Hemos hablado largamente de “Exodus” (Ridley Scott) en este blog: a propósito del diluvio de películas bíblicas que se avecinaba, del fabuloso lanzamiento del tráiler, de su marketing estratégico y de la posible fidelidad del guión a lo narrado en la Escritura. Ahora, al comienzo de su reseña crítica, es ineludible una breve comparación con “Noé” (Darren Aronofsky), porque ambas películas han sido grandes superproducciones basadas en el libro del Génesis, y ambas han llegado a nuestras pantallas en 2014.
(Juan Jesús de Cózar).-
Siendo Aronosfsky un director que dota a sus filmes de imágenes poderosas, personalmente me ha impresionado mucho más la espectacularidad lograda por el director de Gladiator (2000).
“Exodus” deslumbra (el 3D, en este caso, ayuda), asombra, posee un gran poder de atracción y llena los sentidos, que muchas veces no logran abarcar tanta riqueza visual y sonora. El clasicismo de “Exodus” contrasta con el look más moderno de “Noé”. Pero –adelantémoslo ya– las dos películas conmueven poco, porque la emoción (la auténtica emoción, no el sentimentalismo) es la llave que abre el corazón del espectador y le compromete en la historia.
En ambos casos, los personajes principales (Moisés y Noé) se nos presentan más como guerreros que como líderes religiosos, pero es algo bien comprensible si pensamos en la legítima finalidad de atraer a un público juvenil, interesado sobre todo en películas de héroes y aventuras. Christian Bale está inmenso,como casi siempre, y encarna a un Moisés sereno y fuerte, tierno y enérgico, aunque quizá poco sobrenatural. Esta es una de las pegas de la película. La otra –en mi opinión– es la opción elegida por el director para presentar a Dios en el filme. No conviene desvelar detalles de la trama, pero a uno le hubiera gustado que ese Dios que “hablaba con Moisés como con un amigo” (Ex 33, 11) se nos mostrara amable, misericordioso, sin atisbo de crueldad, más familiar…; obligado a castigar, sí, pero muy a su pesar, porque debía salvar al pueblo elegido –su Pueblo– del que nacería el Mesías prometido.
Como se puede adivinar fácilmente, el problema de “Exodus” está en el guión. Y eso que han intervenido hasta cuatro “plumas”: Adam Cooper, Bill Collage, Jeffrey Caine y Steven Zaillian; este último, brillante guionista de “La lista de Schindler”, “En busca de Bobby Fischer” o “Moneyball”. A pesar de que la historia está bien narrada técnicamente, carece de la profundidad necesaria y no quedan planteados los grandes temas de fondo, reduciendo buena parte de la acción al antagonismo entre Moisés y su “hermano de leche” Ramsés (un notable Joel Edgerton).
Además de Bale y de Edgerton, conviene mencionar el buen hacer –en sus breves papeles– de John Turturro (Seti) como padre de Ramsés, y de la española María Valverde (Séfora) como esposa de Moisés. Precisamente ella es la que protagoniza las escenas más íntimas y emotivas: la noche de su boda con Moisés y el reencuentro con él después del paso del Mar Rojo. Sin embargo, dos grandes actores como Ben Kinsgley (Nun) y Sigourney Weaver (Tuya) parecen convidados de piedra, porque sus apariciones resultan tan fugaces como superfluas.
Si el apartado visual es grandioso, también lo es la música de un inspirado Alberto Iglesias, que con su carácter épico y emocional acompaña oportunamente al espectador durante las dos horas y media que dura el filme.
Quizá las nuevas generaciones no conozcan la versión de la vida de Moisés que realizó Cecil B. DeMille en 1956: “Los diez mandamientos”, protagonizada por Charlton Heston y Yul Brynner. La visión de “Exodus” –que recomiendo, a pesar de sus defectos– puede ser un buen reclamo para recuperarla. Y también una ocasión para (re)leer la verdadera historia de Moisés: su encuentro con Dios en la zarza ardiente, su aceptación de las Tablas de la Ley, su incansable búsqueda de la Tierra Prometida... Una gran epopeya en la que nunca le faltó el aliento divino...