La ceniza que los sacerdotes utilizan para trazar la cruz en los cristianos viene de la inceniración de los ramos bendecidos en el Domingo de Ramos del año anterior. Esta bendición tiene lugar en la misa del Miércoles de Ceniza, después de la homilía.
La ceniza es sacramental, es decir, un signo sagrado "con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la vida" -Catecismo, 1667-.
“Conviértete y cree en el Evangelio” o "Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás" son las palabras con las que el sacerdote hace la señal de la cruz a todos los feligreses.
Este gesto recuerda a una antigua tradición del pueblo hebreo: cuando se estaba en pecado o cuando querían preparar para una fiesta importante en la que debían estar purificados, se cubrían de cenizas y se vestían con un saco de tela áspera.
Unas palabras que nos remiten a cuando "el Señor dijo a Adán tras la culpa de los orígenes: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás" (Gen 3,19). Aquí, la palabra de Dios nos recuerda nuestra fragilidad, incluso nuestra muerte, que es su forma extrema.
Frente al innato miedo del fin, y aún más en el contexto de una cultura que de tantas formas tiende a censurar la realidad y la experiencia humana del morir, la liturgia cuaresmal, por un lado, nos recuerda la muerte invitándonos al realismo y a la sabiduría, pero, por otro lado, nos empuja sobre todo a coger y a vivir la novedad inesperada de que la fe cristiana libera de la realidad de la misma muerte".