“San Bernardo [en el siglo XII], cuando escribía de la gloria y de los grandes privilegios de la Madre de Dios, afirma, admirado, que de María nunca se dirá bastante de su santidad y grandeza. Pero con profundo realismo bíblico y teológico rechaza como impropias de su santo nacimiento que hubiese sido engendrada por lo que él llama ósculo de la paz y no por la santa cópula conyugal de sus padres. María por su nacimiento quedo sujeta a la ley natural”, detalla García Martínez.
“Su cuerpo fue perfecto. Su plenitud de gracia desde el mismo momento de su Concepción. No tuvo ninguna imperfección voluntaria desde su nacimiento.
La gracia santificante actuó en su alma de forma plena y total, en atención a su privilegio singular ser predestinada desde el primer momento de la historia de la Salvación hasta su culminación en la Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo a ser su Madre y Madre de la Iglesia”, añade.
“Los poetas y pintores han tratado de reflejar en su arte el nacimiento de Santa María tomando referencias de los nacimientos de sus tiempos, respetando la supra dignidad de Nuestra Señora, quien en su Magníficat nos dejó el mejor expresión de su personalidad porque el Señor hizo grandes maravillas, engrandeció su humildad por la que ha sido llamada bienaventurada en su Santa Natalidad”, concluye.
El historiador Pedro Sáez Martínez de Ubago también ha escrito sobre el misterio y la tradición de la Natividad de la Virgen María, en NavarraInformacion.es, y considera más probable su nacimiento en Jerusalén que en Galilea.
“Un escrito apócrifo del siglo II, conocido con el nombre de Protoevangelio de Santiago, nos ha transmitido los nombres de sus padres —Joaquín y Ana—, que la Iglesia inscribió en el calendario litúrgico.
Diversas tradiciones sitúan el lugar del nacimiento de María en Galilea o, con mayor probabilidad, en la ciudad santa de Jerusalén, donde se han encontrado las ruinas de una basílica bizantina del siglo V, edificada sobre la llamada casa de Santa Ana, muy cerca de la Piscina Probática.
Con razón la liturgia pone en labios de María unas frases del Antiguo Testamento: me establecí en Sión. En la ciudad amada me dio descanso, y en Jerusalén está mi potestad (Sirácida 24, 15)”.
Pedro Sáez cita con detalle un texto que se atribuye a San Máximo el Confesor (c. 580 – 662), un autor bizantino prolífico y culto de tradición neoplatónica, que murió desterrado en Georgia, pocos meses después de que le arrancaran la lengua y le cortaran la mano derecha para impedirle escribir. Su obra “La Vida de la Madre de Dios” nos ha llegado a través de una traducción medieval en lengua georgiana (él la escribió en griego, pero esa versión se ha perdido).
Esta obra recoge tradiciones de textos apócrifos (el mismo Máximo lo declara) pero dándole credibilidad porque asegura que santos bizantinos previos apoyaban estas enseñanzas. Parte de los datos que ofrece proceden del Protoevangelio de Santiago.
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