"Padre, si quieres, aparta de mi esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya’. Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra”.
Esto ocurrió en el huerto de Getsemaní, donde hoy se levanta la basílica de las Naciones que guarda la Custodia de Tierra Santa y que se alza en la ladera del monte de los Olivos en Jerusalén. Y precisamente, este lugar está directamente vinculado a la fiesta de la Preciosísima Sangre de Cristo que se celebró este pasado 1 de julio y que en realidad se extiende a todo este mes.
De este modo, se ha aprovechado esta festividad para iniciar la apertura del jubileo del centenario de la construcción de la basílica de las Naciones, el lugar donde se recuerda la agonía y el arresto de Jesús antes de su Pasión.
Fray Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, presidió la misa solemne en la mañana del sábado 1 de julio en presencia de los frailes y de numerosos fieles locales y peregrinos.
La entrada ritual en procesión a la basílica este año se detuvo de manera excepcional frente a la puerta principal, que permaneció cerrada durante el discurso de apertura del jubileo del centenario pronunciado por fray Patton; este último recordó las palabras del arquitecto Antonio Barluzzi, a quien se encargó el proyecto para la construcción de la actual basílica: “la basílica de Getsemaní será el templo de toda la cristiandad y el único santuario que represente la ofrenda a Dios del alma religiosa del siglo XX".
Esta iglesia se define, precisamente, como “de las Naciones” en virtud de esta pretensión de universalidad que deseaba su arquitecto y porque muchas naciones de la época contribuyeron a su construcción mediante donaciones.
El otro título con que se conoce la basílica del Getsemaní es “de la Agonía”, en clara referencia a los hechos que ocurrieron aquí, cuando Cristo veló en oración antes de su detención y sudó sangre por la angustia de su corazón. El esparcimiento ritual de pétalos de rosa rojas sobre la piedra colocada ante el altar de la basílica durante la celebración de la Preciosísima Sangre de Jesús pretende conmemorar ese acontecimiento.
Una vez abiertas las puertas, la procesión entró en la iglesia al son del canto Vexilla Regis, que alude a la cruz en la que Cristo derramó la sangre que redimió al mundo.
En su homilía, el padre Custodio insistió sobre la indispensabilidad de la sangre para mantener la vida y sobre el hecho de que Cristo, al hacerse hombre, tomo de nosotros “la carne y la sangre”. Y después de eso, quiso que nosotros tomásemos de él y compartiésemos con él el Espíritu Santo y la vida eterna.
Estos dos últimos dones los recibimos de manera muy especial en la Eucaristía. En ella siempre es posible vislumbrar un vínculo directo con la sangre derramada por Jesús: la sangre indica pertenencia a la misma familia y, por tanto, consanguinidad. En este sentido, la sangre de Cristo es muy valiosa para nosotros porque establece este vínculo de consanguinidad entre nosotros y Dios a través de la nueva alianza.
Cuando en el momento de la consagración se recitan las palabras de Jesús sobre el cáliz: “este es el cáliz de mi sangre […] derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”, se quiere recordar también que su sangre purifica la nuestra, porque es la única capaz de sanar a la persona y la vida de cada uno de nosotros. Lo hace, prosiguió el Custodio, “purificándonos de nuestros pecados y reconciliándonos con Dios y entre nosotros”.
La ocasión especial del jubileo del centenario de Getsemaní, que coincide con el de la basílica del Monte Tabor, ha impulsado a la Custodia de Tierra Santa a pedir a la Penitenciaría Apostólica que vuelva a proponer las indulgencias para los peregrinos que visitan los santuarios de Tierra Santa. Fray Patton, al final de la misa, anunció que la solicitud ha sido aceptada y por ello exhortó a los fieles a vivir la experiencia de la indulgencia plenaria cumpliendo lo que pide la Iglesia o, si se desea hacerlo en el mismo santuario de Getsemaní, mediante la participación en la Hora Santa o en la celebración eucarística durante la peregrinación.
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