La cena pascual de los judíoses una comida muy completa: consistía en verduras amargas, cordero asado y pan ácimo, seguramente acompañado de un poco de vino y, desde luego, agua. Excelente aporte de azúcares, aminoácidos, grasas, fibra, minerales y vitaminas, muy adecuada para cubrir las demandas de nutrientes que su organismo iba a necesitar en las siguientes doce horas de agonía y dolor.
Es muy posible que la absorción de glucosa, grasas, aminoácidos y otros nutrientes estuviera seriamente comprometida por la fuerte descarga nerviosa de stress que soportaría poco después, provocando vasoconstricción sobre los vasos del tracto gastrointestinal, de manera que la digestión y la absorción de nutrientes no pudiera realizarse con normalidad.
El alimento en el estómago pudo haber causado una cierta sensación grata de llenado gástrico. Pero no es menos cierto que también, como consecuencia de los múltiples acciones extremadamente dolorosas y violentas que experimentaría después, se produjeran mareos y naúseas -causados por la pérdida abundante de sangre, sensación de desorientación por empujones, golpes en la cabeza, permanecer de pie durante mucho tiempo- y vómitos, que pudieran haber impregnado la ropa, con el olor consiguiente, aumentando más la penuria y postración del Hijo de Dios.
En la cena pascual, Jesús instituye el sacramento de la Eucaristía, momento de gran tensión emocional para Jesús. Judas consuma su traición. Y Jesús conoce, y anuncia, la cercana triple negación de Pedro y la huida, por miedo, de los demás discípulos. Las palabras de Jesús son fuertes y vehementes:“Ardientemente he deseado celebrar esta pascua” (Lc 22, 14). El estado psíquico de Jesús es de gran emoción, angustia, tristeza y, al mismo tiempo, gozo de quien sabe que está a punto de consumar la Redención.
Acabada la cena, partió con sus discípulos al Getsemaní, el Huerto de los Olivos. Dice el Evangelio, que estando allí, “Jesús entró en agonía” (Lc 22, 44): Es la única ocasión en los evangelios en que aparece la palabra agonía, palabra griega que significa “estar dispuesto para el combate, para la lucha”. Jesús agoniza en el sentido de estar dispuesto o preparado para sufrir todo el cúmulo de tormentos –físicos, psicológicos y morales- que Él sabe perfectamente que están a punto de venir, y que culminarán con la muerte en la Cruz.
Podemos imaginar la profunda angustia y abatimiento de Jesús: soledad, tristeza, desconsuelo, gran aflicción. Su naturaleza humana rechaza la pasión: “Si es posible aparta de mí este cáliz” (Lc 22,39), pero acepta la voluntad del Padre. Un ángel le conforta.
En este momento se produjo una intensa descarga nerviosa vegetativa, llamada reacción de alarma o stress, que cursa con una fuerte constricción de los vasos sanguíneos cutáneos, provocando debilidad y ablandamiento de la piel, y vasos abdominales, reconduciendo el flujo sanguíneo a los órganos vitales: corazón y cerebro. Esta descarga nerviosa también produce una gran dilatación de los vasos sanguíneos que rodean las glándulas sudoríparas. Comienza entonces una intensa sudoración que empaparía la ropa de Jesús y al evaporarse causaría una terrible y constante sensación de frío, intensificada por la noche.
El efecto vasodilatador debió de ser incrementado por la liberación glandular a sangre del enzima formador de bradiquinina. Es una enzima que, al actuar sobre una globulina plasmática, da lugar a la formación de bradiquinina, provocando una fuerte acción vasodilatadora adicional. La liberación debradiquinina equivale a una mayor sudoración y por tanto a un mayor enfriamiento al evaporarse el sudor. Es posible que la ropa permaneciera mojada de sudor durante toda la Pasión, lo que podría haber causado una sensación de frío constante.
El grandísimo volumen de sangre que tendrían que soportar los capilares que rodeaban las glándulas sudoríparas debido a la gran vasodilatación, sumado al flujo proveniente de grandes áreas abdominales y superficiales, con el efecto adicional de la bradiquinina, supuso un aumento de presión sanguínea que los pequeños vasos no pudieron soportar, provocando su ruptura.
