Francisco en la Vigilia con los fieles de la espiritualidad de la Divina Misericordia
Papa Francisco recordó el abrazo de un padre o de una madre a sus hijos y subrayó la «ternura, palabra hoy casi olvidada», y la capacidad de «entrar en las llagas del otro», porque «una fe que no es capaz de meterse en las llagas del Señor, no es fe, es idea, ideología; nuestra fe es encarnada en un Dios que se hizo carne, que fue llagado por nosotros». «Cuánto dolor cuando escuchamos: “Esta gente, estos pobrecillos, saquémoslos, que se duerman en la calle”». Citó también a Wojtyla: «Compartimos con alegría y agradecimiento este momento de oración que nos introduce en el Domingo de la Misericordia, muy deseado por san Juan Pablo II para hacer realidad una petición de santa Faustina». En la basílica vaticana, al final de la Vigilia de oración presidida con todos los que siguen la espiritualidad de la Divina Misericordia y que participaron en las celebraciones del Jubileo en estos días, afirmó: «No tenemos un Dios que no sepa comprender y compadecerse de nuestras debilidades», un Dios que, con una imagen de «ternura y amor» extraordinaria, «toma a cada uno de nosotros y nos alza hasta sus mejillas».
El Pontífice, ante alrededor de 20 mil fieles, habló del «gran océano de la misericordia de Dios», y se preguntó: «¿Cuántos son los rostros de la misericordia, con los que él viene a nuestro encuentro?». He aquí la respuesta: «Son verdaderamente muchos –advirtió–; es imposible describirlos todos, porque la misericordia de Dios es un ’crescendo’ continuo. Dios no se cansa nunca de manifestarla y nosotros no deberíamos acostumbrarnos nunca a recibirla, buscarla y desearla». Porque es «siempre es algo nuevo que provoca estupor y maravilla al ver la gran fantasía creadora de Dios, cuando sale a nuestro encuentro con su amor».
El Señor «se ha revelado, manifestando muchas veces su nombre, y este nombre –subrayó Papa Francisco– es “misericordioso”». Así como la naturaleza de Dios «es grande e infinita –continuó–, del mismo modo es grande e infinita su misericordia, hasta el punto que parece una tarea difícil poder describirla en todos sus aspectos».
Papa Bergoglio observó que al ir leyendo «las páginas de la Sagrada Escritura, encontramos que la misericordia es sobre todo cercanía de Dios a su pueblo. Una cercanía que se manifiesta principalmente como ayuda y protección.Es la cercanía de un padre y de una madre que se refleja en una bella imagen del profeta Oseas: ‘Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer’». Según Francisco, esta imagen es «muy expresiva»: «Dios toma a cada uno de nosotros y nos alza hasta sus mejillas. ¡Cuánta ternura contiene y cuánto amor manifiesta!».
El Papa pensó en estas palabra del profeta cuando vio el logo del Jubileo: «Jesús no sólo lleva sobre sus espaldas a la humanidad, sino que además pega su mejilla a la de Adán, hasta el punto que los dos rostros parecen fundirse en uno».
Y exclamó: «No tenemos un Dios que no sepa comprender y compadecerse de nuestras debilidades. ¡Al contrario!, precisamente en virtud de su misericordia, Dios se ha hecho uno de nosotros».
En el Hijo del Señor, pues, «no sólo podemos tocar la misericordia del Padre, sino que somos impulsados a convertirnos nosotros mismos en instrumentos de su misericordia. Puede ser fácil hablar de misericordia, mientras que es más difícil llegar a ser testigos de esa misericordia en lo concreto. Este es un camino que dura toda la vida y no debe detenerse. Jesús nos dijo que debemos ser “misericordiosos como el Padre”».
El Papa resaltó: «¡Cuántos rostros, entonces, tiene la misericordia de Dios! Ésta se nos muestra como cercanía y ternura, pero en virtud de ello también como compasión y comunicación, como consolación y perdón». Y entre más se recibe, más hay que ofrecerla, compartirla: no se puede «tener escondida ni retenida sólo para sí mismo». La Misericordia Divina «es algo que quema el corazón y lo estimula a amar, porque reconoce el rostro de Jesucristo sobre todo en quien está más lejos, débil, solo, confundido y marginado. La misericordia sale a buscar la oveja perdida, y cuando la encuentra manifiesta una alegría contagiosa. La misericordia sabe mirar a los ojos de cada persona; cada una es preciosa para ella, porque cada una es única».
El Obispo de Roma recordó que «la misericordia nunca puede dejarnos tranquilos», puesto que es «el amor de Cristo que nos “inquieta” hasta que no hayamos alcanzado el objetivo; que nos empuja a abrazar y estrechar a nosotros, a involucrar, a quienes tienen necesidad de misericordia para permitir que todos sean reconciliados con el Padre». Por ello, no hay que tener miedo, porque «es un amor que nos alcanza y envuelve hasta el punto de ir más allá de nosotros mismos, para darnos la posibilidad de reconocer su rostro en los hermanos. Dejémonos guiar dócilmente –exhortó– por este amor y llegaremos a ser misericordiosos como el Padre». Francisco recordó el abrazo de un padre o de una madre a sus hijos y subrayó la «ternura, palabra hoy casi olvidada», y la capacidad de «entrar en las llagas del otro». Porque «una fe que no es capaz de meterse en las llagas del Señor, no es fe, es idea, ideología; nuestra fe es encarnada en un Dios que se hizo carne, que fue llagado por nosotros».
«Puede ser fácil hablar de misericordia, mientras que es más difícil volverse testimonios concretamente. Este es un recorrido –explicó el Pontífice- que dura toda la vida y no debería tener pausas. Debemos ser misericordiosos como el Padre, toda la vida. Cuánto dolor en el corazón cuando escuchamos decir: “Pero, a esta gente, a estos pobrecillos, saquémoslos, dejemos que duerman en la calle”. ¿Esto es de Jesús?». «Hemos escuchado el Evangelio –prosiguió–, Tomás era testarudo, no había creído, y encontró la fe justo cuando tocó las llagas del Señor; una fe que no es capaz de meterse en las llagas del Señor no es fe, una fe que no es capaz de ser misericordiosa como signo de las llagas del Señor no es fe, es idea, es ideología; nuestra fe es encarnada en un Dios que se hizo carne, que fue llagado por nosotros, pero si nosotros queremos creer en serio que tenemos fe, debemos acercarnos y tocar en serio las llagas, acariciar las llagas, hasta bajar la cabeza y dejar que los demás acaricien nuestras llagas».
Y al final un deseo: «que sea, pues, el Espíritu Santo quien guíe nuestros pasos: Él es el amor, él es la misericordia que se comunica a nuestros corazones»; y un consejo final: «no pongamos obstáculos a su acción vivificante, sino sigámoslo dócilmente por los caminos que nos indica. Permanezcamos con el corazón abierto, para que el Espíritu pueda transformarlo; y así, perdonados y reconciliados, seamos testigos de la alegría que brota del encuentro con el Señor Resucitado, vivo entre nosotros».
«Cómo sería bello –dijo el Pontífice al concluir la vigilia de oración–, si como monumento del Jubileo de la Misericordia, hubiera en cada diócesis una obra de misericordia: un hospital, una escuela en donde no las hay, una casa para adictos, un asilo para ancianos, muchas cosas que se podrían hacer… sería bello que cada diócesis piense: “¿Qué puedo dejar como recuerdo viviente, como obra de misericordia para este año de la misericordia?”. Pensémoslo y hablémoslo con nuestros obispos, gracias».