1. En primer lugar se refiere a la valoración de las cosas pequeñas, de lo concreto, de los cuidados que podemos prestar a nuestros familiares y amigos: “Hay gestos mínimos, que a veces se pierden en el anonimato de la vida ordinaria, gestos de ternura, afecto, compasión que, sin embargo, son decisivos, importantes. Por ejemplo, un plato caliente, una caricia, un abrazo, una llamada telefónica... Son gestos familiares de atención a los detalles de cada día que hacen que la vida tenga sentido y que haya comunión y comunicación entre nosotros” (Entrevista 18-III)
Subraya el Papa que deberíamos descubrir lo que llama “una nueva cercanía”. Y la describe como “una relación concreta hecha de cuidados y paciencia”, que mejore la relación en las familias entre padres e hijos, más allá de la televisión y de los teléfonos móviles, que atienda las necesidades, esfuerzos y deseos de cada uno. “Hay –afirma Francisco– un lenguaje hecho de gestos concretos que hay que salvaguardar. En mi opinión, el dolor de estos días debe abrirnos a lo concreto” (Ib.).
Cuando muchos han perdido a sus seres queridos y otros muchos están luchando por salvar otras vidas, el Papa reza por todos y les apoya como sucesor de Pedro, y les agradece ser ejemplo de esa sensibilidad hacia lo concreto. “Y pido –añade– que todos estén cerca de los que han perdido a sus seres queridos y traten de estar cerca de ellos de todos los modos posibles. El consuelo debe ser ahora el compromiso de todos” (Ib.).
Dice Francisco que le ha impresionado un artículo de Fabio Fazio sobre las cosas que está aprendiendo estos días. Entre otras, la cuestión ética de los impuestos, que permiten contar con suficientes camas y aparatos de respiración en estas circunstancias. Significativa, para captar el talante del Papa en estos días, es su respuesta cuando le preguntan: ¿Cómo puede vivir con esperanza estos días alguien que no cree? Vale la pena recoger esa respuesta, para poder leerla detenidamente:
“Todos somos hijos de Dios y estamos bajo su mirada. Incluso aquellos que aún no han encontrado a Dios, los que no tienen el don de la fe, pueden encontrar ahí su camino, en las cosas buenas en las que creen: pueden encontrar la fuerza en el amor a sus hijos, a su familia, a sus hermanos y hermanas. Uno puede decir: “No puedo rezar porque no soy creyente”. Pero al mismo tiempo, sin embargo, puede creer en el amor de la gente que le rodea y encontrar ahí la esperanza”(Ib.).
2. Para vivir esta Pascua ‘a puerta cerrada’ que se avecina, Francisco propone una respuesta con tres palabras: penitencia, compasión y esperanza, con el complemento de la humildad, “porque muchas veces se nos olvida que en la vida hay 'zonas oscuras', momentos oscuros. Pensamos que eso solo le puede pasar a otro. En cambio, este tiempo es oscuro para todos, sin exclusión. Está marcado por dolor y sombras que se nos han metido en casa. Es una situación diferente de las que hemos vivido. También porque nadie puede permitirse estar tranquilo, cada uno comparte estos días difíciles” (Entrevista 20-III-2020).
En esa línea, propone el Papa que la Cuaresma nos puede ayudar a encontrar un sentido a lo que nos está sucediendo, en la medida en que “nos entrena para ver con solidaridad a los demás, sobre todo a los que sufren. Esperando el resplandor de la luz que iluminará nuevamente todo y a todos” (Ib.).
Este es un tiempo–continúa en sus respuestas– en que se redescubre la importancia de rezar, como los apóstoles cuando clamaban al Señor: Maestro, nos estamos ahogando: “La oración –explica Francisco– nos deja comprender nuestra vulnerabilidad. Es el grito de los pobres, de los que se están hundiendo, de los que se sienten en peligro, solos. Y, en una situación difícil, desesperada, es importante saber que está el Señor, y que nos podemos aferrar a Él” (Ib.). Entonces Dios nos transmite fuerza y cercanía. Como a Pedro, nos da la mano para sacarnos en medio de la tormenta.
De nuevo le preguntan acerca de los no creyentes: ¿dónde pueden encontrar consuelo y ánimo?. Y responde en la línea de la anterior entrevista, aclarando que no quiere distinguir entre creyentes y no creyentes: “Todos somos humanos y, como hombres, todos estamos en la misma barca. Y para un cristiano nada humano debe ser ajeno. Aquí se llora porque se sufre. Todos. Tenemos en común la humanidad y el sufrimiento. Nos ayudan la unión, la colaboración recíproca, el sentido de responsabilidad y el espíritu de sacrificio que se genera en tantos lugares. No hay que distinguir entre creyentes y no creyentes, hay que ir a la raíz: la humanidad. Ante Dios todos somos hijos” (Ib.).
Ante los casos de los enfermos que están muriendo solos y aislados, el Papa valora y agradece el consuelo y la cercanía que presta el personal sanitario, que ocupa la primera fila de esta batalla: “Agradezco a todos esos enfermeros y enfermeras, médicos y voluntarios que, a pesar del extraordinario cansancio, se inclinan con paciencia y bondad de corazón para suplir la ausencia obligada de los familiares” (Ib.).
Al final le preguntan en qué sentido podrá servir esta experiencia para el futuro. El Papa ve aquí una oportunidad para redescubrir la fraternidad universal: “Para recordar a los hombres de una vez por todas que la humanidad es una única comunidad. Y lo importante y decisiva que es la fraternidad universal. Tenemos que pensar que será como después de una guerra. Ya no estará 'el otro', sino que estaremos 'nosotros'. Porque solo podremos salir de esta situación todos juntos” (Ib.).
Como seres humanos, concluye, tendremos que recomenzar desde ahí: “Tendremos que ver una vez más las raíces: los abuelos, los ancianos. Construir una verdadera fraternidad entre nosotros. Hacer memoria de esta difícil experiencia vivida entre todos, todos juntos. Y salir adelante con esperanza, que nunca desilusiona. Esas serán las palabras clave para volver a comenzar: raíces, memoria, hermandad y esperanza” (Ib.).
Ramiro Pellitero