Durante la homilía de la misa por el centenario del genocidio armenio, el Papa Francisco reflexionó sobre el impacto del mal en el corazón del hombre. Y luego, en el “Regina Coeli”, aseguró que la respuesta es la misericordia.
El pontífice separó hoy su mensaje al pueblo armenio por la matanza de 1915, que pronunció antes de la celebración eucarística en la Basílica de San Pedro, del sermón que se centró en las lecturas litúrgicas, correspondientes al II domingo de Pascua y a la fiesta de la Divina Misericordia.
“Ante los trágicos acontecimientos de la historia humana, nos sentimos a veces abatidos y nos preguntamos: ¿Por qué? ¿Cómo podemos salvar estos abismos? Para nosotros es imposible; sólo Dios puede colmar estos vacíos que el mal abre en nuestro corazón y en nuestra historia”, dijo en la homilía de la mañana.
Apuntó que sólo Jesús puede llenar el abismo del pecado con “el abismo de su misericordia”. Sostuvo que los santos enseñan que el mundo se cambia a partir de la conversión de los corazones de las personas y que eso es posible gracias a la misericordia de Dios.
“Por eso, ante mis pecados o ante las grandes tragedias del mundo, me remorderá mi conciencia pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. Él, en efecto, fue traspasado por nuestras rebeliones. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo?”, insistió.
Más tarde, al mediodía, Jorge Mario Bergoglio se asomó a la ventana de su estudio personal del Palacio Apostólico del Vaticano para la oración mariana del “Regina Coeli” (Reina del cielo). La Plaza de San Pedro estaba repleta. En su mensaje evocó el pasaje bíblico que cuenta cómo Tomás dudó de la primera aparición de Jesús a los discípulos después de muerto, en la cual estuvo ausente.
“Tomás no es uno que se contentó y busca, pretende verificar en persona, cumplir una propia experiencia personal. Tras las iniciales resistencias e inquietudes, al final llega también él a creer, aunque avanzando con fatiga. Jesús lo espera pacientemente y se ofrece él ante las dificultades y las inseguridades del último llegado. El señor proclama ‘felices’ los que creen sin ver, pero va al encuentro también de la exigencia del discípulo incrédulo”, explicó.
“Al contacto salvador con las llagas del resucitado, Tomás manifiesta las propias heridas, las propias laceraciones, la propia humillación; en el signo de los clavos encuentra la prueba decisiva que era amado, esperado, comprendido. Se encuentra frente a un mesías lleno de dulzura, de misericordia, de ternura. Era lo que el señor buscaba en las profundidades secretas del propio ser, porque había siempre sabido que era así. Recuperado el contacto personal con la amabilidad y la misericordiosa paciencia de Cristo, Tomás comprende el significado profundo de la resurrección e, íntimamente transformado, declara su fe plena y total en él exclamando: ¡Mi señor y mi Dios”, añadió.
El Papa agregó que en la llagas de Jesús se puede descubrir la misericordia divina, que supera todo límite y resplandece sobre la oscuridad del mal y del pecado. Entonces recordó el Jubileo Extraordinario dedicado justamente a la misericordia y que él convocó de manera formal la víspera, al promulgar la bula “Misericordiae Vultus”.
Entonces precisó: “El rostro de la misericordia es Jesucristo. Tengamos la mirada siempre dirigida a él. Que él siempre nos busca, nos espera, nos perdona, tan misericordioso es. No le dan miedo nuestras miserias, en sus llagas nos cura y perdona todos nuestros pecados”.
Al finalizar, saludó a los fieles de las Iglesias de Oriente que, según su calendario, celebran este día la Pascua. En uno de sus gestos típicos pidió a todos los presentes sumarse a esa fiesta con un aplauso, queresonó en la plaza.
Agradeció los mensajes de felicitación por la Pascua que le llegaron de todas partes del mundo. “Con gratitud los devuelvo todos”, exclamó, antes de concluir con su frase de rito: “¡Y continúen rezando por mí!”.