Recorrido por los hitos de la Semana Santa en Jerusalén con la guía de un franciscano español afincado hace casi medio siglo en la Ciudad Santa
Fray Artemio Vítores, un franciscano palentino de 69 años, vive desde hace poco en Belén, alejado a su pesar de las callejuelas de la Ciudad Vieja de Jerusalén, que han sido el paisaje cotidiano de su existencia desde 1970. Antiguo vicecustodio de Tierra Santa, ha guiado a miles de peregrinos. Su experiencia de décadas acompaña ahora a EL PAÍS en un recorrido por los hitos de la pasión y muerte de Jesucristo en el mismo convulso escenario en el que la tradición cristiana las sitúa.
“Es el momento alegre de una semana triste, el de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén”, admite Vítores para describir el acceso oriental al recinto amurallado de la Ciudad Santa. En sus inmediaciones concluye la procesión del Domingo de Ramos, que discurre desde el monte de los Olivos. Miles de fieles han asistido este año a la celebración, en un ambiente festivo y sin incidentes, aunque la policía israelí confiscó algunas banderas palestinas a los participantes. “Antes de que fuera sellada en tiempos medievales, la entrada se efectuaba por la puerta Dorada, que conduce directamente a lo que hoy es la Explanada de las Mezquitas”, precisa el franciscano.
Las visitas de peregrinos cristianos a Tierra Santa representaron en 2015 una quinta parte de las 2,8 millones de entradas de viajeros a través de las fronteras israelíes, que también son paso obligado a los territorios ocupados de Cisjordania y Jerusalén Este.Unos 48.000 procedían de España. A pesar de que el shequel se ha revaluado un 12% en los últimos 18 meses respecto al euro, la cifra de visitantes se ha incrementado. A fray Artemio le corresponde una parte alícuota de este fenómeno, y así se lo reconoció con una mención honorífica el Ministerio de Turismo israelí el año pasado.
La sala en la que Jesús celebró la Última Cena es un recinto de bóvedas ojivales de la época de los cruzados, con ornamentación de una antigua mezquita. Es la viva expresión de la compleja interacción de cultos en Jerusalén. Gestionado por la Dirección de Asuntos Religiosos del Ministerio del Interior hebreo, en la planta baja del edificio se sitúa la tumba de David, el bíblico rey de Israel, donde judíos ultraortodoxos rezan embelesados. Escaleras arriba, Nora, una cristiana armenia procedente de Toronto, llora cubierta por una mantilla de encaje blanca. A sus 56 años, esta peregrina canadiense originaria de la diáspora provocada por el genocidio de 1915 bajo el Imperio Otomano, confiesa que el Cenáculo le ha “llegado al corazón”.
“Debió de ser un seder, una cena pascual para unas 150 personas”, explica el franciscano palestino. De acuerdo con el statu quo, la ley no escrita inmemorial que rige los delicados equilibrios religiosos en Jerusalén, Israel admite que el Cenáculo albergue algunas ceremonias litúrgicas en Pentecostés, 50 días después de la Pascua. “En Jueves Santo se lleva allí también el lavatorio de pies y además un oficio de vísperas”, puntualiza Vítores. En los últimos años, la presencia de grupos ultranacionalistas judíos en la tumba de David ha generado momentos de tensión durante las conmemoraciones cristianas.
El Huerto de los Olivos donde Jesús fue detenido es hoy un plácido jardín en plena primavera. Decenas de peregrinos y visitantes toman chocolate caliente y pastas que ofrecen guardas católicos palestinos junto la basílica de la Agonía o de las Naciones, erigida en 1920. Desde donde se divisa la dorada Cúpula de la Roca —lugar del sanctasanctórum del Templo, para los judíos; punto desde el que Mahoma ascendió a los cielos, para los musulmanes— asomando sobre las almenas.
