Parentalia, se llamaba la celebración dedicada a los muertos en la Antigua Roma. Se tenía del 13 al 21 de febrero.
Estas fiestas se realizaban en las domus (casa, hogar). De hecho, los romanos estaban muy ligados al culto de los Lares, es decir, divinidades vinculadas al culto doméstico.
En el atrio de sus casas se colocaba un edículo o pequeño altar de mampostería, que solían adornar con flores.
La Parentalia terminaba el 21 de febrero con la Feralia, y esta fiesta si era de carácter más bien público que doméstico.
Como recuerda Ovidio en el segundo libro de los Fastos, el término Feralia estaba relacionado etimológicamente con la costumbre de “llevar” (en latín: fero) regalos a los muertos.
En la Feralia los ciudadanos romanos llevaban ofrendas a las tumbas de sus antepasados fallecidos que consistían en: una vasija de barro, guirnaldas de flores, espigas de trigo, una pizca de sal, pan empapado en vino y violetas disueltas.
Ovidio narra que una vez que los romanos se negaron a celebrar la Feralia porque estaban involucrados en una guerra, los espíritus de los muertos habían salido de las tumbas, gritando y vagando por las calles enojados. Después de este incidente, se prescribieron ceremonias restaurativas y las horribles manifestaciones cesaron por error.
El día de la Feralia, justamente como la palabra lo dice es “feriado”. En ese día los templos permanecían cerrados, los magistrados no llevaban toga y no se celebraban bodas.
Quizás más tarde tomaron de estas usanzas los Primeros Cristianos, con los “Refrigerium”, el “banquete” dedicado al difunto. Con el propósito de la familia de recordar a la persona desaparecida que, en la creencia común, estaba presente en el mismo banquete.
Quizá sea importante compartir esta tradición de la Antigua Roma y ver que no se diferencian mucho de las tradiciones de nuestros días. Ahí tenemos los famosos altares dedicados a los muertos en México o el feriado que muchos países tienen el 2 de noviembre para que puedan visitar a sus familiares difuntos.