Francisco celebra la misa de apertura del Sínodo sobre la familia: hoy «el amor duradero, fiel, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado». «Sólo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único» y para siempre. La Iglesia busca y cura «a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia»
andrea tornielli
Ciudad del vaticano
La Iglesia defiende el amor fiel duradero, frente al cual «también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y fascinado», y no señala «con el dedo para juzgar a los demás», sino que busca y cura «a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia». Lo dijo Papa Francisco en la homilía de la misa que concelebró con los 270 padres sinodales, que estarán empeñados con él desde mañana (y durante tres semanas) para discutir sobre la familia en el Vaticano.
Las lecturas bíblicas de este domingo, subrayó Bergoglio, «parecen elegidas a propósito para el acontecimiento de gracia que la Iglesia está viviendo». El Papa propuso tres argumentos de reflexión: el drama de la soledad, el amor entre hombre y mujer, la familia.
Francisco indicó que Adán vivía en el Paraíso, imponendo «los nombres a las demás criaturas» y «ejerciendo un dominio que demuestra su indiscutible e incomparable superioridad». Pero, a pesar de ello, se sentía solo. «La soledad, el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres -continuó el Papa. Pienso en los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte».
Hoy, dijo Bergoglio, «se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía... Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero».
La experiencia que viven los seres humanos de hoy es semejante a la de Adán, subrayó el Pontífice: «tanto poder acompañado de tanta soledad y vulnerabilidad; y la familia es su imagen. Cada vez menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social».
Comentando la Lectura del Génesis, Francisco recordó que Dios dijo: «No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude». Estas palabras «muestran que nada hace más feliz al hombre que un corazón que se asemeje a él, que le corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el sentirse solo». Dios creó al ser humano «para la felicidad, para compartir su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos, como dice el salmo de hoy».
Jesús, en el Evangelio del día, frente a la pregunta retórica sobre la duda de repudiar a la propia mujer que le plantean, «probablemente como una trampa, para hacerlo quedar mal ante la multitud que lo seguía y que practicaba el divorcio, como realidad consolidada e intangible», responde, dijo Francisco, «de forma sencilla e inesperada». «Restituye todo al origen de la creación, para enseñarnos que Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad. Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre».
«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre», responde Jesús. Se trata, explicó el Papa, de una «exhortación a los creyentes a superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado autentico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios». Solo «a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locurade la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem», comentó Francisco. Para Dios, «el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad».
«Paradójicamente también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y fascinado por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor autentico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total». Francisco después citó una frase de Joseph Ratzinger: «Los placeres prohibidos perdieron su atractivo cuando han dejado de ser prohibidos. Aunque tiendan a lo extremo y se renueven al infinito, resultan insípidos porque son cosas finitas, y nosotros, en cambio, tenemos sed de infinito».
El Papa después indicó, en «este contexto social y matrimonial bastante difícil», la misión de la Iglesia. Esta, explicó, debe «defender el amor fiel y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vinculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio». Debe «vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes».
Una misión que debe ser ejercida «en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que -fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser ‘hospital de campo’, con las puertas abiertas para acoge a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de la salvación’. Una Iglesia que «enseña y defiende los valores fundamentales, sin olvidar que ‘el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado’; y que Jesús también dijo: ‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores’».
Francisco concluyó citando a san Juan Pablo II, que decía: ««El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado [...] Nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo». La Iglesia «debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera».
Durante la oración del Ángelus, después de la misa, Bergoglio rezó de esta manera: «Que el Señor nos ayude a no ser sociedades-fortaleza, sino sociedades-familia, capaces de acoger, con reglas adecuadas, pero acoger». «Acoger siempre -añadió el Pontífice- con amor». «Hoy -dijo- pidamos al Señor que todos los padres y los educadores del mundo, así comotoda la sociedad, se conviertan en instrumentos de esa acogida y de ese amor con el que Jesús abraza a los más pequeños. Él ve sus corazones con la ternura y la preocupación de un padre y, al mismo tiempo, de una madre. Pienso en todos los niños hambrientos, abandonados, explotados, obligados a la guerra, rechazados». «Es doloroso -confió Francisco- ver las imágenes de niños infelices, con la mirada perdida, que escapan de la pobreza y de los conflictos, que tocan a nuestras puertas y a nuestros corazones implorando ayuda».