Justo cuando el Papa Francisco terminaba su discurso a las autoridades de Lituania en el palacio presidencial, el Vaticano anunciaba hoy 22 de septiembre, sábado a mediodía, la firma de un acuerdo provisional con China para el nombramiento de obispos, que pone fin a siete décadas de conflictos, encarcelamientos y torturas de muchos obispos nombrados por los últimos papas desde la victoria del comunismo.
Se trata de un acuerdo histórico entre dos Estados sin relaciones diplomáticas desde 1951.
En un comunicado muy parco, el Vaticano se ha limitado a anunciar que el acuerdo había sido firmado en Pekín por Antoine Camilleri, subsecretario de la Santa Sede para las Relaciones con los Estados, y Wang Chao, viceministro de Asuntos Exteriores de la República Popular China, quienes presidían las respectivas delegaciones negociadoras.
Según el Vaticano, «el acuerdo es fruto de un acercamiento reciproco progresivo», ha sido alcanzado «después de largas negociaciones», y prevé «evaluaciones periódicas sobre la situación».
La Santa Sede subraya que «el nombramiento de obispos es una cuestión de gran relieve para la vida de la Iglesia», por lo que el acuerdo «crea condiciones para una mayor colaboración bilateral».
Se trata de un primer paso hacia el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre el Vaticano y China, canceladas por el régimen de Mao después de la victoria de la revolución. Entre otras condiciones, el Vaticano deberá suprimir antes sus relaciones diplomáticas con Taiwán.
El portavoz del Papa, Greg Burke, ha añadido en Vilna que «el objetivo del acuerdo no es político sino pastoral: permitir a los fieles tener obispos en comunión con Roma y, al mismo tiempo, reconocidos por las autoridades chinas».
El Vaticano desea que el acuerdo «favorezca el dialogo institucional y contribuya positivamente a la vida de la Iglesia católica en China, al bien del pueblo chino y a la paz en el mundo».
La posibilidad de un acuerdo ha sido criticada por sectores de la Iglesia clandestina en China, opuestos a cualquier concesión al gobierno, y endurecidos por décadas de persecución que han sobrellevado con heroísmo.
En la recta final hacia el acuerdo, el anciano cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de Hong Kong, ha pedido con su fogosidad habitual la dimisión del secretario de Estado Pietro Parolin por «traición».
Se calcula que hay unos 12 millones de católicos en China, repartidos mas o menos igualmente entre las Iglesias llamadas «clandestina» y «patriótica». Esta última puede celebrar el culto con libertad, siempre que la predicación de los sacerdotes no vaya contra ninguna de las políticas del gobierno chino.