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Vivió bajo la persecución de Diocleciano, asistió a los cambios que trajeron la paz a la Iglesia, y se encontró enseguida en el centro de la controversia arriana.
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Nació probablemente en Cesarea de Palestina, hacia el 263. Fue discípulo de Pánfilo de Cesarea y, a través de él, de Orígenes, y conservó siempre una gran veneración por ambos. Cesarea era entonces un centro importante del saber, por obra de Orígenes, y la biblioteca que éste había fundado era extremadamente rica. El año 313, Eusebio comienza a ser obispo de Cesarea.
Cuando estalló la gran crisis arriana, no parece que Eusebio se diera cuenta de la gravedad del problema.
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Al principio defendió a Arrio; luego se pronunció por la divinidad del Hijo, pero se opuso al empleo del término homousios, pues le parecía que llevaba al modalismo, e insistía en que esa divinidad del Hijo se debe formular con expresiones bíblicas, y no con términos filosóficos; al final acabó firmando las actas del concilio de Nicea, aunque protestando interiormente.
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Poco después, en la reorganización del partido pro arriano que siguió casi enseguida de la terminación del concilio, se alió abiertamente con Eusebio de Nicomedia, el obispo de la corte que acaudillaba ahora esta facción.
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Tuvo una actuación destacada en el sínodo de Antioquía (330) que substituyó al obispo de esta ciudad por uno arriano, y en el sínodo de Tiro (335), que excomulgó a San Atanasio. También escribió dos tratados contra el obispo Marcelo de Ancira, niceno, que fue depuesto poco después. Eusebio murió el año 339.
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Era grande su admiración por Constantino, el emperador cristiano que había acabado de una vez no sólo con la última y más violenta de las persecuciones, sino con la precariedad de los períodos de paz; a cambio recibió de Constantino un trato de favor. Eusebio fue su principal consejero en materias teológicas, y no hay que excluir que inspirara más de una de las medidas tomadas por el emperador contra los obispos nicenos.
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Sin embargo, su posición doctrinal se suele definir como semiarriana pues, aunque se oponía a la terminología de Nicea, defendía que el Hijo era Dios.
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Eusebio de Cesarea no es un pensador profundo, y su estilo no es elegante ni diáfano. En cambio su erudición era inmensa, y notable su espíritu de investigador. Entre los padres griegos, sólo Orígenes le supera en la amplitud de sus conocimientos, tanto sagrados como profanos.
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Por eso, mientras sus obras de controversia tienen en general un valor relativo a causa de esta misma falta de profundidad, sus obras de historia son una mina de información; a algunos autores cristianos y a sus obras los conocemos sólo a través de él, pues a menudo cita textualmente largos párrafos de sus escritos. De manera que Eusebio se considera como el fundador de la Historia de la Iglesia y, podríamos también añadir, de la Patrología. Son esas obras históricas las que le han dado su merecida fama.
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La primera que escribió, en los alrededores del 303, es la Crónica; se conserva en una traducción armenia del siglo vi que a su vez se basa en una revisión hecha por el mismo Eusebio. Es un resumen de la historia de la humanidad, desde los principios conocidos, en la que sigue a una serie de autores clásicos; su segunda parte está formada por unos cuadros sincrónicos construidos a partir de Abraham.
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Con ella pretendía demostrar que la religión judía, de la que la cristiana es continuación, es la más antigua de todas. El sentido crítico de Eusebio es bueno, y esta obra constituye una de las fuentes en que más se ha podido apoyar la investigación histórica moderna.
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La Historia eclesiástica cubre desde los principios hasta el año 324. Es sobre todo una colección muy valiosa de hechos y documentos de la vida de la Iglesia, recogidos también con un notable sentido crítico. Su intención es apologética, pues se propone presentar las listas de obispos de las sedes principales, los testigos de la tradición y los herejes, los castigos de Dios a los judíos, las persecuciones de los cristianos y los martirios, seguidos de la victoria final de la Iglesia. Tuvo un gran éxito y fue muy copiada y conocida, tanto en Oriente como en Occidente. Es una de las fuentes mejores que tenemos para conocer la antigüedad cristiana.
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Los mártires de Palestina describe la persecución del año 303 al 311, y los hechos que narra son bien conocidos del autor, contemporáneo de ellos.
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Eusebio escribió también panegíricos de Constantino, al que ya hemos dicho que apreciaba y admiraba. La Vida de Constantino es un escrito encomiástico, dentro de un género literario muy común entonces, dedicado a la memoria del emperador; la Alabanza de Constantino fue escrita en el 30 aniversario de Constantino como emperador (335). Ambos contienen datos históricos de interés.
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Nuestro autor es uno de los últimos que escribe apologías en las que aprovecha las ideas de los apologistas anteriores y añade otras muchas suyas. Son las que siguen. La Introducción general, en parte perdida..
