"Ninguna condición humana puede constituir motivo de exclusión del corazón del Padre. El único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de abandonarse en sus manos."
«Ninguna condición humana puede constituir motivo de exclusión del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de abandonarse en sus manos». Cuidado con la «tentación de considerar la religión como inversión humana y, como consecuencia, ponerse a ‘negociar’ con Dios buscando el propio interés». Papa Francisco subrayó estas ideas durante el Ángelus de hoy en la Plaza San Pedro.
La narración evangélica de la liturgia de hoy «nos conduce todavía, como el domingo pasado, a la sinagoga de Nazaret, la aldea de Galilea en la que Jesús creció en familia y era conocido por todos», comenzó el Pontífice; «Él, que desde hace poco tiempo se había ido para comenzar su vida pública, vuelve ahora por primera vez y se presenta a la comunidad, reunida el sábado en la sinagoga. Lee el pasaje del profeta Isaías que habla de futuro Mesías y declara: ‘Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír’».
Los compatriotas de Jesús, continuó Bergoglio, «primero sorprendidos y admirados, después comienzan a murmurar entre ellos y a decir: ‘¿Por qué este, que pretende ser el Consagrado del Señor, no repite aquí, en su pueblo, los prodigios que se dice que hizo en Cafarnaum y en los pueblos cercanos?’ Entonces Jesús afirma: ‘Nadie es profeta en su patria’, y cita a los grandes profetas del pasado Elías y Eliseo, que llevan a cabo milagros a favor de los paganos para denunciar la incredulidad de su pueblo». Entonces, continuó Francisco, «los presentes se sienten ofendidos, se levantan indignados, expulsan a Jesús y les gustaría arrojarlo al precipicio. Pero Él, con la fuerza de su paz, ‘pasando entre ellos, se puso en camino’. Su hora todavía no ha llegado».
El Papa explicó que este pasaje del Evangelista Lucas no es «simplemente la narración de una discusión entre paisanos, como a veces sucede, incluso en nuestros barrios, suscitada por envidias y por celos, sino que saca a la luz una tentación a la cual el hombre religioso está siempre expuesto, y de la cual es necesario tomar decididamente las distancias: la tentación de considerar la religión como una investidura humana y, en consecuencia, ponerse a ‘negociar’ con Dios buscando el propio interés». En la «verdadera» religión, subrayó el Papa, «se trata, por el contrario, de acoger la revelación de un Dios que es Padre y que se preocupa de cada una de sus criaturas, también de aquella más pequeña e insignificante a los ojos de los hombres». Es por ello que en esto consiste el «ministerio profético de Jesús, en el anuncio de que ninguna condición humana puede constituir motivo de exclusión del corazón del Padre, y que el único privilegio a los ojos de Dios es aquel de no tener privilegios, de abandonarse en sus manos».
«‘Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír’. El ‘hoy’ proclamado por Cristo ese día —indicó el Pontífice— vale para cualquier tiempo; resuena también para nosotros en esta plaza, recordándonos la actualidad y la necesidad de la salvación traída por Jesús a la humanidad». «Dios —continuó— viene al encuentro de los hombres y las mujeres de todos los tiempos y lugares en las situaciones concretas en cuales estos estén. También viene a nuestro encuentro»; y siempre es Él «quien da el primer paso: viene a visitarnos con su misericordia, a levantarnos del polvo de nuestros pecados; viene a extendernos la mano para hacernos alzar del abismo en el que nos ha hecho caer nuestro orgullo, y nos invita a acoger la consolante verdad del Evangelio y a caminar por los caminos del bien».
Después un último pensamiento y una invocación a la Virgen: «Ciertamente ese día, en la sinagoga de Nazaret, estaba también María, laMadre. Podemos imaginar las palpitaciones de su corazón, una anticipación de lo que sufrirá en la Cruz, viendo a Jesús admirado primero y después desafiado, insultado y amenazado de muerte. En su corazón, lleno de fe, ella custodiaba cada cosa. Que ella nos ayude a convertirnos de un dios de los milagros al milagro de Dios, que es Jesucristo».
Después de la oración mariana del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos y en especial a los chicos y chicas de Acción Católica (AC) de la diócesis de Roma, que estaban en la Plaza San Pedro por la «Caravana de la Paz». Dos de ellos se asomaron con él desde la ventana del estudio para leer su mensaje, dedicado a finales de enero al tema de la Paz: «¡Ahora entiendo por qué había tanto lío en la plaza!», bromeó el Pontífice con ellos. «Queridos chicos —les dijo Francisco—, también este año, acompañados por el cardenal vicario y sus asistentes, vinieron al final de su caravana de la paz. Este año su testimonio de paz, animado por la fe en Jesús, será aún más alegre y consiente porque se ha enriquecido con el gesto que acaban de hacer de pasar por la puerta santa. ¡Les animo a que sean instrumento de paz y misericordia entre sus coetáneos!»