Durante su encuentro con seminaristas, religiosos y sacerdotes, el Papa Francisco estaba dispuesto a hablar sobre la unidad y la alegría pero de nuevo, sobre la marcha y sin previo aviso, tomó una decisión a la que ya nos tiene acostumbrados.
FRANCISCO
"Yo le voy a dar la homilía al cardenal Jaime para que se la haga llegar a ustedes y la publique y después la meditan. Y ahora charlemos un poquito sobre lo que dijeron estos dos profetas”.
Los dos profetas eran el cardenal Jaime Ortega y una religiosa. Hablaron de pobreza y misericordia, dos temas que tocaron en lo más profundo.
"El cardenal Jaime dijo una palabra incómoda, muy incómoda, sumamente incómoda, que incluso va de contramano con toda la estructura cultural del mundo: dijo pobreza”.
La pobreza, explicó, es una palabra que el mundo teme y que trata de evitar a toda costa para que no llegue, y que cuando se mete en el corazón de un cristiano...
"... Ahí perdiste. Ya no eres como Jesús. La pobreza siempre tratamos de escamotearla. Sea por cosas razonables, pero estoy hablando de escamoterla en el corazón”.
A Francisco le conmovió el testimonio de la religiosa que contó cómo le costó que la destinaran a un centro de impedidos físicos y mentales.
"Lloraste porque eras joven. Pensaste que en un colegio podías hacer más cosas, que podrías organizar futuros para la juventud. Y te mandaron ahí, casa de misericordia. Acariciando a quienes el mundo descarta, a quienes el mundo desprecia, a quienes el mundo prefiere que no estén”.
El Papa le agradeció a ella y a todos los religiosos el trabajo que realizan con las personas que el mundo considera "material de descarte” pero que son tan preciosas a ojos de Dios.
"Pero qué linda es para dios y que bien que hace a uno, por ejemplo, la sonrisa de un espástico que no sabe cómo hacerla, o cuando te quieren besar y te babosean en la cara. Esa es la ternura de Dios”.
Al hablar de la misericordia el Papa también dirigió unas palabras a los confesores. Les dijo que a la hora de confesar no se olviden de que son pecadores y de no se cansen de perdonar.
Tras este improvisado discurso el Papa se dirigió al último gran encuentro del día: al encuentro con los jóvenes.