El director de “Civiltà Cattolica” entrevista a Papa Francisco: «No podemos insistir solo sobre las cuestiones relacionadas con el aborto, el matrimonio homosexual o el uso de métodos anticonceptivos»
«Yo veo claramente qué es lo que más necesita la Iglesia hoy: la capacidad de curar las heridas y de calentar los corazones de los fieles, la cercanía y la proximidad. Yo veo a la Iglesia como un hospital de campo después de una batalla. ¡Es inútil preguntarle a un herido grave si tiene alto el colesterol o el azúcar! Hay que curar sus heridas. Después podremos hablar de lo demás. Curar las heridas, curar las heridas... Y hay que comenzar desde abajo».
«No podemos insistir solo en las cuestiones relacionadas con el aborto, el matrimonio homosexual y el uso de los métodos anticonceptivos. Esto no es posible. Yo no he hablado mucho de estas cosas, y me lo han reprochado. Pero cuando se habla de ello, hay que hablar en un contexto. El parecer de la Iglesia, por lo demás, es bien conocido, y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario hablar de ello constantemente.
Una pastoral misionera no está obsesionada por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que deben ser impuestas con insistencia. El anuncio de tipo misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que es también lo que más apasiona y atrae, lo que hace que ardan los corazones, como a los discípulos de Emaús...»
«La Iglesia, a veces, se ha dejado encerrar en pequeñas cosas, en pequeños preceptos. La cosa más importante, en cambio, es el primer anuncio: «¡Jesús te ha salvado!». Y los ministros de la Iglesia deben ser, por encima de cualquier otra cosa, ministros de misericordia [...] El anuncio del amor de salvación de Dios es previo a la obligación moral y religiosa. Hoy parece prevalecer, a veces, el orden al revés.»
«Debemos anunciar el Evangelio en cada calle, predicando la buena noticia del Reino y curando, incluso con nuestra predicación, cualquier tipo de enfermedad o de herida. En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales, que son «heridos sociales» porque me dicen que sienten que la Iglesia los ha condenado siempre. Pero la Iglesia no quiere hacer esto. Durante el vuelo de regreso de Río de Janeiro dije que, si una persona homosexual es de buena voluntad y está buscando a Dios, yo no soy nadie para juzgarla. Al decir esto yo dije lo que dice el Catecismo. La religión tiene el derecho de expresar la propia opinión para servir a la gente, pero Dios, en la creación, nos hizo libres: la ingerencia espiritual en la vida de las personas no es posible.»
«Una vez, una persona, provocadoramente, me preguntó si aprobaba la homosexualidad. Entonces yo le respondí con otra pregunta: «Cuando Dios ve a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza condenándola?». Hay que considerar siempre a la persona. Aquí entramos en el misterio del hombre. En la vida, Dios acompaña a las personas, y nosotros debemos acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando esto sucede, el Espíritu Santo inspira al sacerdote para que diga lo más justo.»
«Los que hoy buscan siempre soluciones disciplinarias, los que tienden exageradamente a la “seguridad” doctrinal, los que buscan obstinadamente recuperar el pasado perdido, tienen una visión estática e involutiva. Y de esta manera la fe se convierte en una ideología entre todas las demás. Yo tengo una certeza dogmática: Dios está en la vida de cada persona, Dios está en la vida de cada uno. Aunque la vida de una persona haya sido un desastre, aunque esté deshecha por los vicios, por la droga o cualquier otra cosa, Dios está en su vida. Podemos y debemos buscarlo en cada vida humana. Aunque la vida de una persona sea un terreno lleno de espinas y de yerbas, siempre hay un espacio en el que la buena semilla puede crecer. Hay que confiar en Dios.»
«¿Cómo estamos tratando al pueblo de Dios? Sueño con una Iglesia Madre y Pastora. Los ministros de la Iglesia siempre tienen que ser misericordiosos, encargarse de las personas, acompañarlas como el buen samaritano que lava, limpia, alivia a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir vienen después. La primera reforma tiene que ser la de la actitud. Los ministros del Evangelio deben ser personas capaces de calentar los corazones de las personas, de adentrarse en la noche, en la oscuridad, sin perderse. El pueblo de Dios quiere pastores y no funcionarios o clérigos de Estado. Los obispos, particularmente, tienen que ser hombres capaces de apoyar con paciencia los pasos de Dios en su pueblo para que nadie se quede atrás, pero también para acompañar al rebaño que tiene el olfato para encontrar nuevos caminos».
El pueblo es sujeto. Y la Iglesia es el pueblo de Dios que camina en la historia, con alegrías y dolores. Entonces, para mí “sentire cum Ecclesia” significa estar en este pueblo, “ser” en este pueblo. Y el conjunto de los fieles es infalible al creer, y manifiesta esta “infallibilitas in credendo” mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo que camina... Cuando el diálogo entre la gente y los obispos y el Papa va por este camino y es leal, entonces cuenta con la asistencia del Espíritu Santo. No es, pues, un sentir que se refiere a los teólogos... No hay que pensar que la comprensión del sentir con la Iglesia esté vinculada solamente al sentir con su parte jerárquica». La Iglesia no debe reducirse a «una pequeña capilla que puede contener solo a un pequeño grupito de personas seleccionadas. No debemos reducir el sentido de la Iglesia universal a un nido protector para nuestra mediocridad».
