El perfil del pastor según Francisco

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Homilía tras homilía, catequesis tras catequesis, durante los últimos ocho meses Papa Francisco ha trazado el perfil del verdadero pastor de almas.

"El sacerdote debe ser como un padre que sabe qué significa defender a los hijos"

Homilía tras homilía, catequesis tras catequesis, durante los últimos ocho meses Papa Francisco ha trazado el perfil del verdadero pastor de almas.

Durante la audiencia general de ayer en Plaza San Pedrohabló del sacramento de la confesión, recordando que Jesús dio a los apóstoles «el poder de perdonar los pecados». La Iglesia, añadió el Papa, «no es dueña de la potestad de las llaves, sino sierva del ministerio de la misericordia y se alegra cada vez que puede ofrecer este don divino». Se siente aquí un eco de la invitación del pasado 21 de abril, cuando Francisco habló con los sacerdotes de la diócesis de Roma antes de ordenarlos: «Sean pastores y no funcionarios. Mediadores y no intermediarios».

Al reflexionar sobre la figura del confesor, Bergoglio añadió en su catequesis: «El perdón de Dios que se nos da en la Iglesia, se nos transmite a través del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; también él un hombre que, como nosotros, necesita la misericordia, se hace realmente instrumento de misericordia, dándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben confesarse, incluso los obispos: todos somos pecadores. ¡Incluso el Papa se confiesa cada quince días, porque el Papa es también un pecador!».

«El servicio que presta el sacerdote como ministro, por parte de Dios, para perdonar los pecados, es muy delicado –continuó Francisco–, es un servicio muy delicado y requiere que su corazón esté en paz; que el sacerdote tenga el corazón en paz, que no maltrate a los fieles, sino que sea apacible, benevolente y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús, para que las curara. El sacerdote que no tiene esta disposición de ánimo es mejor, que hasta que no se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el deber ¿no? Tienen el derecho. Nosotros tenemos el derecho, todos los fieles de encontrar en los sacerdotes los servidores del perdón de Dios».

«Un sacerdote enamorado –dijo Francisco el pasado 16 de septiembre durante el encuentro con el clero romano– debe siempre acordarse del primer amor, de Jesús, volver a esa fidelidad que permanece siempre y nos espera. Para mí, este es el punto-clave de un sacerdote enamorado: que teng ala capacidad para volver con la memoria al primer amor. Una Iglesia que pierde la memoria es una Iglesia electrónica: no tiene vida. Hay que tener cuidado con los sacerdotes “rigoristas” y “laxistas”. El sacerdote misericordioso –afirmó– es el que dice la verdad, pero añade: “No te espantes, el Dios bueno nos espera. Vamos juntos”. Esto lo debemos tener siempre presente: acompañar. Ser compañeros de camino. La conversión siempre se hace así, por el camino, no en el laboratorio».

Durante la reciente visita a Asís, al dirigirse al clero de la diócesis umbra, Francisco pidió a los párrocos que aprendieran de memoria no solo el nombre de sus parroquianos, sino «incluso los de los perros», de los animales domésticos. Una manera para decir que el pastor debe estar cerca de su rebaño.

«Esto es lo que les pido: que sean pastores con “el olor de las ovejas”, pastores en medio del propio rebaño, y pescadores de hombres», dijo Francisco el 28 de marzo, durante la homilía de la misa crismal: «Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, “las periferias” donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: “Rece por mí, padre, que tengo este problema...”. “Bendígame, padre”, y “rece por mí” son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica».

