La globalización de la humanidad ha suscitado un interrogante importante, al que aún no se ha dado una respuesta aceptada por la cultura corriente: ¿Cómo es que el “mundo moderno” ha nacido en Occidente y se está difundiendo en todo el mundo? ¿Y por qué es aceptado por todos los pueblos y preferido a sus modos tradicionales de vida?
O, en otras palabras: ¿Por qué desde la caída del Imperio Romano Occidente ha conocido una evolución que le ha llevado el primero a aquellas características del “mundo moderno”, en las que todos los pueblos querrían vivir?
El sociólogo estadounidense de las religiones Rodney Stark (La victoria de la razón. Cómo el cristianismo ha producido libertad, progreso y riqueza, Editorial Lindau, Turín 2008) ha examinado las muchas respuestas que se dan al interrogante: la posición geográfica y el clima de Europa, el descubrimiento de otras tierras y continentes, la colonización, la evolución histórica y cultural favorable al progreso, el pensamiento grecorromano y muchas otras.
Y juzga que todavía estas respuestas no explican por qué Occidente ha progresado y las otras partes del mundo han permanecido durante milenios bloqueadas en su desarrollo. Baste pensar en las grandes civilizaciones de China, India, Japón, Vietnam, Corea, países árabes e islámicos, América precolombina, donde no hubo ni siquiera el inicio de aquellos procesos históricos que llevaron a Occidente a la supremacía.
Rodney afirma con claridad: “Ha sido el cristianismo el que ha creado la civilización occidental. El mundo moderno ha llegado sólo a las sociedades cristianas. No al mundo islámico, no a Asia. No a una sociedad ‘laica’, porque han existido. Todos los procesos de modernización hasta ahora introducidos fuera del cristianismo han sido importados de Occidente, a menudo a través de colonizadores y misioneros”.
Este hecho histórico, que no se puede desmentir, es documentado en un modo no religioso sino laico. Han sido el Evangelio, el pensamiento de
los Padres de la Iglesia y la Teología cristiana el verdadero origen del progreso de Occidente y del mundo entero.
Mientras que las grandes religiones pusieron el acento en el misterio, en la meditación, en la astrología y la fuga de la realidad, el cristianismo nació de la Revelación de Dios y a través de la Biblia y Cristo ha afirmado el valor absoluto de cada persona humana “creada a imagen de Dios”, adoptando la lógica y el pensamiento deductivo y abriendo el camino a las ciencias y al progreso moderno.
Un segundo volumen reciente parece casi la continuación del anterior: Thomas E. Woods, Come la Chiesa cattolica ha costruito la civiltà occidentale (Cómo la Iglesia Católica ha construido la civilización occidental, Editorial Cantagalli, Siena 2007).
Thomas E. Woods, también profesor universitario estadounidense, responde al mismo interrogante que se hace el autor anterior: ¿Cómo es que el “mundo moderno” ha nacido en Occidente y se está difundiendo en todo el mundo? ¿Por qué es aceptado por todos los pueblos y preferido a sus modos tradicionales de vida?
Demuestra, de modo muy concreto, digamos histórico, cómo las diversas “novedades” que han hecho grande a Occidente, se deben no sólo a la Palabra de Dios a Jesucristo, sino a la Iglesia Católica que en el curso de los siglos ha sostenido aquellos principios y modelos evangélicos, a veces aún con la infidelidad de papas, obispos, sacerdotes y creyentes en Cristo. La Iglesia es una institución inspirada por Dios pero hecha por hombres. El volumen recorre en varios capítulos la historia de Occidente, desde la caída del Imperio Romano a las invasiones de los pueblos “bárbaros” hasta nuestros días.
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E. Woods explica, con el triunfo de esta idea en el mundo secularizado y prácticamente ateo de hoy, la degeneración y la inhumanidad del arte, de la arquitectura y de muchas otras expresiones del hombre, hasta el nihilismo de Jean-Paul Sartre (el universo es absolutamente absurdo y la vida misma completamente privada de significado), que expresa bien la cultura triunfante del Occidente moderno, cada vez más árido, viejo y pesimista. Es decir, así como es, Occidente no tiene futuro.
Antes de pensar o decir que todo esto es “triunfalismo”, hay que leer primero el libro y rebatir las pruebas históricas que aporta. No con razonamientos, lugares comunes o charlatanería, sino con otra pruebas históricas que respondan al interrogante presentado por los dos volúmenes.