La figura de Verónica no apareció hasta el siglo VII en relatos relacionados con el Nuevo Testamento y el período que lo comprende.
También se la ha confundido a menudo con otro personaje citado en el evangelio apócrifo de Nicomedes (siglo V), de nombre Berenice, quien fue sanada de sus hemorragias por Cristo y cuyo nombre tiene la misma etimología que Verónica.
A partir del siglo XV, Verónica llegó a ser tan popular que los fieles comenzaron a sentir por ella una verdadera devoción, hasta el punto de incorporarla en el relato de la Pasión y convertirse naturalmente en una figura tradicional del Viacrucis.
Si su historia es legendaria, también lo es su nombre. Mencionada en sus orígenes bajo el término de “mujer piadosa de Jerusalén”, pasó a tener luego el nombre de “Verónica” para facilitar su denominación.
Un nombre que nos recuerda el episodio del velo, ya que Verónica significa en griego “verdadero icono” (vera icona).
En la iconografía cristiana, santa Verónica es representada generalmente sosteniendo el velo en el que se imprimió el rostro de Cristo.
Son muchas las reliquias de este velo que se han reclamado en el mundo, pero la que se considera más auténtica se conserva ahora en la Basílica de San Pedro en Roma.
Fue mencionada por el papa Sergio IV en el año 1011 y nuevamente en 1200 por el papa Inocencio III.
Algunos historiadores, por el contrario, ven en el velo de Manoppello (Italia) el verdadero velo de Verónica. Este habría llegado a Manoppello en 1506 llevado por un peregrino que lo habría dado a un tal Leonelli antes de desaparecer.
Luego permaneció un siglo en manos de sus descendientes y se vendió a un notario antes de ser cedido al monasterio de los capuchinos en 1638, donde ha permanecido hasta hoy en día.
Si bien no se ha demostrado la existencia de santa Verónica, su figura, celebrada cada año el 4 de febrero, lleva consigo un mensaje altamente simbólico.
Ella es quien se acercó a Cristo en los peores instantes de su existencia. De este modo, se invita a los cristianos a ver en ella un modelo, para acercarse cada día más a los débiles y desafortunados.
Porque como dice el Evangelio: “Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me disteis alojamiento; necesité ropa, y me vestisteis; estuve enfermo, y me atendisteis; estuve en la cárcel, y me visitasteis.” (Mateo 25: 35-36).
Fuente: aleteia.org