Si se quiere aprovechar el estudio de la encíclica "Laudato si'" es interesante conocer la situación del debate actual sobre la ética ambiental.
Una entrada para comprender la ecología y la nueva encíclica.
Si se quiere aprovechar el estudio de la encíclica "Laudato si'" es interesante conocer la situación del debate actual sobre la ética ambiental.
Si se quiere aprovechar el estudio de la encíclica Laudato si', es interesante conocer la situación del debate actual sobre la ética ambiental.
Con frecuencia los autores contemporáneos se apoyan en las éticas tradicionales para responder preguntas como: ¿qué cosas tienen valor intrínseco (en ética ambiental diríamos "valor ecológico"), bueno o malo? ¿Qué hace que una acción sea correcta o equivocada?
Otras cuestiones que se plantean son el valor de las zonas desérticas o despobladas, el valor de los “ambientes” reconstruidos por el hombre, los problemas causados por el acceso de la gente a las “reservas” ambientales…Todo ello requiere aún tanto de profundización como de investigación empírica.
Ética ambiental y algunas "éticas tradicionales"
1. Veamos en primer lugar los planteamientos de quienes escriben sobre Ética ambiental en la actualidad acudiendo a las denominadas “éticas tradicionales”.
a) Los consecuencialistas, utilitaristas y hedonistas tienden a considerar que el valor intrínseco por excelencia es el bienestar. En esta perspectiva solamente se tienen en cuenta las personas y los animales (pero no el resto de los seres, a los que se atribuye un “valor instrumental”).
Además, como se trata de ceder ante quien obtenga el máximo de bienestar, actividades como pescar ballenas o cazar elefantes podrían permitirse por el placer que reportan al hombre (P. Singer, 1993). Ya se ve que por aquí no se sale de un antropocentrismo radical (que somete todo al dominio despótico del hombre), y es dudoso que este tipo de planteamientos sirva para la ética ambiental.
b) Por éticas deontológicas suele entenderse –en un sentido deontológico radical o “puro”– las que no tienen en cuenta las consecuencias, sino que se basan solo en algunas reglas o deberes como no matar ni dañar a los inocentes, no mentir, guardar los compromisos, etc.
En este marco, autores como T. Reagan (1983) sostienen el valor intrínseco o inherente de los seres humanos o de animales que reúnan ciertos criterios como percepción sensorial, memoria, deseos, identidad psicológica que se mantiene en el tiempo, etc., es decir cierta conciencia.
P. Taylor –que escribe hacia la misma época– extiende el valor intrínseco a todos los seres vivos incluidos los microorganismos, hablando de biocentrismo deontológico e igualitario de estos seres que tienen un "centro teleológico de vida". Por tanto no pueden ser tratados como meros medios (también N. Agar en 2001).
Una variante de este biocentrismo es el pensamiento de R. Attfield (1987) que distingue una jerarquía entre los valores intrínsecos de los seres vivos, dando más valor a los humanos, y considerando también las consecuencias cuando hay conflictos entre seres vivos.
Estos pensadores se preocupan por los individuos, y no por las especies o ecosistemas. En cuanto a los movimientos de liberación de los animales, con frecuencia chocan contra los ambientalistas, y muchos dudan de que puedan ser útiles dentro de la ética ambiental.
Entre las corrientes deontológicas, en 1980 J. B. Callicot defiende un holismo ético de la tierra en la línea de la “ética de la tierra” de A. Leopold. La comunidad biótica sería el único “lugar” de valor intrinseco, mientras que los individuos pueden sacrificarse por el todo, incluyendo las personas. Esta misantropía ha sido criticada ampliamente, por ejemplo por T. Regan que la califica de "fascismo ambiental". Ante estas acusaciones posteriormente Callicot ha dicho que también los individuos, y no solo las comunidades, tienen un valor intrínseco.
A. Brennan en 1984 sostiene que las entidades naturales individuales (seres vivos o no) no tienen "funciones intrínsecas" a su identidad, es decir, no están determinados por la utilidad para otros, y lo mismo los ecosistemas. Por eso tienen un valor intrínseco y no deben ser usados como simples medios. En la misma, línea E. Katz y R. Elliot en los 90 mantienen el principio deontológico de que la naturaleza es un todo como "sujeto autónomo" que requiere respeto y no puede ser manipulado para utilidades humanas.
Estos autores niegan el valor de los ambientes naturales modificados. En cambio otros, como Y. S. Lo,valoran las mejoras aportadas por la vida y la cultura humana. Otros discuten si no es mejor respetar totalmente la naturaleza.
(Sobre el valor que el cristianismo –valor propio y ordenado– reconoce en todas las criaturas, ver enc. Laudato si’, nn. 84 ss.).
Ética ambiental y ética de las virtudes
c) Ética de las virtudes y ecología. Para un deontologista (puro) la acción debe decidirse por un deber. Para un consecuencialista, la acción debe emprenderse teniendo en cuenta las consecuencias[1]. Para la ética de la virtud, la acción es inseparable del carácter moral del agente.
Por otra parte, la Ética de virtudes se interesa por la madurez de la vida humana como vida virtuosa, en términos de Aristóteles o en la perspectiva de Confucio.
Esta ética explora la relación entre moralidad y psicología, y propone que las virtudes sean compatibles con los deseos humanos. (De hecho no es posible una ética de virtudes aislada de una ética de bienes y de normas).
Por estos motivos la ética de virtudes ha podido parecer inevitablemente antropocéntrica y poco apta para fundamentar una ética ambiental. Pero ya Aristóteles observa que la vida virtuosa hace a las personas generosas. Y por eso algunos como O’Neill (1992) argumentan que una vida plena requiere virtudes que llevan a valorar, amar, respetar y cuidar del ambiente natural por sí mismo.
