La irrupción del cristianismo en el imperio romano

 

La aparición del cristianismo como fenómeno social

 

En el año 313 después de Cristo, el emperador romano de occidente, Constantino el Grande, y su homólogo de Oriente, Licinio, firmaron el Edicto de Milán, también llamado por la historiografía Edicto de Constantino o Acuerdos de Milán. Estas disposiciones imperiales otorgaban a la religión cristiana el carácter de religio licita, poniendo fin a las periódicas persecuciones contra los cristianos.

 

Cincuenta años más tarde, en el 380, Teodosio, emperador romano de oriente y occidente, por el decreto Cunctos populos o Edicto de Tesalónica, erigirá la religión cristiana como religión oficial del imperio romano y empezará una persecución implacable de los cultos paganos.

 

¿Cómo fue posible la expansión de un pequeño movimiento mesiánico nacido en los confines del Imperio romano, hasta llegar a convertirse en la religión dominante de la civilización occidental?

La irrupción del cristianismo en el imperio romano supuso una novedad respecto a los cultos antiguos y tradicionales. La religión en Roma se encontraba al servicio del estado que ejercía un control total sobre ella. De hecho, el emperador era el Pontifex Maximus y la religión formaba parte del ius publicum.

Los emperadores romanos, hombres prácticos y supersticiosos a la vez, fueron incorporando a la religión romana los cultos de los pueblos conquistados, logrando dos objetivos: no herir la sensibilidad de los recién conquistados y ganarse el favor de sus dioses (la pax deorum).

En ese sentido, el pantheon quedará como edificio emblemático donde cualquier ciudadano romano de cualquier lugar del imperio podría encontrar reconocido su culto particular.

La única novedad que incluyó el imperio respecto a los cultos ya existentes, fue la instauración del culto al emperador divinizado como culto por encima de todos los cultos y expresión de su dominio sobre los pueblos conquistados.

En las ciudades del Imperio todas las festividades cívicas tenían su celebración religiosa que se encontraba perfectamente descrita tanto en el ceremonial, como en la participación obligatoria de ministros y pueblo. Los únicos cultos perseguidos eran los que podían causar desorden social como los cultos a Baco o a Dionisio que eran propicios a los excesos.

De alguna manera, la religión ordenaba la ciudad, tenía una función social y además aseguraba la protección de los dioses sobre ella. La religión era una institución pública, algo de la comunidad, no del individuo. No se concebía como un hecho o sentimiento individual y menos como un sentimiento universal. La religión era una cuestión de estado y su práctica un óptimo medio de gobierno y de educación de los ciudadanos.

Otra característica de las religiones antiguas era su carácter nacional o urbano. A nadie se le consentía adoptar otra religión fuera de la de su nación. Es decir, cada ciudad independiente, o cada pueblo, etnia o nación tenía su propia religión, con sus propios dioses (aunque unos fueran trasuntos de otros) y no trataban de extender ese culto, imponerlo, o rivalizar con los cultos extranjeros.

De hecho, la muerte de Sócrates viene motivada por la acusación de querer importar deidades nuevas. Es más, en el caso de las grandes metrópolis del Imperio, Roma o Atenas (el famoso altar al dios desconocido), los distintos cultos convivían y eran bien recibidos. Se vivía una cierta tolerancia universal en el tema religioso cuanto no un sincretismo claro.

La libertad religiosa consistía en la posibilidad de participar en los ritos de las religiones nacionales, pero no era un derecho de la conciencia individual; como expresaba Cicerón en el De legibus: “Nadie tendrá dioses separadamente; y no se rinda culto privadamente a nuevos ni extranjeros, sino a los públicamente admitidos”.

Este sistema se rompe con la llegada del cristianismo. La nova religió (que por lo tanto carecía de una respetable tradición) presenta dos características inauditas: es proselitista y es intolerante. Nos encontramos por primera vez con una religión que se cree poseedora de la verdad y que tiene un sentido ecuménico, universal. Los cristianos son proselitistas, pretenden extender su culto y además su creencia no se encuentra ligada a una raza, nación o ciudad.

Además, no toleran otros cultos, puesto que los consideran falsos, introduciendo el concepto de herejía. Aquí cabría preguntarse por el judaísmo. El judaísmo es monoteísta, se presenta como la religión verdadera y de alguna manera también hace prosélitos. Esto es cierto, pero por un lado era una religión tradicional, antigua (algo que valoraban mucho los romanos), y por otro lado su proselitismo quedaba frenado por tratarse de una religión étnica, una religión de raza, lo cual la hacía disculpable a los ojos de la autoridad romana, que además otorgaba a los judíos un estatuto especial debido a su capacidad económica. No obstante, los mismos hebreos no se vieron exentos de persecuciones y violencias por parte de los emperadores romanos.

El choque del cristianismo con las religiones tradicionales propiciará la persecución por parte de la autoridad romana. Aparte de motivaciones particulares como las locuras imperiales, el ajuste de cuentas, la desviación de la atención del mal gobierno, el dar gusto a la gente, psicosis colectiva, etc… las magistraturas romanas verán en el cristianismo un atentado al orden social y al sistema religioso romano. No se trata de un odio teológico sino de razones políticas.

El desprecio al culto del emperador y a las demás religiones del Imperio era un ataque a las instituciones fundamentales. Bajo este prisma, no nos puede sorprender que el cristianismo haya sido acusado de ateísmo por parte de Roma. A sus ojos, eran ateos por no creer en los dioses tradicionales, en los dioses de sus antepasados, en los dioses protectores de la ciudad. Su religión no era cívica y, en consecuencia, no eran buenos ciudadanos. De hecho, se les perseguía con un sistema policial (ius coercitivum) más que con uno judicial.

Las persecuciones contra los cristianos propiciaron muchos mártires, también lapsis (apóstatas) y destrucción de comunidades enteras. No obstante, fueron discontinuas tanto en el tiempo como en el espacio. Es decir, hubo períodos de paz largos, en algunos casos tolerancia positiva hacia los cristianos y la aplicación de los decretos de persecución no siempre se cumplía con el mismo rigor en todas las partes del imperio.

Además, algunas veces la persecución se centraba sólo en la jerarquía y el clero, otras en los cristianos que ocupaban puestos en el funcionariado del imperio, o en las clases pudientes, y otras veces, se limitaban a la confiscación de bienes o la destrucción de lugares de culto. Esta variedad de modelos persecutorios, habla ya por sí sola del grado de desarrollo del cristianismo, sobre todo a partir del siglo III de nuestra era.

 

 VIDEO 1 –     La aparición del Cristianismo como fenómeno social

(Santiago Casas, Universidad de Navarra)

by Santiago Casas  primeroscristianos.com

 

 

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