El Papa se define a sí mismo como «un pecador». Y, recordando la extraordinaria imagen del Caravaggio sobre la vocación del Mateo, afirma: «Heme aquí, este soy yo: “un pecador hacia el que el Señor ha dirigido sus ojos”. Y esto es lo que dije cuando me preguntaron si aceptaba mi elección a Pontífice».
Muchos creen que los cambios y las reformas pueden darse en tiempo breve. Yo creo que siempre se necesita tiempo para sentar las bases de un cambio verdadero, eficaz. Y este es el tiempo del discernimiento. Y, a veces, el discernimiento te impulsa a hacer inmediatamente lo que inicialmente habrías querido hacer después. Es lo que me ha sucedido en estos meses».
«En cambio, desconfío de las decisiones tomadas de repente –explicó el Papa a “Civiltà Cattolica” . Desconfío siempre de las primeras decisiones, es decir de la primera cosa que me viene a la cabeza cuando tengo que tomar una decisión. Normalmente es la decisión equivocada. Debo esperar, evaluar interiormente, tomándome el tiempo necesario. La sabiduría del discernimiento concilia la necesaria ambigüedad de la vida y hace que se encuentren los medios más oportunos, que no siempre se identifican con lo que parece grande o fuerte».
El discernimiento se lleva a cabo siempre en presencia del Señor, viendo sus signos, escuchando las cosas que suceden, el sentir de la gente, especialmente de los pobres. Mis decisiones, incluso las que están relacionadas con la normalidad de la vida, como usar un coche modesto, están relacionadas con un discernimiento espiritual que responde a una exigencia que nace de las cosas, de la gente, de la lectura de los signos de los tiempos. El discernimiento en el Señor guía mi forma de gobernar»
Sobre la Compañía de Jesús, Francisco dice: «me sorprendieron tres cosas: la misionariedad, la comunidad y la disciplina. Curioso esto, porque yo soy un indisciplinado nato, nato, nato. Pero su disciplina, la forma de ordenar el tiempo, me sorprendió mucho».
«Y luego –añadió–, una cosa que para mí es verdaderamente fundamental es la comunidad. Siempre he buscado una comunidad. Yo no me veía como sacerdote solo: necesito comunidad. Y se entiende porque estoy aquí en Santa Marta... Decidí vivir aquí, en la habitación 201, porque cuando tomé posesión del apartamento pontificio escuché claramente dentro de mí un “no”. El apartamento pontificio en el Palacio Apostólico no es lujoso. Es antiguo, tiene buen gusto y es grande, pero no es lujoso. Pero al final es como un embudo al revés. Es grande y espacioso, pero el ingreso estrecho de verdad. Se entra a cuentagotas, y yo no... sin gente no puedo vivir. Necesito vivir mi vida junto a los demás».
En mi experiencia de Superior de la Compañía... al principio mi gobierno tenía muchos defectos... Me encotré ya Provicnial cuando todavía era muy joven. Tenía 36 años: una locura. Había que afrontar situaciones difíciles, y yo tomaba mis decisiones de forma brusca y personalista. Sí, pero debo añadir una cosa: cuando confío una cosa a una persona, confío totalmente en esa persona. Debe cometer un error verdaderamente grave para que la reprenda. Pero, a pesar de esto, al final la gente se cansa del autoritarismo. Mi forma autoritaria y rápida de tomar decisiones me llevó a tener serios problemas y a que me acusaran de ser ultraconservador. Viví un tiempo de gran crisis interior cuando estaba en Córdoba. Eso, no he sido como la Beata Imelda, pero nunca he sido de derechas. Fue mi manera autoritaria de tomar decisiones lo que creó problemas.»
«Con el tiempo he aprendido muchas cosas. El Señor ha permitido esta pedagogía de gobierno también a través de mis defectos y de mis pecados. Así, cuando era arzobispo de Buenos Aires, cada quince días hacía una reunión con los seis obispos auxiliares, varias veces al año con el Consejo presbiterial. Se planteaban preguntas y se abría el espacio para la discusión. Esto me ayudó mucho a tomar las mejores decisiones. Y ahora hay algunas personas que me dicen: “no consulte demasiado y decida”. En cambio, yo creo que consultar es muy importante. Los consistorios, los Sínodos, por ejemplo, son lugares importantes para que esta consultación se vuelva verdadera y activa. Pero hay que hacerlos menos rígidos en la forma. Quiero consultaciones reales, no formales. La Consulta de los ocho cardenales, este grupo consultivo “outsider”, no es una decisión solo mía, sino el fruto de la voluntad de los cardenales, tal y como fue expresada en las Congregaciones Generales antes del Cónclave. Y quiero que sea una consulta real, no formal».