(Sobre la virtud en relación con la ecología, puede verse lo que expone Laudato si’ en sus nn. 88, 210, 211, 223, 224).
Ética y zonas deshabitadas
2. En cuanto a las zonas desérticas, muchos ambientalistas destacan su importancia para el bien del hombre y su psicología. Como otros autores en las décadas anteriores, también los actuales entienden que la apreciación estética de la naturaleza tiene el poder de “reencantar” la vida humana.
En contraste con esto, antes del 2000 la literatura ecológica aprecia poco el valor de los ambientes reconstruidos por el hombre. Se invierte poco y se asocian a crimen y pobreza. Lo mismo pasa con las tradiciones, culturas e idiomas locales.
Hay que añadir los nuevos problemas causados por el acceso de la gente a ambientes naturales en países desarrollados. Los amantes del desierto llegan a decir que los humanos son como un cáncer que hay que controlar y destruir. Esta misantropía es una reacción –que pagan los pobres– a un elitismo en relación con el ambiente natural y su contemplación, que es el que más estropea el ambiente, sobre todo con los automóviles. Hay que replantearse todo esto interdisciplinarmente.
Se ve necesario afrontar los valores ambientales como ciudadanos y no como consumidores. Y evitar los reduccionismos. Sobre todo el reduccionismo económico. Pero también evitar los extremos del antropocentrismo radical y del ecocentrismo radical (supresión de las características distintivas del ser humano diluyéndolo en la naturaleza o biosfera e igualándole en valor al resto de los seres).
Crisis ambiental e ideologías patológicas
3. Patologías de la crisis ambiental: teorías e investigación empírica. Los autores señalan cuatro patologías ambientales de origen ideológico.
a) Desde los años 60, L. White culpa al monoteísmo judeocristiano de ser el primer factor de la crisis ambiental por su antropocentrismo hacia la naturaleza. (Responder a esta acusación requeriría más espacio, pero de entrada, desde luego que la tradición judeocristiana no admite ningún antropocentrismo en sentido radical).
A este propósito cabe notar lo que afirma la encíclica Laudato si‘ (n. 64): “...las convicciones de fe ofrecen a los cristianos (...) grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles” (n. 64).
Esto no significa negar que en determinadas circunstancias se hayan podido dar malas interpretaciones del cristianismo o de sus enseñanzas sobre la naturaleza creada y su relación con el hombre. Y recoge el Papa Francisco estas palabras de Juan Pablo II: “Los cristianos, en particular, descubren que su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el Creador, forman parte de su fe”.
A la vez afirma la encíclica: “Por eso, es un bien para la humanidad y para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestras convicciones” (Ibid).
Feminismo, Deep Ecology y neoanimismo
Los ambientalistas añaden otros tres factores ideológicos que, según ellos, junto con el antropocentrismo (sobre todo el antropocentrismo radical) serían los principales factores causantes de la crisis ambiental. Respectivamente cabe señalar corrientes ideológicas que denuncian esos factores e intentan combatirlos.
– la cultura patriarcal o machista, por lo que el ecofeminismo vincula las tesis del feminismo con la crisis ecológica;
– el no tomarse en seriol el ambiente natural, dedicándose solo a poner parches a los problemas, sobre todo en la medida en que afectan al bienestar de los humanos; por eso la Deep ecology propone un pensamiento radical y a fondo de la ecología, aunque esta corriente no parece tener capacidad para llevarlo a la práctica con sus consecuencias;
– el haberse perdido el sentido del asombro y del misterio de la naturaleza ("desencantamiento" de la naturaleza), reeduciéndola a objeto manipulable; de aquí surge el neoanimismo, que sostiene la conveniencia de replantear el animismo tradicional y el nuevo panteísmo como modos de re-encantamiento del mundo, de devolver a la naturaleza la capacidad de asombro y de belleza que le privó la mentalidad positivista de la modernidad.
Si el antropocentrismo se considera como el “gran mal”, entonces hay que conseguir el no al antropocentrismo. Y el no-antropocentrismo mantiene dos tesis; primera, la tesis evaluativa, según la cual los seres no humanos tienen valor intrínseco independiente del uso que otros hagan de ellos; segunda, la tesis psico-comportamental, que afirma que los que creen en la primera tesis tienen un mejor comportamiento ambiental.
Según esto lo que hace falta sería convertir a la gente a la fe en el valor intrínseco de la naturaleza no humana. (Recuérdese que la encíclica Laudato si’ va más allá al hablar de "conversión ecológica", cf. nn. 216 ss).
Pero todo esto –reconocen los autores actuales más críticos– requiere comprobación empírica de las distintas teorías patológicas, comenzando por demostrar que el antropocentrismo es la causa principal de los males ecológicos.
En efecto, hay mucho que matizar en la cuestión del antropocentrismo, y desde luego no puede admitirse en un sentido radical, como tampoco cabe–como queda dicho más arriba– un ecocentrismo radical.
También –se apunta en la literatura sobre el tema– se necesita investigación para demostrar las raíces culturales de la sequía, las causas de la no preservación de la biodiversidad y del cambio climático.
Como asimismo se requiere investigación sobre la carga social de los refugiados por motivos ambientales, los efectos del consumismo y las enfermedades causadas por la polución, la continua destrucción del ambiente natural y la pérdida continua de especies, y cómo ello afecta a otras formas de vida del planeta.
En el trasfondo sigue latente la cuestión de cómo los seres humanos deben relacionarse con el ambiente natural en su búsqueda de felicidad y de bienestar. Claro que todo esto no será ajeno a su modo de entender y de buscar la felicidad, ójalá que teniendo en cuenta a los demás.