Las modalidades del viaje papal a Asís, sus gestos y decisiones representan un parteaguas
Andrea Tornielli, Ciudad del Vaticano (http://vaticaninsider.lastampa.it/es/)
Papa Francisco, al llegar a Asís, recorrió un Vía Crucis especial, con más de sesenta “estaciones”. Lo estaban esperando en el Instituto Seráfico niños y chicos con graves enfermedades, en compañía de sus familiares y voluntarios. Bergoglio los saludó uno a uno, pasando lentamente entre ellos. Los abrazó, acarició, se inclinó para escuchar sus voces, se dejó tocar el rostro por los ciegos, dejó que juguetearan con su cruz pectoral.
Estuvo allí para cada uno de ellos. No tenía prisa, porque para él ser obispo significa sobre todo esto: abrazar a los pobres y a los que sufren. Es la indicación, ofrecida con los gestos más que con las palabras, que el Papa del “fin del mundo” quiere dar a toda la Iglesia, a partir de la Iglesia italiana. Ir hacia los pobres y los que sufren no es una actividad como las demás, no es una predicación como las demás, una práctica como las demás. Es algo que tiene que ver con el alma de la fe cristiana.
«Nosotros estamos entre las llagas de Jesús», dijo el Papa. «Estas llagas necesitan ser escuchadas, necesitan ser reconocidas... Jesús está escondido entre estos chicos, en estos niños, en estas personas. En el altar adoramos la carne de Jesús, en ellos encontramos las llagas de Jesús. Jesús escondido en la Eucaristía y Jesús escondido en estas llagas». Las modalidades del viaje papal, las decisiones y los gestos de Francisco, representan un parteaguas: los enfermos y los pobres siempre son el centro. Esta es la «conversión pastoral» que el Papa pide a la Iglesia, la lección de sencillez evangélica que nos ofreció ayer.
La segunda indicación llegó desde la “sala della spoliazione”, en donde San Francisco de Asís se desnudó y renunció a todos los bienes. Lo estaban esperando los pobres de la Cáritas y los inmigrantes. Había algunos que estaban esperando anuncios clamorosos de reformas, o la abolición de los títulos eclesiásticos, pero Bergoglio desmintió con ironía algunos pronósticos mediáticos. Recordó que la Iglesia «somos todos», no solo el clero y las jerarquías, «y todos debemos ir por el camino de la desnudez», del despojo, sin ser cristianos «de pastelería, como pasteles bonitos». Hoy, advirtió el Papa, hay un «peligro gravísimo, que amenaza a todas las personas en la Iglesia: el peligro de la mundanidad que nos lleva a la vanidad, a la prepotencia, al orgullo».
Bergoglio quiso ir a Asís no para «ser noticia», sino para indicar a la Iglesia que la vía cristiana es la que recorrió Francisco de Asís. La Iglesia se debe despojar de lo que no es esencial, despojarse de la tranquilidad aparente que ofrecen las estructuras y los bienes, que nunca debeb oscurecer la única y verdadera fuerza que habita en ella: «la de Dios». Estructuras, aparatos burocráticos, seguridades, reconocimientos públicos, vínculos con la política, pastores que corren el riesgo de transformarse en «clérigos de Estado». Francisco pide a toda la Iglesia, con una sencillez inquietante para muchos, despojarse de todo esto.