El incendió estalló el 19 de julio del 64 y duró, según Suetonio, seis días y siete noches, pero en seguida comenzó de nuevo en la propiedad de Tigelino, lo que alimentó las sospechas contra el emperador, y continuó durante otros tres días, como consta por de una inscripción (CIL VI, 1, 829, que establece su duración en nueve días).
Los modernos tienden a negar la responsabilidad directa de Nerón en el incendio: todas las fuentes, sin embargo, concuerdan en decir que se vieron a personas que avivaban el incendio cuando ya había comenzado. Para los que dan la culpa a Nerón esta gente actuaba iussu principis, «por orden del emperador», para los que defienden su inocencia, según los cuales el incendio había estallado por negligencia, por autocombustión, por el calor estival, por el viento, esa gente lo hacía «para poder llevar a cabo con más libertad sus robos».
Para Suetonio y para Dión, sin embargo, estas personas eran cubiculari (camareros] del emperador e incluso soldados, y su presencia puede autorizar las peores sospechas. De la comparación entre Tácito y Suetonio se infiere además que las precauciones que se tomaron y las intervenciones de socorro fueron interpretadas como pruebas de la culpabilidad de Nerón: sobre todo la destrucción, llevada a cabo por los soldados con el fuego, de edificios cercanos a lo que será luego la Domus aurea y la prohibición a sus legítimos propietarios de acercarse a sus casas para salvar lo salvable y recuperar los cadáveres de sus muertos alimentaron muchas sospechas.
También contribuyó a estas sospechas el hecho de atribuirle al emperador un móvil concreto: no tanto el que Suetonio y Dión, pero no Tácito, aceptan como seguro, el deseo de ver morir Roma bajo su reinado, como Príamo había visto sucumbir Troya (deseo coronado con el famoso canto), sino también y sobre todo el desprecio por la vieja Roma, con sus calles estrechas y sus viejos edificios, y la voluntad de aventurarse en una gran empresa urbanística, convirtiéndose en el nuevo fundador de Roma.
Tácito es el único, entre nuestras fuentes, que dice que Nerón inventó la falsa acusación contra los cristianos para acallar las voces que le acusaban del incendio (Anales XV, 44). La noticia le llega naturalmente de una fuente que considera el incendio intencional (para los partidarios de la tesis el incendio casual no había culpables), por tanto, con toda probabilidad, de Plinio.
Para Plinio, como para Tácito, los cristianos eran inocentes del incendio de Roma y el suplicio que se les había infligido era digno de piedad, pero los cristianos, no culpables por el incendio, eran culpables, para nuestra fuente, de una exitiabilis superstitio (funesto culto). El testimonio de Tácito, claramente hostil contra los cristianos por su superstitio, pero convencido de su inocencia respecto al incendio, muestra la falta de fundamento de la hipótesis de aquellos, entre los modernos, que acusan a los cristianos de haber quemado Roma a causa de su fe en la inmediata parusía (el regreso de Cristo a la tierra).
La distinción entre la falsa acusación de incendiarios, que afectó según Tácito sólo a los cristianos de Roma, y la de superstitio illicita (culto ilícito), la única que conoce Suetonio (Nero, 16,2), que afectó a los cristianos de todo el imperio, no es, como a menudo se cree, el resultado de dos versiones del mismo hecho narrado por dos fuentes distintas, sino el efecto de dos decisiones distintas, de las cuales la segunda es seguramente anterior a la primera.
La Primera Epístola de San Pedro (4,15), que en mi opinión se puede fechar entre el 62 y el 64, prevé la posibilidad de que los cristianos puedan ser imputados por ser cristianos no sólo en Roma, sino en todo el Imperio, y presupone una hostilidad ampliamente difundida (cf 1 Pe 4, 12), que bien cuadra con las acusaciones de flagittia (crímenes infamantes), que según Tácito hacía que el vulgus (la gente común) aborreciera a los cristianos.
Pero si la atmósfera de la Primera Epístola de San Pedro es la que presupone Tácito, la imputación por cristianismo es ciertamente la que Suetonio conoce y no puede referirse a un edicto imperial (como la imputación por el incendio de Roma), sino sólo a un senadoconsulto, al que correspondía, en edad julio-claudia, decidir sobre las cuestiones religiosas.
La institutum (institución) de la que habla Suetonio, la institutum Neroniarum de que habla Tertuliano (Ad nationes I, 7,14), no es un edicto ni un senadoconsulto, sino un antecedente de hecho: es la aplicación que Nerón, dedicator damnationis nostrae (autor de nuestra condena, Tertuliano, Apolgeticum V,3), hace inmediatamente después del 62 del senadoconsulto con que en el 35 había sido rechazada la propuesta de Tiberio de reconocer la licitud del culto de Cristo y que había hecho del cristianismo una superstitio illicita en todo el imperio.
El veto de Tiberio había impedido la aplicación del senadoconsulto y la situación no había sufrido cambios hasta el 62, cuando la ejecución de Santiago el Menor en Judea, decidida por el sumo sacerdote Ananos, fue posible por la ausencia momentánea del gobernador romano.
Pero en el 62 tuvo lugar un cambio decisivo, no sólo en las relaciones entre el Imperio y los cristianos, sino en toda la política de Nerón: es el momento del abandono de Séneca de la vida pública, de la muerte de Burro, substituido en la Prefectura del pretorio por Tigelino, del repudio de Octavia y de las bodas con la judaizante Popea, de la ruptura con los estoicos de la clase dirigente y del abandono definitivo de la línea julio-claudia del principado por un dominio de tipo orientalizante y teocrático.
Cristianos y estoicos fueron atacados en los mismos años y juntos acusados ante la opinión pública: aerumnosi Solones (Solones atormentados), según Persio (Satirae III, 79), eran los estoicos en la opinión de la gente ignorante, saevi Solones (Solones despiadados) son llamados los cristianos en un grafito de Pompeya; según la Primera Epístola de San Pedro (4,4) son calumniados «porque no participan con los demás en ese libertinaje desbordado». El clima en el que se hacen estas acusaciones es el mismo: contra los estoicos de la clase dirigente se usó el arma política de la lex maiestatis (ley para la defensa del Estado); contra los cristianos fue suficiente proponer el viejo senadoconsulto del 35.
La primera víctima de la decisión neroniana de acusar a los cristianos basándose en el viejo senadoconsulto fue, creo yo, Pablo, que era muy conocido en los ambientes de la corte: esta imputación está atestiguada en la Segunda Carta a Timoteo, escrita en el otoño de un año que podría ser el 63 (cf. 2Tim 4, 21). Pablo está encarcelado de nuevo en Roma, pero esta vez espera una condena, pero no por el incendio (porque se trata de un encarcelamiento “civil”, Pablo puede pedir libros y una capa).
La detención y condena de Pedro debieron ocurrir, junto con la de los demás cristianos de Roma, después del incendio del 64: su martirio, murió crucificado en los horti neroniani (los jardines de Nerón), no puede separarse, como revela la comparación entre la descripción de Clemente Romano (1Cor 5) y la de Tácito (Anales XV, 44), del de la multitudo ingens –poly plethos (ingente multitud) que Nerón ofreció como espectáculo, con un circense ludicrum (espectáculo circense), al pueblo de Roma, poniendo a disposición hortos suos (sus jardines).
Guarducci ha pensado en las fiestas del 13 de octubre del 64, unos meses después del incendio, cuando la persistencia de las sospechas contra Nerón le pudo aconsejar al emperador buscar chivos expiatorios.