"Hay un peligro, una amenaza. Disgregarnos, envilecernos. Nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando competimos por los primeros puestos. Los escaladores”.
Éstos, subrayó, siembran división y corren ellos mismos el peligro de perder la fe. En cuanto a la otra amenaza, la de envilecerse, significa dejarse contaminar por las idolatrías del mundo.
"El aparentar, el consumir, el yo al centro de todo. Pero también el ser competitivo, arrogante, el no admitir nunca haber cometido un error o de pasar necesidad. Todo esto nos envilece, nos hace cristianos mediocres, tibios, insípidos, paganos”.
La Eucaristía, sentenció, previene contra estas dos amenazas. Purifica y une, libera de la corrupción. El alma pecadora experimenta una transformación inmerecida otorgada gratuitamente por Dios.
"Así aprendemos que la Eucaristía no es un premio para los buenos sino fuerza para los débiles, para los pecadores. Es el perdón, el viático que nos ayuda a andar, a caminar”.
Al final de la homilía recordó a los mártires actuales y a los cristianos que en la fiesta de hoy no pueden expresar libremente su fe.
Al terminar la ceremonia la procesión del Corpus Christi atravesó las calles de Roma. El Papa, al igual que el año pasado en donde no participó en ella para descansar, se desplazó en coche a la basílica de Santa María la Mayor para concluir los actos litúrgicos.