Todavía hay cientos de cristianos en un rincón de Siria en donde dictan las leyes los milicianos islamistas.
También hay cristianos entre los súbditos de la galaxia yihadista que todavía se contiende un buen pedazo de Siria con el gobierno de Damasco y sus aliados rusos y chiitas. Son pocos, pobres, ancianos y tienen muchas dificultades, pero están. Y a su lado están los Franciscanos de la Custodia de la Tierra Santa, que justamente durante las últimas semanas han renovado la decisión de no abandonar a este pequeño puñado de hombres y mujeres que llevan el nombre de Cristo en las tierras ocupadas por los milicianos islamistas.
Sucede en Nkayeh, Yacoubieh y Jdeideh, los pueblitos del Valle del Orontes en los que alrededor de 400 bautizados siguen viviendo, rezando y participando en las misas celebradas en sus parroquias católicas, despojadas de campanas, cruces y estatuas de santos. Son los últimos que quedan, los que no lograron irse porque no tenían los medios o la edad para escapar. Y los dos frailes que están con ellos son los únicos sacerdotes y religiosos cristianos que se han quedado en las tierras en las que dictan las leyes las cortes islámicas impuestas por las milicias yihadistas.
En los últimos años, incluso los hijos de San Francisco se han preguntado si era posible y justo permanecer todavía en esa zona, exponiéndose a los riesgos de nuevas violencias, que se ciernen en esta frase incierta en la que ha entrado el conflicto sirio. El enésimo secuestro de Dhiya Aziz (el fraile iraquí de cuarenta años que guiaba la parroquia de Yacoubieh) planteó la cuestión, en términos brutales e impostergables, para la Custodia franciscana. El secuestro duró 12 días y concluyó con la liberación que anunció la Custodia el pasado 4 de enero, sin ofrecer mayores detalles. Este caso hizo que los frailes de la Custodia se plantearan una pregunta crucial: ¿está bien y es oportuno permanecer en las parroquias de las aldeas sirias bajo el control de las fuerzas islamistas adversarias del gobierno de Damasco, aunque el número de cristianos locales siga disminuyendo, pues muchos se van? ¿O es mejor replegarse esperando que lleguen tiempos mejores? El Custodio de la Tierra Santa, el padre Pierbattista Pizzaballa, llamó a todos los frailes de la Custodia a ocuparse de la difícil decisión, pidiéndoles su consejo para llegar a una conclusión.
Muchos frailes refirieron (oralmente o por escrito) sus consideraciones al padre Pizzaballa, quien en un mensaje publicado por el sitio Terrasanta.net expuso el resultado del discernimiento comunitario: «Sus opiniones», indicó el Custodio en el mensaje dirigido a sus hermanos, «han sido de gran ayuda y han hecho menos ardua la decisión que hay que tomar… Casi todos han expresado claramente el parecer de que es un deber permanecer en las aldeas, sin tener en cuenta el número de parroquianos y a pesar del peligro». Pizzaballa añadió otras consideraciones que dejan ver el alcance de esta decisión, tan característica del carisma de los hijos de San Francisco: «La Custodia nunca ha abandonado los lugares ni a las poblaciones que la Iglesia le ha encomendado, incluso corriendo riesgos. Muchos de nuestros mártires, incluso en el presente, han muerto en circunstancias semejantes a la situación actual. Un pastor no abandona a su rebaño y no se pregunta si sus ovejas valen mucho o poco, si son muchas o jóvenes. Para un pastor todas las ovejas son importantes y ama a todas de la misma manera». Con este espíritu, el Custodio de la Tierra Santa anunció que en Yacoubieh, en lugar de fray Dhiya, estará Louay Bhsarat, el joven fraile jordano de Belén que se había dicho dispuesto a ir a Siria «desde el principio de la guerra».
En la situación de las pequeñas comunidades cristianas del Orontes bajo la custodia de los Franciscanos se puede apreciar el núcleo más íntimo y precioso de la experiencia del martirio que viven muchas comunidades cristianas en la Siria devastada por la guerra. Desde 2011 esa zona del noroeste sirio cayó en manos de los rebeldes anti-Assad: primero de los carniceros del Estado Islámico y después de los qaedistas de Jabhat al-Nusra. En esa época, muchas cancillerías occidentales exhalaban la revuelta en contra del régimen de Damasco, y en el Occidente se acusaba a los sirios de ser fieles a los aparatos de Assad. Cuando en esa franja de Siria llegaron los rebeldes, algunos cristianos y un sacerdote ortodoxo tuvieron que huir, porque era bien conocida su relación con el gobierno. Los Franciscanos, por el contrario, se quedaron con sus parroquianos y no han sido expulsados, puesto que no ostentaban ninguna militancia o simpatía por facciones políticas. Y, hasta aquel momento, se limitaron a respetar el orden constituido.
Bajo el dominio yihadista, los cristianos de los tres pueblitos en el Orontes han tenido que eliminar cualquier signo visible público de la vida eclesial: nada de campanas, nada de procesiones, nada de cruces en las iglesias o de estatuas de la Virgen o de los santos expuestas al aire libre. En otoño de 2014 el padre Hanna Jallouf, párroco de Knayeh, fue detenido por los yihadistas junto con otros jóvenes de la parroquia. Sucedió después de que el religioso se hubiera dirigido personalmente al Tribunal islámico de la zona, en donde trató de denunciar el aumento de los abusos perpetrados por las brigadas de islamistas en el convento. Con su gesto, el padre Hanna trató de comprobar si verdaderamente el «nuevo orden» impuesto por los yihadistas podía garantizar derechos limitados a un súbdito cristiano, como prescribe la Sharia, incluso en sus interpretaciones más radicales. Y la represalia que sufrieron él y sus parroquianos fue suficiente para desenmascarar las palabras de orden de la publicidad islamista.
Durante estos últimos años, en la guerra de propaganda, los cristianos han sido denigrados o halagados, maltratados o expuestos como trofeos. Algunos círculos occidentales, que primero los insultaban, quisieran etiquetarlos incluso como víctimas de un inexistente «genocidio», tal vez para justificar en su nombre alguna operación militar. Mientras tanto, también Assad, por su parte sigue cultivando la imagen de líder árabe «amigo de los cristianos».
En su fragilidad desarmada, los Franciscanos de la Custodia y sus amigos han demostrado al mundo que siempre es posible tratar de vivir como cristianos bajo las órdenes de quienes mandan «pro tempore», sea quien sea. Incluso si son los del Califato Islámico. Y su inerme perseverancia podría ayudar a custodiar a los que se han quedado incluso en el futuro, sea cual sea el futuro de Siria.