Una multitud de sacerdotes se convirtió en albañiles y carpinteros y tomó a su cargo el derribo y reconstrucción del santuario, tarea que fue llevada a cabo en dieciocho meses. Casi 10.000 trabajadores fueron empleados en los otros edificios. Tras ocho años de trabajo (10 antes de Cristo) el nuevo edificio se abrió al culto.
Pero este monumento, que rivalizaba en sus vastas proporciones y magnificencia con las más bellos construcciones de la antigüedad y que sobrepasaba mucho incluso al de Salomón, sólo se acabó en el 62 o 64 después de Cristo (Cf. Juan, 2, 20), estando en esa época aún empleados 18.000 trabajadores (Ant. Jud., XX, IX, 7). Pues Herodes duplicó la plataforma artificial que tenía el Templo de Zorobabel, ampliando los recintos sagrados hacia el sur y especialmente hacia el norte donde las galerías llegaban hasta la roca de Baris y la Antonia (Ant. Jud., XV, xi, 3; Bell. Jud., I, XXI, 1; V, v, 2).
El Templo con sus patios, galerías y pórticos ocupaba todo el emplazamiento actual del haram esh sherif, que mide 1.070 pies por el norte, 1.540 por el este, 920 por el sur y 1.630 por el oeste. El Templo de Herodes constaba de dos patios, uno interior y otro exterior. El primero incluía todos los edificios del Templo propiamente dicho y se dividía en: (1) El Patio de los Sacerdotes, que contenía la casa de Dios y el altar de los holocaustos; (2) el Patio de Israel; y (3) el Patio de las Mujeres. Todo el espacio entre el patio interior y el muro exterior de la plataforma se llamaba Patio de los Gentiles, porque se permitía entrar en él a los no-judíos.
El Patio de los Sacerdotes formaba un rectángulo de ciento ochenta y siete codos de este a oeste y ciento treinta y siete codos de norte a sur [Middoth, II, 6 (fig. 3)]. Al oeste estaba la casa de Jehová y al este el altar de los holocaustos. Se subía al santuario por una escalera de doce peldaños, que terminaba en un majestuoso pórtico de cien codos de alto y de igual anchura.
Una puerta sin hojas de veinte codos de ancho y cuarenta de alto conducía a un vestíbulo de once codos de ancho. Según la Mishná esta entrada estaba flanqueada por dos pilares de forma cuadrada formado cada uno por diez cubos que medían cuatro codos de lado. Sobre estos dos pilares descansaba una especie de cornisa formada por cinco vigas de roble, separadas una de otra por piedras cuadradas colocadas en línea con los pilares. Era una reproducción de los arcos triunfales entonces tan comunes en Oriente.
Sobre el inmenso enrejado o verja se extendía una viña de oro, cuyos racimos, según Josefo, eran de la altura de un hombre. Añade que se extendía veinticinco codos de norte a sur y que su altura era de setenta codos sobre el suelo. Tácito (Ann., V, v) también habla de esta viña. Por encima de ella Herodes colocó una colosal águila dorada, el águila romana, lo que disgustó mucho a los judíos (Ant. Jud., XVII, VI, 2-4). El hekal y el debir mantenían sus antiguas dimensiones en longitud y anchura, pero su altura fue aumentada a sesenta codos.
Una puerta de diez codos de ancho y veinte de alto daba acceso al Santo. Las hojas de la puerta eran de madera labrada cubierta con láminas de oro, y la puerta fue además embellecida con una magnífica cortina de lino de tinte babilonio. La cámara ricamente decorada contenía el altar de los perfumes ante la entrada al debir, al norte de la mesa de la proposición y al sur del candelabro de los siete brazos. No estaba tan bien iluminada o aireada como la de Salomón. Solos los sacerdotes entraban en este patio para ofrecer incienso cada noche y cada mañana, para arreglar las lámparas, y para cambiar el sábado los panes de la proposición. Fue junto al altar del incienso donde se apareció el ángel a Zacarías (Lucas, 1, 11).
