“Le ciñeron una corona de espinas entretejidas, y comenzaron a saludarle: «Salve, Rey de los Judíos». Y golpeaban su cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, le adoraban.” (Mc 15, 17-20).
Posiblemente las espinas provinieran de la planta Euphorbia esplendens, también llamada “corona de Cristo”. Las espinas son hojas modificadas que dan lugar a formaciones agudas, aleznadas, a veces ramificadas, provistas de tejido vascular, rígidas por ser ricas en tejidos de sostén. Las espinas pueden tener una longitud 2 o 3 cm.
Se producen múltiples heridas pequeñas punzantes (pinchazos), incisiones (cortes) e inciso-contusiones (cortes unidos a golpes o cortes producidos por instrumentos no cortantes), que abarcan la parte superior de la frente y se continúan hacia atrás por ambos lados de la cabeza, afectando a los huesos parietales, temporales y occipital.
Las heridas son profundas, afectando a toda la galea capitis (cuero cabelludo), una de las regiones cutáneas con más capilares del cuerpo. Los pabellones auriculares se hallan igualmente perforados por la acción de los pinchos punzantes de la corona. No podemos olvidar que, como narran los Evangelios, la corona de espinas fue hendida, presionada, apretada sobre la cabeza con golpes de palos que los soldados romanos propinaron a Jesús (Mt 27, 30).
Como consecuencia de las profusas hemorragias provocadas por las múltiples heridas, todo el cabello, en toda su longitud, se encuentra empapado de sangre húmeda o con costras originadas al secarse y coagularse la sangre.
El dolor generado en las muy abundantes terminaciones nerviosas cutáneas craneales que captan estímulos dolorosos (nocirreceptores) es muy agudo. Además, la pérdida adicional de sangre, que debió resbalar por la frente, cayendo hasta los ojos (impidiendo una correcta visión), sienes y cabello pudo ser considerable.
También es posible que parte de la abundante sangre que caía desde la cabeza y desde la frente pasara a la boca, fuera sorbida y contribuyera a aliviar en alguna medida la intensa sed que Jesús ya sin duda padecía, por la fuerte deshidratación (por sudoración y hemorragias) y por la pérdida de electrolitos (sal), además de la sensación de calor por la fiebre que sin duda padecía.
Ya es la tercera hemorragia: sudor de sangre, flagelación, la coronación de espinas. Es probable que comenzara a instaurarse un proceso de coagulación intravascular diseminada como consecuencia de la existencia de muchas lesiones y traumas del cuerpo de Jesús.
Las bacterias que aprovecharon la debilidad de Jesús durante la flagelación para infectar las heridas, empiezan a segregar toxinas que contribuyen a agravar el proceso de coagulación. Puede que la capacidad hepática de sintetizar y liberar factores de la coagulación pudiera estar tan agotada por aporte de oxígeno insuficiente al hígado, que la capacidad de mantener el equilibrio de coagulación en la sangre de Jesús podría haber estado muy comprometida.
Pilato lo presenta al pueblo con un aspecto espantosamente deplorable: “Ahí tenéis a vuestro rey” (Jn, 19, 14). Jesucristo flagelado, con la corona de espinas en la cabeza, cubierto con un mugriento y maloliente manto de burla, somnoliento, con gran debilidad, el pelo revuelto y desgreñado y con costras de sangre coagulada, encogido, doblado por la fuerte descarga nerviosa y el intenso dolor, con contusiones y hematomas en la cara por el trato brutal, y quizás temblando y tiritando por el dolor intenso, el frío y la fiebre que se produce cuando se pierde mucha sangre. Con una sed aún más intensa, saliva pastosa y espesa, la lengua seca y los labios agrietados de la propia sequedad.
Dolor de cabeza tensional. Le hacen llevar un trozo de palo en la mano a modo de cetro… y se le presenta como un Rey “Varón de dolores, no hay en El parecer ni hermosura, con el rostro que espanta”
La debilidad es ya muy grande: progresa el shock por falta de sangre, posiblemente complicado con inicio de shock infeccioso. Posible comienzo de insuficiencia cardíaca, por menor retorno venoso y arritmias provocadas por el alto potasio en sangre complicadas por fuertes taquicardias a causa de la reacción de stress, por descarga nerviosa. Progresa el posible derrame pulmonar y pericárdico que comenzó en la flagelación, lo que dificulta la respiración, aún más complicada por la referida postura de flexión del tronco y la pleuritis.
Jesús sufre una sed fortísima por la gran deshidratación, que activa fuertemente el sistema renal y los centros cerebrales reguladores de la ingesta de agua y de la sensación de sed. Se produce una retención renal –en la medida que los riñones funcionaran competentemente- de sal y agua y aumenta de la secreción de potasio gracias a una hormona: la aldosterona, en un intento para paliar algo la altísima concentración de potasio (porcitolisis muscular y de glóbulos rojos masiva).
Cualquiera que sea el estado final de alteración de la concentración de potasio, es razonable que contribuyera a complicar la excitabilidad nerviosa, neuromuscular y cardíaca.
Ya se ha mencionado un posible comienzo de insuficiencia renal, en el que pudieran estar actuando, al menos, tres mecanismos:
a) Las células musculares, al ser rotas por las contusiones fortísimas de la flagelación, vierten una proteína a sangre, la mioglobina, que obstruye el sistema de filtración del riñón.
b) Las fuertes lesiones de la flagelación en la región lumbar que pudieron contusionar directamente los riñones
c) La intensa vasoconstricción arteriolar aferente y eferente causada por la angiotensina-II, otra hormona hepática segregada junto a la aldosterona, deja casi sin sangre al riñón.
Y en todo momento, Jesús permanece callado, perdonando, aceptando el sufrimiento, quizá preparándose ya para el duro camino que le espera hasta el Calvario.
Santiago Santidrián
Catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra