El recuerdo que escribió el arzobispo de Buenos Aires después de la muerte de Juan Pablo II.
Si no recuerdo mal, era 1985. Una noche fui a rezar el Santo Rosario que dirigía el Santo Padre. Estaba delante de todos, de rodillas. El grupo era grande, veía al Santo Padre por la espalda y, poco a poco, me sumergí en la oración. No estaba solo: Oraba entre el pueblo de Dios al que yo pertenecía, y todos los que estaban allí, dirigidos por nuestro Pastor.
En el medio de la oración, me distraje, mirando la figura del Papa: su piedad, su devoción, ¡eran todo un testimonio! Y el tiempo se desvaneció, y empecé a imaginar el joven sacerdote, seminarista, el poeta, el trabajador, el niño de Wadowice… en la misma posición en que estaba en ese momento, orando Ave María tras Ave María. Su testimonio me impactó. Sentí que este hombre, elegido para dirigir la Iglesia, había recorrido un camino de regreso hasta su Madre del Cielo, un proceso iniciado desde su infancia.
Y allí me di cuenta de la densidad que tenían las palabras de la Madre de Guadalupe a San Juan Diego: “No temas, ¿no soy acaso tu madre?” Comprendí así la presencia de María en la vida del Papa, que no dejó de testimoniar nunca. Desde entonces recito todos los días los quince misterios del Rosario.
*Este recuerdo fue escrito por el entonces cardenal arzobispo de Buenos Aires para el número de la revista italiana “30Giorni” dedicado a la muerte de Papa Wojtyla (n. 4, abril de 2005, p. 43).