Los dicasterios romanos están al servicio del Papa y de los obispos: deben ayudar tanto a las Iglesias particulares como a las Conferencias episcopales. Son mecanismos de ayuda. En algunos casos, cuando no son bien comprendidos, corren el riesgo de convertirse en organismos de censura. Es impresionante ver las denuncias de falta de ortodoxia que llegan a Roma. Creo que las Conferencias episcopales locales tienen que estudiar los casos, con una válida ayuda de Roma. Los casos, de hecho, se tratan mejor en el lugar. Los dicasterios romanos son mediatores, no intermediarios o gestores».
Hay que caminar juntos: la gente, los obispos y el Papa. La sinodalidad debe vivirse a distintos niveles. Tal vez ha llegado el momento de cambiar la metodología del Sínodo, porque la actual me parece estática. Esto también podría tener valor ecuménico, especialmente con nuestros hermanos Ortodoxos. De ellos se puede aprender más sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre la tradición de la sinodalidad. El esfuerzo de reflexión común, considerando cómo se gobernaba la Iglesia en los primeros siglos, antes de la ruptura entre Oriente y Occidente, dará frutos en su momento».
«Siempre es necesario ampliar los esfuerzos de una presencia femenina más incisiva en la Iglesia. Temo la solución del “machismo en faldita”, porque en realidad la mujer tiene una estructura diferente a la del hombre. En cambio, los discursos que escucho sobre el papel de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista. Las mujeres están planteando cuestiones profundas que deben ser afrontadas. La Iglesia no puede ser sí misma sin la mujer y su papel. La mujer, para la Iglesia, es imprescindible. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad. Entonces, hay que profundizar mejor la figura de la mujer en la Iglesia. Hay que trabajar más para hacer una profunda teología de la mujer. Solamente dando este paso se podrá reflejar mejor la función de la mujer en el interior de la Iglesia. El genio femenino es necesario en los lugares en los que se toman decisiones importantes».
El Vaticano II fue una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. Produjo un movimiento de renovación que simplemente viene del mismo Evangelio. Los frutos son enormes. Basta recordar la liturgia. El trabajo de la reforma litúrgica fue un servicio al pueblo como relectura del Evangelio a partir de una situación histórica concreta. Sí, hay líneas de hermenéutica de continuidad y discontinuidad; sin embargo hay una cosa muy clara: la dinámica de lectura del Evangelio actualizada en el hoy que fue propia del Concilio es absolutamente irreversible. Y luego hay cuestiones particulares como la liturgia según el “Vetus Ordo”. Creo que la decisión de Papa Benedicto fue prudencial, vinculada a la ayuda de algunas personas que tienen esta particular sensibilidad. En cambio, creo que es preocupante el peligro de ideologización del “Vetus Ordo”, su instrumentalización».
Hay normas y preceptos eclesiales secundarios que hace tiempo eran eficaces, pero que ahora han perdido valor o significado. La visión de la doctrina de la Iglesia como monolito que debe ser defendido sin matices es errónea... Las formas de expresión de la verdad pueden ser multiformes; es más, esto es necesario para la transmisión del mensaje evangélico en su significado inmutable.
«Siempre está acechando el peligro de vivir en un laboratorio. La nuestra no es una “fe-laboratorio”, sino una “fe-camino”, una fe histórica. Dios se ha revelado como historia, no como un compendio de verdades abstractas. Yo temo los laboratorios porque en los laboratorios se toman los problemas y se llevan a casa para domesticarlos, para barnizarlos fuera de su contexto. No hay que llevarse la frontera a la casa, sino vivir en la frontera y ser audacez».
«Cuando se habla de problemas sociales, una cosa es reunirse para estudiar el problema de la droga de las villas miserias y otra es ir ahí, vivir ahí y entender el problema desde dentro y estrudiarlo».
Las fronteras son muchas. Pensemos en las monjas que viven en los hospitales: ellas viven en las fronteras. Yo estoy vivo gracias a una de ellas. Cuando tuve el problema del pulmón en el hospital, el médico me dio penicilina y estreptomicina en ciertas dosis. La monja que estaba de turno las triplicó porque tenía olfato, sabía qué hacer, porque estaba con los enfermos todo el día. El médico, que era de verdad muy bueno, vivía en su laboratorio; la monja vivía en la frontera y dialogaba con la frontera todos los días. Domesticar la frontera significa limitarse a hablar desde una posición distante, encerrarse en los laboratorios. Son cosas útiles, pero la reflexión para nosotros siempre debe partir de la experiencia.
«“La strada” de Fellini es la película que, tal vez, me ha gustado más. Me identifico con esa película, en la que hay una referencia implícita a San Francisco. Y creo que vi todas las películas con Anna Magnani y Aldo Fabrizi cuando tenía entre 10 y 12 años. Otra película que me gusta mucho es “Roma, ciudad abierta”. Debo mi cultura cinematográfica sobre todo a mis padres, que nos llevaban mucho al cine».