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La adoración de los pastores -Navidad en el cine (7)
Los pastores en Belén
Su humilde adoración al Niño, es la máxima reverencia que los hombres podíamos dar a quien es Dueño de todo el Universo.
Los pastores aparecen en el relato de los Evangelios en dos ocasiones: primero en las montañas, cuando se les aparece el Ángel mientras vigilan el rebaño y pernoctan al raso; segundo en la cueva de Belén, a donde acuden presurosos para comprobar lo que se les ha dicho sobre el Niño.
De la primera escena, el ejemplo más relevante es el de María de Nazaret (1995), de Jean Delannoy. En este filme la luz juega un papel decisivo para sugerir la presencia de lo sobrenatural. En línea con Zeffirelli, el director francés rechaza mostrar explícitamente a los seres angélicos, y en las revelaciones anteriores (en la Anunciación o en los sueños de José) a la voz del Ángel acompaña un fuerte halo de luz que irrumpe desde arriba y lo inunda todo.
También aquí, en el anuncio a los pastores, el tratamiento cinematográfico es parecido, aunque el efecto de misterio quiere reforzarse –quizás excesivamente- por un fondo musical inquietante y un tono ahuecado en la voz del Ángel.
La idea de que transmite un mensaje de Dios se subraya en la toma cenital (vemos la escena desde arriba, por encima de las cabezas de los pastores) y en el hecho de que todo el artificio de la puesta en escena (luz, música, punto de vista) desaparece de improviso en cuanto termina el discurso del mensajero celestial.
En La Natividad (2006), vemos la llegada de los pastores en un doble plano. Primero, desde el camino, con la progresiva aparición de las figuras, y después desde la gruta, donde lo que se subraya es la acogida de María y de José. También aquí la luz sobre la gruta tiene una intencionalidad dramática: subraya la presencia de Dios en ese Niño tan pequeño e indefenso; ahí está el Hijo de Dios.
De todos los pastores, hay uno que se adelanta y cobra protagonismo en la escena. Es aquel que María y José encontraron en su camino a Jerusalén, y que les habló misteriosamente de descubrir el regalo que cada uno lleva dentro de sí. Ahora, ante el Niño en brazos de su Madre, descubre al fin cuál es el obsequio que Dios había puesto en su interior: poder contemplar y acariciar al Redentor. Por eso le dice María en un aparte: “Ha venido para salvarnos… Y todos recibimos este presente”.
Por último, Jesús de Nazaret muestra la llegada de los pastores desde un personaje que no aparece en los Evangelios: la gitana del mesón, que les orientó para llegar a la gruta y que ha regresado para ayudar a la joven Madre y al inexperto José. En días anteriores vimos como Zeffirelli insistía en que la ayuda a Jesús Niño vino del lado de la gente humilde.
Aquí , esta idea se ve confirmada con la llegada de los pastores, inicialmente “expulsados” por la gitana –para que no molesten a María ni al Niño– y posteriormente acogidos por José, que comprende que han sido enviados por el Ángel para ser los primeros adoradores del Niño Dios. El recuerdo entrecortado de las palabras del Ángel (su corazón ha entendido mucho más que lo que su inteligencia ha podido retener de aquellas palabras angélicas) es la mejor tarjeta de visita para justificar su presencia allí. Y su humilde adoración al Niño, subrayada por la banda musical, es la máxima reverencia que los hombres podíamos dar a quien es Dueño de todo el Universo.