Este martes 12 de enero el Papa argentino ha lanzado al mundo su primer libro, fruto de una extensa y profunda conversación con el periodista italiano Andrea Tornielli, del diario La Stampa. Unas 40 preguntas certeras, que conllevaron una conversación de cuatro horas en Santa Marta.
"El nombre de Dios es Misericordia", el libro se ha puesto a la venta en 86 países, pero lo más importante del mismo no son detalles como que el Pontífice haya escrito a mano el título de las portadas de las seis ediciones en italiano, inglés, francés, alemán, español y portugués.
Y tampoco es lo más importante que, a la presentación del mismo, hayan acudido el Cardenal de Venecia, el actor Roberto Benigni y un preso llamado Zhang Agostino Jianquing, recluso de la cárcel de Padua, que se convirtió al cristianismo el pasado año.
Lo más relevante del libro del papa Francisco es que redunda en su predicación de la Misericordia, como seña de identidad del Cristianismo. Esa línea de pensamiento, que emula a la que practicaron los primeros cristianos para acoger y abrazar a los conversos del paganismo, es un mensaje que impacta más allá de titulares.
A Francisco no le gustan ni los jueces severos, ni los curas de caras largas, ni los que predican y no dan trigo, ni los que miran a los demás por encima del hombro. La Iglesia Católica que pastorea este sucesor de San Pedro es una barca llena de pecadores, tantos que el mogollón está a punto de empezar a dejar caer cuerpos por la borda. Y el Papa lo sabe.
"Cada vez que entro a una cárcel para una visita, siempre me viene este pensamiento: ‘¿Por qué ellos y no yo?’", Palabra de Papa.
En un texto lleno de anécdotas, el propio Tornielli narra cómo logró hacer realidad la entrevista y el libro, destacando una frase poderosa que le dijo Francisco: "Dios perdona no con un decreto sino con una caricia".
Y es a partir de esa frase como se pueden apreciar en su profundidad elresto de cosas jugosas que el Papa dice en este libro. Habla Bergoglio a pecho descubierto, pero de un modo que no sorprenderá en lo más mínimo a nadie que haya leído el Evangelio con algo más de interés que el que se precisa para la revista de la antesala de un dentista.
Con cada pregunta el Papa quema etapas de kilómetros de tópicos y prejuicios, asentados por gente que puede tener buena intención, pero a los que le falta corazón.
Así el Papa vuelve a dejar claro a todos que "ningún pecado es demasiado grande para Dios", por recordar que el pecador es la materia prima de la Iglesia, le duela a quien le duela.
Otra cosa es el que se ha instalado en la patraña. A Tornielli le sorprendió la distinción que hizo el Papa entre pecadores y corruptos "que no tiene que ver con la cantidad o la gravedad de las acciones cometidas, sino con el hecho de que el primero reconoce humildemente que lo es y pide perdón para poder levantarse de nuevo, mientras que para el segundo vive elevado a sistema, se convierte en una costumbre mental, una manera de vivir".
Hay que leer las 150 páginas en las que se desglosan los cuarenta dardos, las 40 preguntas que muerde Francisco con la fuerza de hincha de San Lorenzo y la dulzura del argentino, pero debe hacerse sin miedo a que no diga lo que a uno le gusta escuchar. El Papa no escribe periódicos, no confundan.
Y claro que entra al trapo de los divorciados vueltos a casar, de las personas homosexuales, de la libertad, los presos, el perdón, la gracia, la Misericordia y todo lo que algunos consideran espinoso y otros necesario.
En esos párrafos encontramos la historia de la sobrina del Papa "que se ha casado por lo civil con un hombre antes de que este pudiera obtener la nulidad matrimonial".
Además de hablar sobre su sobrina, Francisco vuelve a recordar el respeto que merecen los gays, subrayando la importancia de hablar siempre de "personas homosexuales", porque recalca Francisco "primero está la persona, en su entereza y dignidad. Y la persona no es definida solo por su tendencia sexual".
Resumiendo, en "El nombre de Dios es Misericordia" queda claro que el Papa tiene los pies en la Tierra, pero gambetea con el corazón en el Cielo. Ah, y no tiene la más remota idea de lo que es el miedo.
["La Iglesia condena el pecado porque debe decir la verdad: esto es un pecado. Pero al mismo tiempo abraza al pecador que se reconoce como tal, lo acerca, le habla sobre la misericordia infinita de Dios. Jesús perdonó incluso a los que lo pusieron en la cruz y lo despreciaron.
Debemos volver al Evangelio. Ahí encontramos que no se habla solo de acogida y de perdón, sino que se habla de “fiesta” por el hijo que vuelve. La expresión de la misericordia es la alegría de la fiesta, que econtramos bien expresada en el Evangelio de Lucas: «Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (15, 7). No dice: «¡Y si luego recae, retrocede, comete otros pecados, que se las arregle solo!». No, porque a Pedro, que le preguntaba cuántas veces había que perdonar, Jesús le dijo: «Setenta veces siete» (Evangelio de Mateo, 18, 22), es decir siempre.
Al hijo mayor del padre misericordioso se le permitió decir la verdad sobre todo lo que había sucedido, aunque no comprendiera, porque el otro hermano, comenzó a acusarse, no tuvo tiempo para hablar: el padre lo detuvo y lo abrazó. Justamente porque existe el pecado en el mundo, justamente porque nuestra naturaleza humana está herida por el pecado original, Dios que ha dado a su Hijo por nosotros no puede más que revelarse como misericordia […]
Siguiendo al Señor, la Iglesia está llamada a efundir su misericordia sobre todos los que se reconocen pecadores, responsables del mal cometido, que sienten necesidad de perdón. La Iglesia no está en el mundo para condenar, sino para permitir el encuentro con ese amor visceral que es la misericordia de Dios. Para que esto suceda, lo repito a menudo, es necesario salir.
Salir de las Iglesias y de las parroquias, salir e ir a buscar a las personas en donde viven, en donde sufren, en donde esperan. El hospital de campo, la imagen con la que me gusta describir a esta “Iglesia en salida”, tiene la característica de surgir en donde se combate: no es la estructura sólida, dotada de todo, a donde vamos a curarnos pequeñas y grandes enfermedades.
Es una estructura móvil, de urgencias, de intervención rápida, para evitar que los combatientes mueran. En ella se practica la medicina de urgencia, no se hacen análisis especializados. Espero que el Jubileo extraordinario haga surgir cada vez más el rostro de una Iglesia que vuelve a descubrir las vísceras maternas de la misericordia y que sale al encuentro de todos los «heridos» que necesitan escucha, comprensión, perdón y amor].
Papa Francesco, «Il nome di Dio è Misericordia», una conversazione con Andrea Tornielli
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