El año de la Fe fue convocado por el Santo Padre Benedicto XVI para celebrar el 50º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano IIy el 20º aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. El objetivo de este año es la renovación de la fe de cada creyente, a nivel personal y comunitario, y en definitiva de toda la Iglesia, que siempre debe mantenerse atenta al Evangelio y fiel a su Señor. Con el Año de la Fe se quiere renovar esta fidelidad.
Los primeros cristianos –pero también los cristianos de todos los tiempos- han vivido tres dimensiones de la fe que son fundamentales para la nueva evangelización: el anuncio y la catequesis, la liturgia y la caridad. Siempre la comunidad cristiana se preocupó por transmitir y enseñar los contenidos de la fe, que a su vez se celebran en la liturgia, especialmente en la Eucaristía, y ésta a su vez impulsa a servir al prójimo más necesitado.
La JMJ de Madrid ha sido un regalo de Dios para la Iglesia; Benedicto XVI lo definió como “una medicina contra el cansancio de creer”. A los jóvenes ahora toca continuar este entusiasmo en la vida de todos los días. Recomendaría no descuidar un sacramento muy importante para nuestra vida cristiana, que es la confesión. En ella tomamos no sólo conciencia de nuestra fragilidad, sino sobre todo de la misericordia y el amor de Jesucristo. Y también tomamos conciencia de que no estamos sólos: ¡pertenecemos a una comunidad que aún con mis errores me considera parte suya!
La Iglesia confía mucho en los jóvenes, y espera que sean capaces de transmitir la belleza del cristianismo. Que sean testigos humildes, valientes y alegres del Evangelio de Jesús. Que no sean como el joven rico, que se quedó triste, encerrado en sí mismo. Les diría a los jóvenes lo que san Pedro decía a la primera comunidad cristiana: que estén dispuestos a dar razón de la esperanza que hay en ellos. Y quelo hagan con respeto, dulzura y con una conciencia pura.(1Pe 3,15)