Dos expertos italianos sugieren un menú muy variado: guiso de judías, cordero, aceitunas, hierbas amargas, salsa de pescado, pan ácimo, dátiles y vino aromatizado, entre otros alimentos. Y no habrían estado sentados a la mesa, como se sugiere en la iconografía clásica, sino recostados en el suelo sobre almohadones, al estilo romano.
Generoso Urciuoli y Marta Berogno son dos arqueólogos especializados respectivamente en arte cristiano y en egiptología, y ambos con formación en gastronomía antigua. Hace un año realizaron un viaje a Tierra Santa para completar una investigación sobre la Última Cena, y ahora su trabajo ve la luz en forma de libro: Gerusalemme: L´Ultima Cena [Jerusalén: La Última Cena], que se unea la amplia bibliografía de ambos, tanto de monografías como de obras de divulgación.
"Nuestro punto de partida es que Jesús era judío y Él y sus discípulos observaron las tradiciones sobre la comida", explica Urciuoli. Ese punto de partida se ha completado, en primer lugar, con las precisiones que pueden obtenerse de los relatos evangélicos, no sólo de aquel encuentro del Jueves Santo, sino también de eventos como las bodas de Caná o el banquete de Herodes.
También han estudiado las pinturas de las catacumbas del siglo III y lo que se conoce sobre las costumbres en la región a raíz de hallazgos arqueológicos, en particular elementos de vajilla. Y todo, con lo que denominan "filtro de lo filológicamente aceptable".
"En aquella época, en Palestina, la comida se situaba sobre mesas bajas y los invitados comían reclinados sobre cojines y alfombras en el suelo", añade Urciuoli en Archeoricette [Arqueorecetas], su propio blog sobre gastronomía arqueológica.
Y con loza de piedra, según sugieren las numerosas piezas (vasos, platos, jarras) de ese material datadas en el siglo I y encontraddas en torno a Jerusalén y Galilea: "Los judíos que observaban las reglas de la pureza utilizaban vasos de piedra porque no eran susceptibles de transmitir la impureza". También podían usarse piezas de arcilla, de uso muy extendido en todo el mundo en aquella época.
Urciuoli y Berogno corroboran un detalle del Evangelio de San Juan, cuando Jesús ofrece algo de comer a Judas (Jn 13, 26): "Era una costumbre compartir comida de una cazuela común".
Sus estudios basados en las bodas de Caná permitieron a los investigadores "comprender las leyes dietéticas judías conocidas como kashrut, que establecían qué puede comerse y qué no y cómo deben prepararse", y los centrados en el banquete de Herodes "analizar las influencias culinarias de Roma en Jerusalén". Así, han concluido que en ambas celebraciones, y también en la Última Cena, debió consumirse tzir, una variante de la salsa de pescado romana garum.
También sugieren otros platos característicos de la gastronomía palestina de la época, como el cholent, un guiso de judías que se cocinaba muy lentamente, olivas con hisopo, una hierba con sabor a menta, hierbas amargas con pistachos y charoset, un pastel de dátiles y frutos secos. Estos dos últimos manjares eran típicos de Pascua, mientras que el hisopo se consumía diariamente.
"Nuestro trabajo no es ni quiere ser un argumento de fe", subrayan los autores, aunque los datos que aportan están en buena sintonía con las referencias bíblicas: "Lo que hemos hecho es un intento de confrontar las fuentes existentes hasta el momento de la cena refiriéndolas al contexto arqueológico, político, literario y lingüístico de la Palestina y del mundo greco-romano del siglo I".
A fin de cuentas, lo verdaderamente importante que sucedió aquella noche no fue la cena en sí, sino la institución de la Eucaristía con la consagración del pan ácimo y el vino aromatizado que, como señalan los Evangelios y confirman Urciuoli y Berogno, estaban presentes en cualquier mesa de Pascua en la Jerusalén del año 33.