La Iglesia celebra su nacimiento porque su madre Santa Isabel estaba embarazada de seis meses cuando la Virgen recibió el anuncio del Ángel y concibió por obra del Espíritu Santo (Lc 1, 36). Como el nacimiento de Cristo se celebra el 24 de diciembre, el del Bautista quedó fijado seis meses antes de esa fecha.
A lo largo de la historia del cine, el personaje del Bautistaha sido interpretado por actores de muy diverso carisma, que han ofrecido de él un retrato también muy diverso. En “Rey de Reyes” (1961), un estirado Robert Ryan aparece en escena acartonado y solemne, haciendo muy poco creíble su personaje. Más fuerza tiene, sin duda, el encarnado por Charlon Heston en “La historia más grande jamás contada” (1965), que aflora en la pantalla con mucho mayor relieve. Aunque algo gritón y estridente en sus predicaciones, muestra una faceta más atractiva y valiente al enfrentarse a los romanos y al cantar las verdades al Gobernador adúltero; cuando los soldados van a arrestarle, se niega a aceptar la orden y hasta lucha contra los que van a sujetarle. Finalmente, en “Jesús de Nazaret”, Michael York encarnó a un Juan Bautista verdaderamente fiero e indomable; un auténtico león del desierto, fustigador incansable de las veleidades de Herodes con Herodías, que tiene en su favor un mayor tiempo de aparición en pantalla… aunque su personaje brilla con menos luz que el desarrollado por Heston.
En el Evangelio, la única escenaque los une (al margen de las afirmaciones que cada uno hace sobre el otro: todas ellas importantes) es la del Bautismo del Señor. Y hay una película que ha reflejado esa secuencia con un sabor propio, verdaderamente genuino y original. Me refiero a “El hombre que hacía milagros”. Esta película saca a flote en esta escena la vida escondida que sin duda compartieron en su infancia. Muy sutilmente alude al parentesco entre ambos, y supone una lógica relación de sus madres cuando ambos eran niños. Si ambas conocían la identidad de Jesús y la del Bautista, si ambas sabían que los destinos de sus hijos iban a estar entrelazados; y, sobre todo, si ambas eran primas que habían vivido juntas el nacimiento del Bautista, ¿cómo no suponer que ambas debieron compartir largas e intensas confidencias.
En “El hombre que hacía milagros” vemos primero al Bautista que predica con fuerza el arrepentimiento y anuncia la llegada del Mesías: “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego”. También acalra su misión de precursor a quienes le preguntan si es él el Mesías: “Yo soy la voz del que clama, el que abre camino en el desierto”. Cuando, de repente, ve llegar a Jesús, reconoce inmediatamente a su primo, que es también el Hijo de Dios; y su tono cambia y se dulcifica: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Anonadado, se resiste a bautizar a Jesús en el Jordán, y Jesús tiene que recordarle con ternura: “¡Juan!, ¡¡Juan!! Cuando éramos niños jugábamos junto a este río. Nuestras madres nos llamaban y corríamos hacia ellas. Las seguíamos”. El Maestro se detiene un segundo, y enlazando esas llamadas de las voces maternas con su actual vocación divina, concluye: “Ahora oigo otra llamada: la de mi Padre del Cielo. Y debo seguirla”.
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