No hay vigilancia policial visible. El zaragozano Pedro, de 33 años, recién llegado desde Madrid con varios amigos para disfrutar de unas cortas vacaciones, admite que no ha dormido bien. “Había oído hablar del síndrome de Jerusalén, una sensación mística que se apodera del viajero”, confiesa este head hunter del sector informático, que asegura haber ejercido como cofrade en celebraciones de la Semana Santa. “Todo esto es muy interesante, pero creo que nos iremos a pasar el fin de semana a Tel Aviv”, se despide en el claustro de Getsemaní.
“Después de la Última Cena, Jesús se dirigió con sus discípulos a rezar a un jardín cercano a la ciudad, donde fue detenido tras ser denunciado por Judas”, detalla fray Artemio al hilo del relato evangélico. “En la noche del Jueves Santo se desarrolla en la basílica la Hora Santa, una ceremonia de oración en silencio”.
No queda ni una sola piedra a la vista. Ningún recuerdo de los miembros del sanedrín judío que condenaron por blasfemo al fundador de la cristiandad. “Es muy probable que estuvieran en el monte de Sión, cerca del Cenáculo, en la parte elevada de lo ciudad donde vivían nobles y dignatarios”, explica Vítores, quien descarta que Jesús fuera conducido también, como apuntan algunos relatos bíblicos, al palacio del rey Herodes. Se le sitúa en el espacio donde hoy se alza la Torre de David, la ciudadela que flanquea el principal acceso por el oeste a la Ciudad Vieja. “Herodes no pintaba nada bajo la ocupación romana”, precisa, “ya que la potestad de imponer la pena de muerte estaba en manos del procurador romano”.
Poncio Pilatos, el prefecto romano de Judea, tenía su sede oficial en Cesarea, en la costa mediterránea, pero durante la celebración de la Pascua se trasladaba a Jerusalén, donde se concentraba durante las fiestas casi toda la población de la provincia. “Eran momentos de gran inestabilidad, la fortaleza colindaba con el templo judío, y era un punto estratégico de control”, expone el franciscano español. Este punto del barrio musulmán, donde se localiza la primera estación del viacrucis, es ahora un colegio palestino, en un edificio construido bajo la dominación otomana. Desde algunas de sus ventanas se puede observar sin apenas ser visto la Explanada de las Mezquitas, llamada Noble Santuario por los musulmanes y Monte del Templo por los judíos.
Nabil, de 58 años, lleva más de 40 años vendiendo bebidas y recuerdos a los turistas ante el monasterio de la Flagelación y la Condenación y el arco del Ecce Homo, en las primeras estaciones de la Vía Dolorosa. “Este año está algo más animado, un 20% más que el año pasado”, asegura con un pitillo en los labios, “pero ya nada ha vuelto a ser como antes de la Segunda Intifada (2000-2005)”. Todos los accesos a la mezquita de Al Aqsa permanecen vigilados por policías y agentes de fronteras (cuerpo paramilitar).
“Pilatos ordenó crucificar a más de 2.500 judíos por atentar contra la pax romana", destaca el antiguo vicario de la Custodia de Tierra Santa. “Se lavó la manos: el típico ejemplo de los políticos corruptos. Él sabía que Barrabás era un insurgente judío, un terrorista como le consideraban los romanos, pero prefirió condenar a muerte a Jesús”.
La confluencia del recorrido del viacrucis, con la calle de El Wad –que lleva desde la puerta de Damasco (norte) hasta cerca del Muro de las Lamentaciones en el barrio judío– es el centro del universo de la Ciudad Vieja. A los pies del Hospicio Austriaco, palestinos musulmanes deambulan cubiertos con la kufiya junto a ortodoxos judíos tocados con la kipá o una gran variedad de gorros y sombreros. Columnas de turistas occidentales en chanclas se cruzan con peregrinos coptos o bangladesíes cubiertos con largas túnicas. Clérigos empuñando una cruz pasan ante una patrulla de la policía de fronteras israelí con los fusiles de asalto en bandolera. Un escenario multicultural que evoca las escenas urbanas multitudinarias del filme Blade Runner.
