Son conocidas las impresionantes iglesias de Lalibela, excavadas en la roca bajo el nivel del suelo, con la planta en forma de cruz. Sin embargo, muchos más desconocido es el templo que se halla justo en el extremo norte del país, en la provincia de Tigray, y cuyo acceso es el más peligroso del mundo para ir a rezar.
Los historiadores datan la iglesia Abuna Yemata en el siglo V. Habría sido fundada por Yemata, uno de los Nueve Santos, es decir, el grupo de predicadores originarios que expandieron la palabra de Dios por el país.
El templo forma parte de un complejo de 35 excavados en la roca en un precipicio vertical. Para acceder a él hay un único camino: se debe trepar por una vereda en la piedra que lleva algo más de dos horas en ascenso –si se está en buena forma y se soportan bien las altas temperaturas de la zona–.
La obertura de entrada es una oquedad situada a 2.650 metros sobre el nivel del mar, con una panorámica vastísima de la árida Tigray y en los días claros, del vecino país de Eritrea.
El templo está a cargo de una veintena de religiosos que suben con frecuencia a realizar actos litúrgicos. Uno de ellos, sin embargo, está a cargo del mantenimiento y la apertura de la puerta, y debe realizar el camino a diario. Generalmente desciende hasta el pueblo antes de que anochezca, pero en ocasiones lo hace a oscuras.
El camino de ascenso pone los pelos de punta a más de uno. Es obligatorio realizarlo con los pies descalzos, que deben lavarse –como señal de respeto– justo antes de empezar la ascensión, utilizando una pila excavada en la piedra. El camino está muy desgastado y pisado por el paso de fieles a lo largo de mil quinientos años, por lo que no hay una gran dificultad.
Sin embargo, los acrofóbicos lo pasarán muy mal, pues la vista del precipicio es constante, y poco antes de llegar aguardan las dos pruebas definitivas. Primero hay un frágil madero que sirve de pasarela para salvar un risco. Y, justo antes de la puerta, hay que pisar las oquedades de un estrecho paso rocoso que presenta 250 metros de caída.
Una vez repuesto de la taquicardia, el peregrino penetra en el pequeño templo, cuyas paredes y techos están pintados con unos frescos que representan a los apóstoles y algunas escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento. No es extraño que en domingos y festivos señalados del rito ortodoxo se celebren misas, por lo que la afluencia de fieles por el camino es abundante, lo que proporciona una sensación de agobio aún mayor.
Si el cuidador no anda muy atareado, bendecirá al visitante y seguramente se mostrará orgulloso de enseñarle la Biblia realizada con hojas de piel de cabra y escrita en lengua amhárica que es uno de los tesoros de esa iglesia.
Una vez visitada Abuna Yemata, el viajero debe armarse de valor y emprender el camino de bajada, recordando que no puede dar ni un tropiezo. El aire es frío a esa altitud a primeras horas de la mañana, pero conviene subir y bajar temprano, antes del mediodía, porque en las horas centrales del día la roca toma mucha temperatura y hay que recordar que se camina descalzo.
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Al llegar a la base de la roca, el viajero alza la vista para situar hasta dónde ha subido y tiene la sensación de haber estado lo más cerca posible del cielo. Aunque para los que sufren de vértigo haya sido un auténtico infierno.
Abuna Yemata está al oeste de la carretera principal A2 que une Etiopía con Eritrea. La localidad –una aldea de pastores– de referencia es Megab, unos 70 kilómetros al norte de Mekele, la capital del Tigray.
La Vanguardia