Templo, atestiguada por la pieza más valiosa de las excavaciones. Esta piedra donde seguramente los rabinos apoyarían los textos sagrados que iban a explicar.
En ella está tallada la Menorá, el candelabro de siete brazos que estaba en el lugar más sagrado del Templo de Jerusalén.
"La persona que la hizo vio el templo de Jerusalén, lo conocía de primera mano, no por una historia que le habría contado un abuelo suyo. Hasta el momento es la primera pieza que encontramos con estas características. No se trata por tanto de algo importante desde el punto de vista artístico sino espiritual”.
Lo más curioso de todo es que esta excavación dirigida por la Autoridad de Antigüedades de Israel comenzó por casualidad. En esta zona los Legionarios de Cristo iban a construir un centro de atención a peregrinos. Al hacer las excavaciones previas se encontraron con la antigua ciudad de Magdala y tuvieron que modificar el proyecto original.
Ahora, por primera vez la piedra está expuesta al público en el lugar que pocos hubieran imaginado: el Vaticano. Se trata de un gesto sin precedentes que quiere demostrar la sintonía y el diálogo que existe entre los cristianos y, como dijo Juan Pablo II, sus "hermanos mayores en la fe”.