La sangre de las pequeñas pero numerosas hemorragias locales podría haber salido por capilaridad a través de los propios conductos sudoríparos, especialmente en la cara, frente, palma de las manos y pies, quizá también en la cabeza y cuello, lugares en los que existe una abundante población de glándulas sudoríparas. Se habría vertido hacia el exterior una mezcla de sudor y sangre.
San Lucas, médico, escribe en su evangelio que Jesús sudó sangre (Lc 22, 44) y que la sangre empapó la tierra del suelo del Huerto. Describe una hematidrosis, situación extremadamente rara que se ha descrito en personas sometidas a una fortísima situación de stress en las horas previas a una ejecución cierta, irrevocable y extremadamente cruel.
Posiblemente la pérdida de sangre a causa de la hematidrosis no fuera muy relevante cara al comienzo de un shock hipovolémico (coma provocado por pérdidas importantes de líquido), pero desde luego, no puede de dejar de tenerse en cuenta, especialmente como indicadora de debilidad cutánea y del tremendo shock emocional y psíquico al que estaba sometida la naturaleza humana de Jesús.
Puesto que San Lucas escribe sobre sangre que empapa el suelo, parece que se confirma el diagnóstico de hematidrosis, más que el de cromohidrosis (“agua o sudor coloreado”), que consiste en una sudoración amarillo-verdosa o marrón, compuesta por sudor y restos de glóbulos rojos y hemoglobina oxidada que colorea el sudor. En el Huerto de los Olivos se produjo, pues, la primera hemorragia de la Pasión de Jesús, sin que ningún agente externo mecánico o traumático actuara sobre su cuerpo.
Los mecanismos fisiológicos que acompañan la situación de angustia provocan una dramática elevación de las concentraciones en sangre de adrenalina, noradrenalina, sustancias químicas que dan lugar a una agotadora y extrema taquicardia. También aumentan en sangre el cortisol yglucagón, con aumento de azúcar en sangre, y una bajada de insulina.
Otros efectos de la fuerte situación de stress son: midriasis (contracción pupilar), aceleración del ritmo respiratorio, e hipercortisolemia, que contribuye a la hiperglucemia. La pérdida de agua por sudoración abundante y por la hematidrosis, así como la alta concentración de azúcar en sangre, debieron provocar una sed ardiente, y la aparición de heridas en la mucosa bucal y lingual. Jesús padecería escalofríos y temblores por el frío de la noche y de la ropa empapada por un intenso volumen de sudor enfriado, sumado a la debilidad por el insomnio. No se puede descartar, por otra parte, el comienzo de alteraciones en la coagulación y sistema inmune de Jesús, como un aumento de la agregación plaquetaria y activación de mastocitos tisulares y basófilos circulantes.
La intensa descarga del sistema nervioso pudo producir encefalinas, que junto con las endorfinas y dinorfinas de diversas procedencias, pudieron contribuir a aliviar ligeramente el dolor físico posterior, pues estas sustancias bloquean parte de la vía sensorial termoalgésica y otras áreas supramedulares implicadas en el control endógeno del dolor.
Por la misma descarga nerviosa se pudo haber producido un erizado de los cabellos de la cabeza, a causa de la fuerte contracción de los músculos piloerectores, cuya función se relaciona con procesos termorreguladores conservadores de calor corporal, en la medida que favorecen que se atrapen capas de aire caliente próximas a la piel. Pudo ser también muy posible que la fuerte constricción de los vasos de los folículos pilosos originara isquemia(falta de oxígeno) y pérdida de cabello. Se han descrito casos de pérdida muy grande de pelo como consecuencia de un trance angustioso de gran terror y espanto.
Podemos imaginar el terror de los discípulos al ver el aspecto externo de Jesús que se desprende indudablemente de la hematidrosis: el rostro pálido, lívido, quizás con el cabello erizado, sudoroso, con manchas de sangre visibles en la frente y en la cara, en la negrura de una noche llena de presagios terroríficos y que comienza a iluminarse con luces irregulares procedentes de antorchas de gente que llega: no extraña el espanto de aquellos pobres hombres, medio dormidos, que salen corriendo.
Judas, su amigo, le entrega con un beso. Más dolor y aflicción por la traición de uno de sus elegidos, a quien en el momento de la entrega llama amigo.
Santiago Santidrián
Catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra