Intensa y profunda homilía del Papa Francisco en la misa con los nuevos cardenales en la Basílica de San Pedro del Vaticano, recordando que la lógica de Dios indica la integración de los enfermos.
ANDRÉS BELTRAMO ÁLVAREZ
CITTÀ DEL VATICANO
Jesús no tuvo miedo “de los obtusos”, de quienes “se escandalizan de cualquier apertura”. Él fue al encuentro de los marginados, los heridos y los condenados. Así indicó el camino de la Iglesia: Misericordia e integración. Salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Sin importar las resistencias y la hostilidad. He ahí el desafío de los cristianos hoy. “En el evangelio de los marginados nos jugamos nuestra credibilidad”.
Un discursos intenso y profundo. En la homilía de la misa que celebró con los nuevos cardenales, la mañana de este domingo en la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco compartió quizás la reflexión más importante de su pontificado. Partió del pasaje bíblico de la curación del leproso para explicar la verdadera prioridad de la Iglesia: Como Jesús, involucrarse en el dolor y la necesidad de la gente enferma. Tocar con mano sus llagas, sin dejarse limitar por los prejuicios o la mentalidad dominante, “sin preocuparse para nada del contagio”.
“Jesús responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios. Y eso escandaliza a algunos”, señaló.
“Jesús no tiene miedo de este tipo de escándalo. Él no piensa en las personas obtusas que se escandalizan incluso de una curación, quese escandalizan de cualquier apertura, a cualquier paso que no entre en sus esquemas mentales o espirituales, a cualquier caricia o ternura que no corresponda a su forma de pensar y a su pureza ritualista. Él ha querido integrar a los marginados, salvar a los que están fuera del campamento”, agregó.
Según el Papa, se trata de dos lógicas “de pensamiento y de fe”. Una, el miedo a perder a los salvados; la otra, el dese de salvar a los perdidos. Y constató que también en la actualidad existe, para la Iglesia, la encrucijada de estas dos lógicas: Aquella de “los doctores de la ley”, que lleva a alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada; o la “lógica de Dios” que, con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien, la condena en salvación y la exclusión en anuncio.
Sostuvo que esas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia, que se debate entre marginar y reintegrar. Como san Pablo, que llevó el mensaje de Cristo hasta los extremos confines de la tierra, escandalizando, y encontró “una fuerte resistencia y una gran hostilidad”, sobre todo “de parte de aquellos que exigían una incondicional observancia de la ley mosaica, incluso a los paganos convertidos”.
Pero advirtió que el camino de la Iglesia es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Insistió que eso no quiere decir menospreciar los peligros o “hacer entrar los lobos en el rebaño”, sino acoger al hijo pródigo arrepentido, sanar con determinación y valor las heridas del pecado, actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo.
“El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero; el camino de la Iglesia es precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las ‘periferias’ de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de Dios; el de seguir al maestro que dice: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”, ponderó.
La homilía fue particularmente larga, a diferencia de la costumbre del Papa. Un discurso articulado, bien fundamentado, con numerosas citas bíblicas. Francisco dejó por un momento el lenguaje sencillo y habló desde la fuerza de las escrituras.
Para él Jesús revolucionó y sacudió la mentalidad de su época, que estaba cerrada por el miedo y recluida en los prejuicios. Al curar al leproso rompió con la costumbre arraigada de considerarlo un condenado y obligarlo a vivir fuera de las ciudades, en campamentos a los cuales nadie se podía acercar.
Abundó que “curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la ley. En efecto, Jesús libra a los sanos de la tentación del ‘hermano mayor’ y del peso de la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado el peso de la jornada y el calor”.
Y aclaró que la caridad no puede ser neutra, indiferente, tibia o imparcial; ella contagia, apasiona, arriesga y compromete. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita. La caridad es creativa en la búsqueda del lenguaje adecuado para comunicar con aquellos que son considerados incurables y, por lo tanto, intocables. El contacto es el auténtico lenguaje que transmite, fue el lenguaje afectivo, el que proporcionó la curación al leproso.
A los cardenales les recordó que la lógica de Jesús es el camino de la Iglesia, que implica no sólo acoger e integrar, con valor evangélico, a aquellos que “llaman a la puerta”, sino también ir a buscar, sin prejuicios y sin miedos, a los lejanos, manifestándoles gratuitamente aquello que también nosotroshemos recibido gratuitamente.
Invocó a la Virgen María para que enseñe a todos los cristianos a no tener miedo de acoger con ternura a los marginados, a no tener miedo de la ternura y de la compasión, les conceda paciencia para acompañarlos en su camino, sin buscar los resultados del éxito mundano.
“Os exhorto a servir a la Iglesia, en modo tal que los cristianos – edificados por nuestro testimonio – no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial”, llamó.
Aseguró: “No descubrimos al Señor, si no acogemos auténticamente al marginado. Recordemos siempre la imagen de san Francisco que no ha tenido miedo de abrazar al leproso y de acoger aquellos que sufren cualquier tipo de marginación. En realidad, sobre el evangelio de los marginados, se juega, se descubre y se revela nuestra credibilidad”.