La entrada al debir no tenía puertas sino que, como antiguamente, estaba resguardada por una costosa cortina. Según la Mishná (Yoma, V, 1), ningún tabique separaba el hekal del debir, estando éste separado por dos velos colgados a la distancia de un codo uno de otro; pero Josefo distingue entre las dos cámaras dando las dimensiones de cada una. Además, habla sólo de un velo a la entrada del debir, lo que debe significar una puerta. Aún más, la ausencia de separación habría hecho necesaria una cortina de sesenta codos de larga por veinte de ancha, que nunca habría sellado herméticamente el Santo de los Santos.
La afirmación de los rabinos sobre este punto está sujeta a sospecha. No podían ignorar que según los Evangelios (Mateo, 27, 51; Marcos, 15, 38; Lucas, 23, 45), cuando Cristo murió en la cruz el velo del templo se rasgó de arriba abajo. El debir estaba vacío. Sólo el sumo sacerdote entraba en él una vez al año.
Encima del debir y del hekal había un piso de cuarenta codos de alto, de forma que todo el edificio era de la misma altura que el pórtico. A los lados norte, sur y oeste había un edifico dividido en tres pisos, cada uno de veinte codos de alto. El piso bajo y el primer piso tenían trece habitaciones de seis codos de ancho cada una y el piso superior doce. Una puerta se abría al norte desde el vestíbulo a una escalera de caracol de tres codos de diámetro situada en la esquina que formaba el muro de la casa y el saliente del pórtico. Los dos muros que formaban la caja de la escalera eran de cinco codos de espesor. En la esquina frente al sur había una caja similar que estaba pensada para facilitar la salida del agua. La anchura total de la casa, incluyendo las habitaciones laterales, era de cincuenta y cuatro codos y junto al pórtico de setenta codos, y su longitud total, incluyendo el pórtico, era de ciento seis codos, concediendo seis codos de espesor para los muros. La base era diez codos más ancha que las dimensiones dadas arriba.
Bajando cinco escalones se pasaba del patio de los sacerdotes al patio de Israel, que rodeaba al primero por tres lados. Al norte y al sur era de cuarenta codos de ancho y al este sólo de once codos. Una galería de diez codos de ancho, sustentada por espléndidas columnas de mármol, corría alrededor de este patio, probablemente también por el lado oeste, y proporcionaba refugio del sol y la lluvia. Sólo se admitía aquí a los hombres y sólo al rey se le permitía sentarse.
Al este de este patio frente a la casa de Dios (12) se alzaba una soberbia puerta, la más hermosa de todas, que según Josefo y la Mishná (Middoth, I, 4) era un regalo de Nicanor, un rico judío de Alejandría. Esta era la Thoura oraia, la porta speciosa (Hechos, 3, 2) donde San Pedro curó al hombre lisiado de nacimiento. Era de cincuenta codos de alto y cuarenta de ancho, y sus puertas de bronce corintio, labradas y cubiertas con planchas de oro y plata, eran tan pesadas que se precisaban veinte hombres para moverla. Josefo añade entre los signos premonitorios de la destrucción del Templo que esta puerta se abrió por sí sola a medianoche hacia el año 30 después de Cristo (Bell. Jud., VI, V, 3).
Desde la Puerta de Nicanor una escalera semicircular de quince escalones descendía al patio de las mujeres, rodeada por una galería al norte, este y sur. Aquí se admitía a las mujeres y se les reservaba sitios al norte y al sur, pero los hombres también frecuentaban este patio y habitualmente lo cruzaban cuando iban al Templo. Aquí había bancos, pues estaba permitido sentarse (cf. Marcos, 12, 41).