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La Preparación evangélica y la Demostración evangélica, dos partes de una sola obra, la primera de las cuales se conserva en su totalidad y la segunda parcialmente; la primera de ellas trata de denunciar los errores de las religiones paganas para probar la superioridad de la religión judía; la segunda trata de mostrar cómo y en qué sentido la religión cristiana es continuación de la judía; ambas están escritas con la mirada puesta en las críticas de Porfirio, contra el que Eusebio había escrito un libro que se ha perdido.
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Finalmente la Teofanía, conservada en una traducción siríaca, es la última de las que compuso, y expone la manifestación de Dios a través de la encarnación del Verbo. A estas obras apologéticas se podría añadir aún otra, muy breve y que se conserva, Contra Hierocles, el gobernador de Bitinia.
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En el terreno de las Sagradas Escrituras y de la exégesis, Eusebio continuó con la labor de restitución del texto bíblico que había iniciado Orígenes; compuso una tabla para localizar fácilmente los pasajes comunes de los cuatro evangelios (cánones eusebianos); preparó un diccionario geográfico de los lugares nombrados en la Biblia (Onomasticón) que se conserva, y que era una parte de uña obra más completa de geografía bíblica. También tiene algunas obras de exégesis (de los Salmos, de Isaías) y tratados destinados a esclarecer algunos puntos obscuros (preguntas y respuestas sobre los evangelios, la poligamia de los patriarcas, la Pascua).
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Las obras dogmáticas de las que tenemos noticia son: la Defensa de Orígenes, escrita en colaboración con su maestro Pánfilo y de la que nos ha llegado sólo una pequeña parte. Contra Marcelo, que se conserva, en la que defiende su postura antinicena y rechaza los ataques del obispo niceno Marcelo de Ancira. Sobre la teología eclesiástica, que también se conserva, y en la que sigue refutando a Marcelo de Ancira, al mismo tiempo que muestra algunas tendencias origenistas.
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De sus cartas, que sin duda eran muy numerosas, sólo tres nos han llegado completas.
BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 13 de junio de 2007
Eusebio de Cesarea
Queridos hermanos y hermanas:
En la historia del cristianismo antiguo es fundamental la distinción entre los primeros tres siglos y los que siguieron al concilio de Nicea del año 325, el primero ecuménico. Como "bisagra" entre los dos períodos están el así llamado "viraje constantiniano" y la paz de la Iglesia, así como la figura de Eusebio, obispo de Cesarea en Palestina, que fue el exponente más cualificado de la cultura cristiana de su tiempo en contextos tan variados como la teología, la exégesis, la historia y la erudición. Eusebio es conocido sobre todo como el primer historiador del cristianismo, pero también como el mayor filólogo de la Iglesia antigua.
En Cesarea, donde probablemente nació Eusebio alrededor del año 260, Orígenes se había refugiado procedente de Alejandría, y allí había fundado una escuela y una gran biblioteca. Precisamente con estos libros se habría formado, alguna década después, el joven Eusebio. En el año 325, como obispo de Cesarea, participó en el concilio de Nicea, desempeñando un papel de protagonista.
Suscribió el Credo y la afirmación de la plena divinidad del Hijo de Dios, definido por eso "de la misma sustancia" del Padre (homooúsios tõ Patrí). Es prácticamente el mismo Credo que rezamos todos los domingos en la sagrada liturgia.
Eusebio, sincero admirador de Constantino, que había dado la paz a la Iglesia, sintió por él estima y consideración. Celebró al emperador, no sólo en sus obras, sino también con discursos oficiales, pronunciados en el vigésimo y en el 30° aniversario de su llegada al trono, y después de su muerte, acaecida en el año 337. Dos o tres años después murió también Eusebio.
Estudioso incansable, en sus numerosos escritos Eusebio trata de reflexionar y hacer un balance de tres siglos de cristianismo, tres siglos vividos bajo la persecución, recurriendo en gran parte a las fuentes cristianas y paganas conservadas sobre todo en la gran biblioteca de Cesarea. Así, a pesar de la importancia objetiva de sus obras apologéticas, exegéticas y doctrinales, la fama imperecedera de Eusebio sigue estando vinculada en primer lugar a los diez libros de su Historia eclesiástica.
Fue el primero en escribir una historia de la Iglesia, que sigue siendo fundamental gracias a las fuentes que Eusebio pone a nuestra disposición para siempre. Con esta Historia logró salvar del olvido seguro numerosos acontecimientos, personajes y obras literarias de la Iglesia antigua. Se trata, por tanto, de una fuente fundamental para el conocimiento de los primeros siglos del cristianismo.
