El primer gran abrazo del Papa Francisco con Hispanoamérica tuvo lugar el lunes en la misa con un millón de personas en un gran parque de la ciudad de Guayaquil, la más populosa de Ecuador. El calor humano y el afecto eran todavía más intensos que las elevadísimas temperaturas y el sol cegador.
Desde un “papamóvil” blanco, Francisco sonreía feliz y saludaba sin descanso, agradeciendo detalles de cariño que incluían a cada paso el lanzamiento de pétalos de rosa y todo tipo de flores, cuya variedad y belleza es orgullo del país.
El Papa escogió para su primera misa en Hispanoamérica, los dos grandes temas de esta primera parte de su pontificado: la familia y la Divina Misericordia.
Tomo como apoyo el milagro de las bodas de Caná, con el que Jesús soluciono el problema de “la falta del vino, signo de alegría, de amor y de abundancia”, a veces ausentes en algunos hogares.
El Papa explicó que “el servicio es el criterio de verdadero amor, y eso se aprende en familia. Lo mismo que a pedir permiso sin avasallar, a decir ‘gracias’ y a pedir perdón cuando hace falta, pues en toda familia hay alguna pelea”.
Por ser a la vez escuela, hospital y asilo, la familia “constituye la gran ‘riqueza social’, que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada”. Según el Papa, las ayudas del Estado o de cualquier otra entidad “no son una forma de limosna sino una verdadera ‘deuda social’ respecto a la institución familiar, que tanto aporta al bien común de todos”.
Recordando que Jesús, en las bodas de Cana, convirtió el agua “en el mejor de los vinos”, el Papa aseguró que “el mejor vino está por venir para cada persona que se arriesga al amor, incluso para aquellos que hoy ven derrumbarse todo. Jesús derrocha el mejor de los vinos con aquellos a quienes se les han roto todas las tinajas”.
Le acompañaba el arzobispo de Guayaquil, Antonio Arregui Yarza, vasco de Oñate, quien lleva la mayor parte de su vida en Ecuador igual que el jesuita malagueño “padre Paquito”, que ahora tiene 90 años y conoció a Jorge Bergoglio hace más de treinta años, cuando el entonces rector del Colegio San José le enviaba jóvenes jesuitas de Argentina para que se formasen haciendo trabajo social en Ecuador. A petición de Francisco, el programa del día incluyó un almuerzo en el Colegio Javier, para ver a su antiguo amigo.
El Santo Padre había deseado celebrar la misa delante del modernísimo Santuario de la Misericordia, promovido por el arzobispo de Guayaquil e inaugurado en 2013, pero el espacio no era suficiente para una participación masiva.
Por eso, el Papa que ha convocado un Año Jubilar de la Misericordia a partir del 8 de diciembre, tuvo que contentarse con visitar el santuario a su llegada a Guayaquil, rezar con los fieles que le esperaban en el templo, y saludar con besos y caricias a los enfermos de todas las edades sentados en la primera fila.
En unas breves palabras les aseguró que poco después, en la misa, “Voy a pedir al Señor para cada uno de ustedes misericordia. Que los cubra con su misericordia y que los cuide”. Cuando les dijo que iba a darles la bendición, añadió con una gran sonrisa: “¡No, no les voy a cobrar nada! Pero les pido por favor que recen por mí. ¿Me lo prometen?”.
El programa de la tarde incluía, al regreso a la capital, una visita al presidente de la República, en el palacio presidencial, y una visita a la catedral metropolitana, que ocupa el otro lado de la espectacular Plaza Grande de Quito, la primera ciudad declarada por la UNESCO, junto con Cracovia, Patrimonio de la Humanidad en 1978.