A los lados probablemente de la Puerta de Nicanor había trece cajas, con una inscripción que indicaba la finalidad especial de cada una: aceite, madera, vestidos sacerdotales, palomas, etc. Aquí vio Cristo a los ricos y a la pobre viuda depositar sus ofrendas (Lucas, 21, 1). En las cuatro esquinas había cuatro cámaras sin techo, de cuarenta codos en cuadro. Según el Talmud la cámara del noroeste era donde los impuros y leprosos, que se habían curado, se bañaban y eran declarados limpios por los sacerdotes.
En la cámara del noreste los sacerdotes clasificaban la madera; en la del sudoeste se conservaba en bodegas el aceite y el vino; en la del sudeste los que habían cumplido el voto de los Nazaritas afeitaban sus cabezas (Cf. Números, 6, 13 y ss; Hechos, 18, 18). En estas cámaras también estaba permitido lavar, cocinar, etc. Según Middoth, II, 5, había también en este patio cuatro habitaciones donde se alojaban ciertas mujeres.
Tres lados del patio interior estaban rodeados por edificios de cuarenta codos de ancho, separados por nueve puertas en forma de torres, cuatro al norte y cuatro al sur, de las cuales sólo dos se abrían al patio de las mujeres, con la puerta oriental. Estas puertas o más bien suntuosos pórticos, eran de 40 codos de alto, ancho y largo.
Una amplia barra dividía la entrada en dos huecos de diez codos de ancho y veinte de alto cada una con hojas de madera recubiertas de planchas de oro y plata. El vestíbulo era de treinta codos por lado y sus seis arcos estaban soportados por dos pilares de doce codos de circunferencia.
A los lados del patio de Israel cinco peldaños conducían al pórtico cuyo vestíbulo estaba provisto de manera similar de diez peldaños o una rampa. Aún había tres puertas dentro del haram esh sherif, la Puerta Dorada, la doble puerta y la triple puerta, construidas según el mismo plan. Entre estas puertas había una serie de cámaras dedicadas a diversos usos.
Al oeste de la segunda puerta del sur estaba el lishkat gazit, sala del Sanedrín (Middoth, II, 5), con una cámara para la instrucción del pueblo, y en el patio de las mujeres estaba el gazophylakion, sala del tesoro (Ant. Jud., XIX, VI, 1). Este vasto edificio descansaba en unos cimientos con un saliente de diez codos formando un deambulatorio, al que se accedía por una escalera de doce o catorce peldaños. Ésta era el het, estaba rodeada por un parapeto de piedra llamado soreg y enfrente de las nueve puertas había pilares con inscripciones en griego y latín notificando a los visitantes que estaba prohibido bajo pena de muerte a los no-judíos acercarse más al Templo. Hace algunos años se encontró en las cercanías del haram esh sherif uno de los pilares con una inscripción griega.
Relata que en el año 62 o 64 después de Cristo los 18.000 trabajadores empleados todavía en el adorno del Templo empezaron a no tener trabajo y pidieron demoler la Puerta de Salomón; pero ésta, aunque antigua, era tan hermosa y el coste de reemplazarla habría sido tan grande que el rey Agripa II decidió conservarla y emplear a los trabajadores en pavimentar las calles de la ciudad (Ant. Jud., XX, IX, 7). Tanto si data de los reyes de Judá o sólo de Zorobabel es suficiente para dar una idea de la magnificencia de los dos primeros templos de Jerusalén. En las esquinas de estas galerías había cámaras (pastophoria) para los guardias.
Por el lado de la ciudad la entrada se hacía a través de varias puertas de incomparable belleza, cuatro al oeste de la explanada, dos al sur, una al este y una al norte. En un terraplén inferior en el centro, Herodes erigió la basílica real, un edificio suntuoso dividido en tres naves por cuatro hileras de cuarenta y una columnas corintias. Cada columna era de más de cinco pies de diámetro. Al norte de la explanada construyó dos vastos patios rodeados de puertas que se extendían hasta la escarpadura de la roca de Baris. Estos patios se comunicaban con la Antonia sólo mediante dos escaleras (cf. Hechos, 21, 35).