De todas las figuras que estos días adornan nuestros belenes hay una que tiene particular importancia. No es una figura humana, ni angélica ni tampoco animal; y, sin embargo, no suele faltar en ninguna representación. Me refiero a la estrella de Belén, aquella que guió a los Magos desde lejos (“vimos su estrella en el Oriente”) y que, reaparecida ante sus ojos, les guió “hasta pararse sobre el lugar donde estaba el Niño” (Mt 2,9).
Me ha parecido interesante dedicarle un artículo en esta serie porque ha sido protagonista indiscutible de cientos de relatos navideños, y porque los Magos –como indica S. Mateo- “al ver de nuevo la estrella se llenaron de inmensa alegría” (Mt 2, 11). Sin duda, la mejor parábola para explicar la vocación que Dios dirige a cada hombre para que encuentre su camino hacia Él.
La primera escena que recojo hoy recuerda el momento en que los tres Magos se encontraron en el desierto. Algunos filmes han supuesto que los tres sabios partieron de un mismo punto, pero el Evangelio no dice nada al respecto, por lo que es lícito suponer –es también lo más lógico- que iniciaran el trayecto desde lugares muy diversos y se encontraran en algún momento, siguiendo a la misma estrella. Así lo refleja Zeffirelli en Jesús de Nazaret (1977).
Ben Hur (1959) es, muy probablemente, el filme que más importancia ha concedido a la estrella en el viaje de los Magos. La secuencia en que esto se visualiza es larga y solemne, subrayada también por una poderosa banda musical. Aquí recojo sólo el tramo final, donde vemos –en fases sucesivas- cómo la luz de la estrella atrae las miradas de los lugareños de Belén, en primer lugar; de los Magos montados en sus camellos, a continuación; y de los pastores mientras cuidabana sus rebaños, por último. Como remate, la luz se detiene sobre la gruta y se hace allí fuerte y luminosa. Antes, en el retrato de los Magos vistos de perfil, hemos podido observar la diversidad de origen: Egipto, Persia y África, por el tocado de sus cabezas, parecen estar ahí reflejados. Lo cual sigue punto por punto la suposición popular desde hace siglos.
La estrella es también figura importante en La historia más grande jamás contada (1965). Una fotografía muy cuidada ilumina el camino de los Magos por la noche de Belén. Vemos todo en contraluz, con los Magos de espaldas avanzando hacia la estrella y quedando ésta en lugar destacado de la composición. Un nuevo juego de luces nos sorprende al llegar a la gruta: las tonalidades frías y azuladas del exterior contrastan con los tonos cálidos y rojizos del interior, donde brilla la Luz. Es el recuerdo simbólico del texto que acabamos de escuchar en off: “La vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron” (Jn 1, 4-5).
Finalmente, el paso al interior de la gruta nos lleva, como de la mano, al interior de la mente de María. Ella, que “conservaba todas estas cosas en su corazón” (Lc 2, 19), recuerda en ese instante lo que le había dicho el Ángel en la Anunciación: “Será grande, y se llamará Hijo del Altísimo. Y el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre. Y su reino no tendrá fin”.