Nos podemos preguntar cómo estructuró y con qué intenciones redactó esta nueva obra. Al inicio del primer libro, el historiador presenta los temas que pretende afrontar en su obra:
"Es mi propósito consignar las sucesiones de los santos apóstoles y los tiempos transcurridos desde nuestro Salvador hasta nosotros; el número y la magnitud de los hechos registrados por la historia eclesiástica y el número de los que en ella sobresalieron en el gobierno y en la presidencia de las iglesias más ilustres, así como el número de los que en cada generación, de viva voz o por escrito, fueron los embajadores de la palabra de Dios; y también quiénes, cuántos y cuándo, impulsados por el deseo de innovación hasta el error, se proclamaron públicamente a sí mismos introductores de una ciencia falsa y devoraron sin piedad, como lobos crueles, al rebaño de Cristo; (...) así como también el número, el modo y el tiempo de los ataques de los paganos contra la Palabra divina y la grandeza de cuantos, por defenderla afrontaron duras pruebas de sangre y torturas; y además los martirios de nuestros propios tiempos y la protección benévola y propicia de nuestro Salvador" (1, 1, 1-2).
De esta manera, Eusebio abarca diferentes aspectos: la sucesión de los Apóstoles, como estructura de la Iglesia, la difusión del Mensaje, los errores, las persecuciones por parte de los paganos y los grandes testimonios que constituyen la luz de esta "Historia". En todo esto, a través de él resplandecen la misericordia y la benevolencia del Salvador.
Así Eusebio inaugura la historiografía eclesiástica, abarcando su narración hasta el año 324, cuando Constantino, después de la derrota de Licinio, fue aclamado como único emperador de Roma. Se trata del año precedente al gran concilio de Nicea, que después ofrece la "summa" de lo que la Iglesia había aprendido —doctrinal, moral e incluso jurídicamente— en esos trescientos años.
La cita que acabamos de referir del primer libro de la Historia eclesiástica contiene una repetición seguramente voluntaria. En pocas líneas repite el título cristológico de Salvador, y hace referencia explícita a "su misericordia" y a "su benevolencia". Así podemos descubrir la perspectiva fundamental de la historiografía de Eusebio: es una historia "cristocéntrica", en la que se revela progresivamente el misterio del amor de Dios a los hombres.
Con genuina sorpresa, Eusebio reconoce que "de todos los hombres de su tiempo y de los que han existido hasta hoy en toda la tierra, sólo Jesús es llamado y confesado como Cristo (es decir Mesías y Salvador del mundo), y todos dan testimonio de él con este nombre, recordándolo así tanto los griegos como los bárbaros. Además, todavía hoy entre sus discípulos, en toda la tierra, es honrado como rey, es contemplado como superior a un profeta y es glorificado como el verdadero y único sumo sacerdote de Dios; y, por encima de todo esto, es adorado como Dios por ser el Logos preexistente, anterior a todos los siglos, y habiendo recibido del Padre el honor de ser digno de veneración.
Y lo más singular de todo es que los que estamos consagrados a él no lo honramos solamente con la voz o con los sonidos de nuestras palabras, sino con una completa disposición del alma, llegando incluso a preferir el martirio por su causa a nuestra propia vida" (1, 3, 19-20).
Así se destaca otra característica que será una constante en la antigua historiografía eclesiástica: la "intención moral" que entraña la narración. El análisis histórico nunca es un fin en sí mismo; no sólo busca conocer el pasado; más bien, apunta con decisión a la conversión, y a un auténtico testimonio de vida cristiana por parte de los fieles. Es una guía para nosotros mismos.
De esta manera, Eusebio interpela encarecidamente a los creyentes de todos los tiempos sobre su manera de afrontar las vicisitudes de la historia, y de la Iglesia en particular. Nos interpela también a nosotros: ¿Cuál es nuestra actitud ante las vicisitudes de la Iglesia? ¿Es la actitud de quien se interesa de ellas por simple curiosidad, buscando quizá el sensacionalismo y el escándalo a toda costa?
¿O es más bien la actitud llena de amor, y abierta al misterio, de quien sabe por la fe que puede descubrir en la historia de la Iglesia los signos del amor de Dios y las grandes obras de la salvación por él realizadas? Si esta es nuestra actitud, no podemos menos de sentirnos impulsados a dar una respuesta más coherente y generosa, un testimonio de vida más cristiano, para comunicar los signos del amor de Dios también a las futuras generaciones.
"Hay un misterio", no se cansaba de repetir el cardenal Jean Daniélou, eminente estudioso de los Padres: "Hay un contenido oculto en la historia. (...) El misterio es el de las obras de Dios, que constituyen en el tiempo la realidad auténtica, oculta detrás de las apariencias. (...) Pero esta historia que Dios realiza en favor del hombre, no la realiza sin él. Quedarse en la contemplación de las "grandes hazañas" de Dios significaría ver sólo un aspecto de las cosas. Ante ellas está la respuesta de los hombres" (Saggio sul mistero della storia, Brescia 1963, p. 182).
También hoy, muchos siglos después, Eusebio de Cesarea nos invita a los creyentes a asombrarnos, a contemplar en la historia las grandes obras de Dios para la salvación de los hombres. Y con la misma fuerza nos invita a la conversión de vida. De hecho, no podemos quedar insensibles ante un Dios que nos ha amado así. El amor exige que toda la vida se oriente a la imitación del Amado. Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance para dejar en nuestra vida una huella transparente del amor de Dios.