Los sacerdotes, aún siendo célibes, deben ser padres. El «deseo de paternidad» está inscrito en las fibras más profundas de un hombre, explicó el Papa en la homilía de Santa Marta del pasado 26 de junio. «Cuando un hombre no tiene este deseo, algo falta en este hombre. Algo no funciona. Todos nosotros, para ser, para volvernos plenos, para ser maduros, debemos sentir la alegría de la paternidad: incluso nosotros los célibes. La paternidad es dar vida a los demás, dar vida, dar vida... Para nosotros, será la paternidad pastoral, la paternidad espiritual: pero es dar vida, volvernos padres». «Un padre –continuó– que sabe qué significa defender a los hijos. Y esta es una gracia que nosotros los sacerdotes debemos pedir: ser padres, ser padres. La gracia de la paternidad, de la paternidad sacerdotal, de la paternidad espiritual».
Hablando de las fatigas del sacerdote, durante el encuentro con el clero romano de septiembre, el Papa explicó: «Cuando un sacerdote está en contacto con su pueblo, se fatiga. Cuando un sacerdote no está en contacto con su pueblo, se fatiga pero mal y, para ir a dormir debe tomarse una pastilla, ¿no? En cambio, el que está en contacto con su pueblo (¡porque el pueblo verdaderamente tiene muchas exigencias!, pero son las exigencias de Dios, ¿no?), ese se fatiga en serio, ¿eh?; y no necesita pastillas».

El propuesto es un modelo de pastor que no crea ninguna distancia, que no vive separado, que no se considera el “administrador” de los bienes de la gracia, que no tiene la preocupación de “regular” la fe de las personas sino, más bien, de facilitarla, que no se ocupa excesivamente de las cuestiones de “moda eclesiástica” y no se preocupa demasiado por su imagen. Vive unido a Dios y por este motivo completamente dedicado al servicio de los fieles que le fueron encomendados. Deriva de esta cercanía, de este compartir, la indicación sobre la sobriedad que el Papa pronunció ante los jóvenes seminaristas y religiosos el pasado 6 de julio: «Me duele cuando veo a una monja o a un sacerdote con un coche último modelo. No se puede ir con coches costosos. El coche es necesario, para hacer muchos trabajos, pero pretendan uno humilde. Si quieren uno bonito, piensen en los niños que mueren de hambre».

Las características del sacerdote indicadas por Francisco también aparecen en el perfil del obispo que ha ido trazando durante estos meses. En el vídeo-mensaje enviado a la Ciudad de México, al Congreso sobre la Evangelización en América, el Papa habló del obispo como «pastor que conoce por su nombre a sus ovejas, las guía con cercanía, con ternura, con paciencia, manifestando efectivamente la maternidad de la Iglesia y la misericordia de Dios». El verdadero pastor, explicó, no tiene la actitud «del príncipe o del mero funcionario» que se preocupa principalmente por la disciplina, por las reglas, por los mecanismos organizativos; «esto siempre lleva a una pastoral distante de la gente, incapaz de favorecer y de obtener el encuentro con Cristo y el encuentro con los hermanos».

«El pueblo de Dios que le fue encomendado –continuó– necesita que el obispo vele por él, cuidando sobre todo lo que lo mantiene unido y promueve la esperanza en los corazones». Francisco también habló sobre la importancia para los obispos de la formación de sacerdotes que sean capaces de estar cerca, «que sepan encender los corazones de la gente, caminar con ellos, entrar en diálogo con sus esperanzas y con sus temores».

En diferentes ocasiones, Bergoglio ha aludido a la enfermedad del carrerismo: «Nosotros los pastores –dijo el pasado 19 de septiembre a los nuevos obispos– no seamos hombres con “psicología de príncipes”, hombres ambiciosos, que son esposos de una Iglesia, mientras esperan otra más bonita, más importante o más rica. ¡Estén muy atentos para no caer en el espíritu del carrerismo!». «¡Eviten el escándalo –añadió– de ser “obispos de aeropuerto”! Sean pastores acogedores, en camino con su pueblo».

Otro de los males que aflige a la Iglesia, y que a veces va de la mano del carrerismo, es el clericalismo, una «tentación», como lo definió Francisco en el vídeo-mensaje que envió a México, que daña mucho a la Iglesia. «La enfermedad típica de la Iglesia replegada hacia sí misma –escribió el Papa a los obispos argentinos el apsado 18 de abril– es la autoreferencialidad: verse al espejo, curvarse sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado». Carrerismo y clericalismo, enfermedad esta última que a veces incluso se transmite a los fieles laicos, que pueden llegar a desear ser «clericalizados», son cadenas que impiden salir, afrontar los desafíos de la evangelización en mar abierto a la que ha llamado el Papa.

Vatican Insider

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