El primer documento «cien por cien» del Papa Francisco es una inyección de adrenalina en la vida de la Iglesia, a la que llama a una conversión misionera radical, abandonando la comodidad de certezas cerradas y rutinas que matan la vida.
La exhortación apostólica «La Alegría del Evangelio» es un texto optimista que invita al examen de la propia conducta. No tiene aire de arenga ni de lección magistral. Más bien suena como una conversación en la sala de estar. Una visita a la casa de los fieles laicos, que constituyen la mayoría abrumadora en la Iglesia.
El Papa se la aplica cada consejo en primera persona, pues «dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del Papado».
Esa reforma irá en la vía de la descentralización pues, a pesar de las indicaciones del Concilio Vaticano II, «todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujeto de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal».
En todo caso, el texto anuncia un reparto de tareas: «No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable "descentralización"».
El objetivo de Santo Padre es, claramente, un cambio cultural en los fieles católicos, siguiendo quizá la estrategia que está aplicando a la reforma de la Curia vaticana: primero la reforma de la cultura, después la de las estructuras y solo después el relevo de personas.
Su objetivo es una vuelta a la simplicidad del Evangelio y al modo de vida de los primeros cristianos. Todo ello en una actitud de misericordia y ternura respecto a los demás. Propone dejar de lado los esfuerzos por imponer ideas y pasar a evangelizar con lo más importante: el ejemplo de la propia vida.
El documentoincluye un diagnóstico duro pero claro sobre los males de la economía actual, y la mentira de las teorías económicas opuestas acualquier regulación para el bien común. Pero lo más importante es que no es un documento sobre estructuras ni sistemas. Es un texto que invita a mirar a las personas -a cada persona-, a respetar a los demás y a revisar la propia vida para evitar que la Iglesia caiga en repetir la oración orgullosa pero estéril del fariseo cuando la que agrada a Dios es la plegaria humilde del publicano.
Hay mucha experiencia de personas en esas líneas, pero también mucho análisis intelectual. El documento es bastante más largo de lo que se esperaba, pero tiene el potencial de convertirse en uno de los más leídos. Es, de su puño y letra, el programa del Pontificado del Papa Francisco.
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