Los datos sobre la presentación de Nuestra Señora en el Templo de Jerusalén se incorporaron a la tradición cristiana a través de los evangelios apócrifos, que a su vez deben apoyarse en un relato más antiguo. A partir del siglo V los Santos Padres hacen referencia a este acontecimiento, y después los teólogos, santos y oradores sagrados lo han comentado de muchas maneras.
El pueblo cristiano pronto hizo suya esta fiesta. En Oriente parece que se conmemoraba desde el siglo VI en algunos puntos de forma particular, hasta que en 1143 Miguel Comneno la declaró obligatoria para todo su imperio.
Lo más importante y lo que es necesario destacar en esta fiesta es la consagración de la Virgen al Señor desde su infancia. "Mis obras son para el Rey", dice el introito de la misa de este día. Todas las obras de Nuestra Señora fueron siempre para el Rey, puesto que sabemos que desde el primer instante de su concepción inmaculada estaba llena de gracia.
Y todos estos años de su vida, hasta el momento de su matrimonio con José, fueron una preparación, en la soledad y el recogimiento, para algo que Ella aún no sabía, pero que Dios tenía preparado desde toda la eternidad.
María amaba el silencio, como sabemos por el testimonio de San Lucas ("guardaba todas las cosas en su corazón") y durante este tiempo dispuso silenciosamente su alma para cumplir siempre la voluntad del Señor.
"María, se consagró a Dios, escribe F. William porque su vida en Dios despertaba en su alma un anhelo que se apoderaba de ella por completo: el de pertenecer a Dios de tal manera, que no quedase libre ni un átomo de su ser.
Este anhelo, que ya se prendió en su alma cuan do empezó a ser consciente, se fue desarrollando con más rapidez que ella misma. Como el murmurar de una fuente es siempre el mismo, y el mismo el silbido del viento, como el fuego lanza su llama sin cesar a las alturas, así los sentimientos y aspiraciones de María eran siempre los mismos y estaban dirigidos a Dios únicamente."
María se presentó ciertamente a Dios en su niñez, y ante su acatamiento puso su alma en la postura de humilde disponibilidad, que fue la característica constante de su vida, y que ella misma resumió en una frase cuyo contenido no se agotará jamás por mucho que se medite: "He aquí la esclava del Señor".
Por ser éste el sentido de la fiesta de la Presentación de Nuestra Señora, se considera especialmente dedicada a las almas consagradas a Dios en la vida religiosa, y muchas órdenes renuevan sus votos en este día.
Sin embargo, debe ser también la fiesta de todos los cristianos, porque ninguno, si quiere serlo de veras, podrá escaparse a la obligación de presentarse ante Dios humildemente y ponerse en sus manos para que Él disponga de su vida libremente.
La Presentación de Nuestra Señora es la fiesta de la entrega voluntaria a Dios, es la fiesta de los que aspiran de verdad a renunciar a su voluntad para hacer solamente la del Señor.
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