Un primer domingo de Adviento con gran actividad pública para el Obispo de Roma quien comenzó celebrando, por la mañana, la Santa Misa por la paz para los congoleños residentes en Italia. A mediodía mantuvo su tradicional cita con los fieles y peregrinos de numerosos países congregados en la Plaza de San Pedro para escuchar su comentario al Evangelio antes del Ángelus dominical y rezar por sus intenciones de Pastor de la Iglesia Universal.
En esta ocasión por Iraq, tal como el mismo Pontífice lo manifestó al comunicar que sigue con preocupación la situación en este país, donde tras las últimas protestas se cuentan diversas víctimas. Y finalmente, por la tarde, tras el anuncio que él mismo había hecho durante la última audiencia general de noviembre, su visita al Santuario del Pesebre en Greccio. Aquí Francisco rezó en el lugar del primer belén que hizo San Francisco de Asís y firmó y presentó a todo el pueblo creyente una Carta Apostólica que permite comprender, precisamente, el significado del Pesebre.
En la gruta del Santuario franciscano del Pesebre de Greccio, tras un momento de oración, el Papa colocó en el altar una estatua tallada en madera del Niño Dios y procedió a firmar su Carta apostólica. A continuación saludó a los franciscanos y a las religiosas de esta comunidad a quienes les dirigió unas palabras acerca del testimonio que deben seguir dando. “Testimoniar el amor de Jesús”, les dijo. “En la pobreza y en la humildad”.
Un breve momento íntimo que concluyó, antes de impartirles su Bendición apostólica, con el rezo del Padrenuestro. A la vez que les pidió que si tienen “algún minuto”, recen por él. Luego el Papa prosiguió fuera de la gruta saludando personalmente a numerosas personas, entre las cuales a diversos jóvenes en compañía de algunos frailes, mientras se escuchaban los cantos y vítores de numerosos niños. Francisco recibió un pergamino regalo de los niños con un pensamiento dedicado para él.
Durante la Celebración de la Palabra en la iglesia del Santuario – que comenzó alrededor de las 16.15 – el Santo Padre Francisco dijo, entre otras cosas que “en este signo, sencillo y maravilloso del pesebre, que la piedad popular ha acogido y transmitido de generación en generación, se manifiesta el gran misterio de nuestra fe: Dios nos ama hasta el punto de compartir nuestra humanidad y nuestra vida”.
También afirmó que Él “nunca nos deja solos”, sino que “nos acompaña con su presencia escondida, pero no invisible”. Y lo hace “en toda circunstancia, tanto en la alegría como en el dolor”, puesto que Él es el Emmanuel, “Dios con nosotros”.
“ Como los pastores de Belén, aceptemos la invitación a ir a la gruta, para ver y reconocer el signo que Dios nos ha dado ”
¡Cuántos pensamientos se amontonan en la mente en este lugar santo! Y sin embargo, ante la roca de estos montes tan queridos por San Francisco, lo que estamos llamados a hacer es, ante todo, redescubrir la sencillez.
El pesebre, que San Francisco realizó por primera vez en este pequeño espacio, a imitación de la estrecha gruta de Belén, habla por sí mismo. Aquí no hay necesidad de multiplicar las palabras, porque la escena ante nuestros ojos expresa la sabiduría que necesitamos para captar lo esencial.
Frente al pesebre descubrimos lo importante que es para nuestra vida, a menudo frenética, encontrar momentos de silencio y oración. El silencio, para contemplar la belleza del rostro del niño Jesús, el Hijo de Dios nacido en la pobreza de un establo. La oración, para expresar el "gracias" maravillado por este inmenso regalo de amor que nos es dado.
En este signo, sencillo y maravilloso del pesebre, que la piedad popular ha acogido y transmitido de generación en generación, se manifiesta el gran misterio de nuestra fe: Dios nos ama hasta el punto de compartir nuestra humanidad y nuestra vida. Nunca nos deja solos; nos acompaña con su presencia escondida, pero no invisible. En toda circunstancia, tanto en la alegría como en el dolor, Él es el Emmanuel, Dios con nosotros.
Como los pastores de Belén, aceptemos la invitación a ir a la gruta, para ver y reconocer el signo que Dios nos ha dado. Entonces nuestro corazón estará lleno de alegría, y podremos llevarla a donde haya tristeza; estará lleno de esperanza, para compartirla con quien que la ha perdido.
Identifiquémonos con María, que posó a su Hijo en el pesebre, porque no había lugar en una casa. Con ella y con San José, su esposo, miremos al Niño Jesús.
Una vez concluida la reflexión del Santo Padre se leyó integralmente esta nueva Carta Apostólica Admirabile signum sobre el hermoso signo del pesebre.