La introducción plantea “acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud", y también pedir a los jóvenes que "ayuden a identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia”. Para comprender y describir la experiencia vocacional propone fijarse especialmente en la figura del apóstol Juan.
Interesante esa apelación del principio a "una vida en plenitud" para los jóvenes, por contraste con los moldes en los que con frecuencia se les quiere uniformar, para convertirlos en mansos corderos que siguen a los encantadores de serpientes, que solamente buscan explotarles al servicio de un "sistema" que no les ayuda precisamente a lograr esa vida, en plenitud de belleza y alegría, en la que sueñan sin olvidar que cuesta esfuerzo.
Siguiendo una metodología teológico-pastoral, el documento comienza por una mirada a la realidad sociocultural de los jóvenes en el mundo de hoy. Desde ahí aborda las cuestiones centrales: fe, discernimiento, vocación. En tercer lugar se propone orientar la acción pastoral especialmente de cara a la promoción de vocaciones entre los jóvenes.
El mundo en el que se sitúan hoy los jóvenes -una pluralidad de culturas con ciertas diferencias- es un mundo que cambia rápidamente. Se caracteriza por la fluidez y la incertidumbre (debida a la vulnerabilidad y a la inseguridad de grandes sectores de la población). Estamos en una cultura cientifista, dominada por un paradigma tecnocrático y la búsqueda del beneficio a corto plazo que dan lugar a una cultura del descarte. Una sociedad multicultural y multirreligiosa que ofrece oportunidadesy riesgos: oportunidades para el debate y el enriquecimiento mutuo y riesgos de desorientación y relativismo.
“A los ojos de la fe –afirma el documento- esto se ve como un signo de nuestro tiempo que requiere un crecimiento en la cultura de la escucha, del respeto y del diálogo”. Así es, para no caer en alguno de los extremos: de un lado el ya citado del relativismo, de otro lado el fundamentalismo que puede vincularse a diversas formas de fideísmo e integrismo.
En lo que sigue nos fijamos solamente en el primer apartado del documento, es decir, en cómo se caracteriza a las nuevas generaciones y cómo se las puede ayudar.
Nos encontramos en el marco de una globalización que, de un lado, tiende a homogeneizar a los jóvenes, mientras que a la vez persisten en ellos peculiaridades (esto es, características propias de cada persona, familia o grupo) institucionales y sobre todo culturales. Estas peculiaridades se van perdiendo en las “segundas generaciones” de migrantes o en los hijos de parejas de algún modo “mixtas” (desde el punto de vista étnico, cultural y/o religioso).
Cabe pensar, que, por el contrario, los jóvenes se benefician de atesorar las peculiaridades que vemos tal vez en los abuelos, en los que se quedaron en la tierra o patria de origen, en los que guardan la historia de nuestra cultura. En este sentido llama la atención que se valore tanto, por ejemplo, la “denominación de origen” para cosas que apreciamos buenas con el paladar.
¿Cómo crecerá el árbol si se le desconecta de sus raíces? Si pierden las peculiaridades de las familias y de las culturas locales, los jóvenes se arriesgan a perder esa memoria de la propia identidad tan necesaria para el discernimiento del camino a recorrer, en el plano personal o en el social. Esto es especialmente grave si se consideran, como señala el análisis, las condiciones de especial dureza en las que viven muchos niños y jóvenes.
Entre los rasgos de los jóvenes actuales el señala el texto una diversa disponibilidad para la participación y la movilización, que les sitúa entre dos extremos: los pasivos y desanimados (con frecuencia más preocupados por la propia imagen y tal vez conformistas) por una parte, y, por otra, los emprendedores y vitales, según las experiencias y oportunidades que cada uno hayan tenido. Especialmente importan las figuras de referencia y el estilo de la educación recibida en familia.
Tendencialmente cautos, se apunta, los jóvenes actuales son especialmente desconfiados ante las instituciones. Así es, y nada tiene de extraño teniendo en cuenta que son hijos o nietos de una cultura de la sospecha a la vez que víctimas de una sociedad en crisis de valores. Con este panorama, tampoco es extraño que vivan al margen de la religión o busquen experiencias religiosas alternativas, intentando hacerlas compatibles con las ofertas consumistas e individualistas de la cultura dominante.
A la vez, las modernas tecnologías influyen, para bien y para mal, en la concepción del mundo, de la realidad y de las relaciones interpersonales.
En esta situación bastante enmarañada, ¿cómo ayudar a los jóvenes a configurar sus trayectorias vitales y tomar unas opciones acertadas? Se requieren, propone el texto, adecuados instrumentos culturales, sociales y espirituales, que se vuelven “indispensables para que los mecanismos de toma de decisiones no se bloqueen y se termine, tal vez por miedo a equivocarse, sufriendo el cambio [ese cambio cultural] en lugar de guiarlo”. Y se cita una exhortación fundamental del Papa Francisco que va directamente contra el conformismo, también de los educadores:
“¿Cómo podemos despertar la grandeza y la valentía de elecciones de gran calado, de impulsos del corazón para afrontar desafíos educativos y afectivos? La palabra la he dicho tantas veces: ¡arriesga! Arriesga. Quien no arriesga no camina. ¿Y si me equivoco?.¡Bendito sea el Señor! Más te equivocarás si te quedas quieto” (Discurso en Villa Nazaret, Roma, 18-VI-2016).
Tendremos más posibilidades de acertar si nuestra mirada se dirige al mismo tiempo a la centralidad que ocupa la persona de Jesús en el anuncio de la fe, y a la precariedad en que se encuentran muchos jóvenes por los factores arriba citados.
Todo ello nos exige “una mayor capacidad de respuesta al desafío educativo en su acepción más amplia”, en la línea de la “emergencia educativa” señalada por Benedicto XVI (Mensaje a la ciudad y a la diócesis de Roma sobre la urgencia de la educación, 21-I-2008).
Muy cierto. Por esto es preciso, en los ámbitos educativos y especialmente en lo que se refiere a la educación de la fe, reaccionar con urgencia, mejorar la calidad de las ofertas y servicios, crear redes para intercambiar conocimientos y experiencias, impulsar, tanto a nivel regional como nacional e internacional, equipos de educadores lúcidos y experimentados, establecer foros de discusión, abordar juntamente la globalización y las diferencias culturales señaladas.
En este sentido, apunta el texto y qué duda cabe, resulta “urgente promover las capacidades personales poniéndolas al servicio de un sólido proyecto de crecimiento común”. Se revela clave esta centralidad de la persona, el servicio a su proyecto de crecimiento.
En esta línea, cabría añadir, conviene especialmente detectar “vocaciones para la educación”, impulsar proyectos concretos en las instituciones educativas, con una atención particular, insistimos, al ámbito de la educación de la fe.
Y es importante algo que les decía el Papa a los jóvenes en su carta con motivo de la presentación de este texto: “La Iglesia desea ponerse a la escucha de vuestra voz, de vuestra sensibilidad, de vuestra fe; hasta de vuestras dudas y críticas”.
Lo recoge también el documento, como hemos visto, desde su principio: hay que escuchar a los jóvenes y darles oportunidades para que ellos mismos puedan orientar estas cuestiones que les afectan; pues con frecuencia tienen gran capacidad para proponer y practicar alternativas que muestran cómo el mundo o la Iglesia podrían ser.