“Nadie, salvo los reyes, podía ser ejecutado y enterrado en el interior de la ciudad”, apunta Vítores. “La cuesta que se dirigía extramuros era empinada, por eso los soldados romanos ordenaron a Simón de Cirene, que pasaba casualmente por allí, que ayudara a Jesús con la cruz. Ese es el mensaje simbólico de la Vía Dolorosa”, analiza teológicamente el franciscano: 'Toma tu cruz y sígueme”. El veterano religioso español considera que el viacrucis del Viernes Santo es el momento de mayor presencia cristiana en la ciudad. “Cuando Jerusalén es más nuestro”, reflexiona en voz alta.
Vítores recita de memoria las estaciones: las sucesivas caídas, el encuentro con unas mujeres que le consuelan... aunque con algunas objeciones. “La sexta estación recoge el episodio de la Verónica, que limpia el rostro ensangrentado de Jesús con un lienzo de tela, que no está descrito en los evangelios”, advierte. El guardián de la iglesia católica armenia de El Wad revela a su vez que la jerarquía de su congregación ordenó trasladar unos metros la señal de cuarta estación, en la que Jesús encuentra a la Virgen María, para evitar aglomeraciones en una zona comercial.
La etapa final lleva hasta el Calvario o el Gólgota, en la basílica ordenada construir en el siglo IV por el emperador Constantino cuando el cristianismo fue declarado religión oficial. Antes fue el lugar donde se alzó un templo de Afrodita. “Excavaciones recientes han documentado la existencia de tumbas del siglo I en la misma zona”, asegura Vítores. “Se trataba de un montículo situado en una de las puertas de la ciudad, un sitio adecuado para que las crucifixiones fueran observadas por el pueblo... y sirvieran de ejemplo".
El Santo Sepulcro es compartido de forma no exenta de tensión por greco-ortodoxos, la confesión cristiana mayoritaria entre la población palestina, católicos de la custodia franciscana, armenios ortodoxos, y por los minoritarios coptos de rito egipcio, así como por etíopes y asirios. Ante tan complejo reparto de influencias sobre el sagrado lugar cristiano, dos familias musulmanas se ocupan de custodiar la llave y las puertas del templo desde tiempo inmemorial.
Adib Judeh al Huseini, de 52 años, guarda en su chaqueta de cuero la pieza metálica, más parecida a una palanca, que abre la antiquísima cerradura. Asegura que ha pasado de padres a hijos desde que se la entrega a su familia Saladino en el siglo XII tras conquistar la ciudad a los cruzados. “Nuestra misión es proteger el templo cristiano”, afirma tajantemente, en el exterior del recinto sagrado, en respuesta a quienes le atribuyen un papel mediador entre las distintas congregaciones.
Cada día, a las cuatro de la madrugada y a las nueve de la noche, cumple con el rito de abrir y cerrar la puerta del Santo Sepulcro junto con Wayid Nuseibeh, de 67 años, actual representante de la familia que custodia la puerta. “Tengo la responsabilidad de controlar el aforo y de mantener el orden”, explica en el interior del templo Nuseibeh, quien reconoce que la policía israelí patrulla con sus armas junto a la tumba de Cristo.
Extasiado ante la reciente rehabilitación del edículo, el templete que alberga el sepulcro, el franciscano español Teodoro López, de 75 años, recuerda la época en la que coincidió con Artemio Vítores en la Santa Custodia. Ahora acompaña a varios grupos de peregrinos que han viajado desde Madrid para visitar Tierra Santa durante 10 días. Les orienta para que puedan atravesar la puerta de 1,33 metros de altura que da paso a la cámara del enterramiento y alcanzar la Meca del peregrino a Tierra Santa.
El antiguo vicecustodio palentino suele repetir como una letanía que Jerusalén es de todos, como una madre, para las tres religiones del libro. Si alguien la quiere hacer solo suya, como una amante, empiezan los problemas, advierte. “Todo tuvo que terminar para Jesús antes de la caída de la tarde del Viernes Santo, al inicio de sabbat judío”, concluye fray Artemio. Siempre echa de menos una estación número 15 para la resurrección al final de los viacrucis en los que guía a peregrinos en la Ciudad Santa desde hace casi medio siglo.