Conviene anotar desde el principio que el lector no se va a encontrar en esta obra con planteamientos teoréticos sobre la fe cristiana, sino con testimonios de la vida de los primeros creyentes del Evangelio.
El presente volumen comienza con una presentación en la que se clarifica la noción «primeros cristianos». El autor considera como tales a «aquellos cristianos que vivieron en un arco de tiempo que va del siglo I hasta comienzos del siglo IV, cuando finaliza la persecución de Diocleciano (304)» (p. 8).
Desde esa perspectiva tan distante surge una pregunta obligada: ¿qué nos pueden enseñar a nosotros ahora estos primeros hermanos en la fe? La respuesta que ellos nos den será relevante porque nos permitirá llegar hasta nuestras propias raíces. Se podría decir que está en juego la percepción de los rasgos capitales de nuestra propia identidad espiritual. El autor recurre a presentarnos al protagonista de la película El caso Bourne (Bourne Identity) de Paul Greengranss, un agente de la CIA que sufre una amnesia y al desconocer su pasado no sabe quien es (pp. 8-9). Esto ya es en sí un buen aliciente para adentrarnos en la lectura de la presente obra.
El papa Benedicto XVI ha escrito en su encíclica sobre la esperanza, al comentar inicialmente las enseñanzas paulinas, que «el cristianismo no era solamente una “buena noticia”, una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento (…), sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida» (Spe salvi, n. 2). Estas palabras que se recogen en la presentación del libro son significativas de la enorme fuerza espiritual que encierra el mensaje de Jesús.
De ahí también el gran valor paradigmático de los primeros creyentes. La ejemplaridad de su conducta ha quedado acreditada por una criba de duras pruebas con persecuciones, calumnias e infamias de la opinión pública. Podríamos decir que la coherencia entre su fe y su conducta puede servirnos de guía para superar las barreras de un mundo neopaganizado que margina la verdad cristiana, como hace el actual laicismo excluyente, o presenta un “revival” persecutorio contra los cristianos, como se percibe en países de diversas áreas geográficas: Egipto, la India, Pakistán o Nigeria.
En los primeros seguidores del cristianismo se da un estilo de vida que se puede describir de modo paradójico, como hace un cristiano anónimo del siglo II en una carta que escribe a un tal Diogneto, donde le dice: «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres (…), sin embargo, se muestran viviendo un tenor de vida admirable, y por confesión de todos sorprendente» (Ep. a Diogneto, V). Como se puede observar, la conducta del cristiano responde a unos parámetros de vida que contrastan vivamente con el paganismo greco-romano.
El prof. Ramos-Lissón nos ofrece a lo largo de 25 apartados y un epílogo una serie de testimonios sobre cómo vivían aquellos cristianos la coherencia de su fe en relación a un hábitat hostil al cristianismo. Con buena lógica destaca los presupuestos paganos que dan origen a las persecuciones del Imperio Romano, y que serán determinantes de los procesos martiriales contra los cristianos. Se ponen los acentos en algunas figuras singulares, como los mártires escilitanos, la pasión de las Santas Perpetua y Felicidad.
A modo de contrapunto se explaya el prof. Ramos-Lissón en presentarnos los elementos compositivos de la vida cristiana, desde la iniciación cristiana hasta su término en el “Más allá”. Se pueden subrayar los apartados consagrados al matrimonio, la familia, las vírgenes y las viudas. Nos ha llamado especialmente la atención el lugar destacado que ocupaba la oración así como la actividad asistencial y la limosna entre las actividades de los primeros fieles, que tratan de buscar la santidad en la vida ordinaria. Una mención especial merece la devoción a los ángeles custodios.
También es destacable la semblanza que se hace de san Justino, un filósofo del siglo II, que se convierte al cristianismo, después de una conversación fortuita con un anciano cristiano, escribe: «reflexionando conmigo mismo sobre los razonamientos del anciano hallé que sólo ésta es la filosofía segura y provechosa» (Diál., VIII, 1). Esta curiosa actitud de entender el cristianismo como una verdadera filosofía respondía, perfectamente al clisé de la época sobre quien se podía calificar de filósofo, como aquella persona que vivía de acuerdo con unos principios. Las religiones paganas eran religiones puramente exteriores y rituales, no entraban en el interior de sus fieles. Por eso una novedad extraordinaria del cristianismo es que se trataba de una religión que exigía la conversión del corazón para poder recibir el bautismo. Justino morirá mártir y sus Actas martiriales reflejan la seguridad y certeza de su fe, así como la de un grupo de discípulos suyos que también eran cristianos.
Este libro se puede recomendar a toda clase de personas, ya que el lector se encontrará con un lenguaje sencillo unido a un sólido rigor histórico.
Felicitamos a la editorial EUNSA y al prof. Ramos-Lissón por hacer llegar a nuestras manos el presente volumen.