En octubre del año pasado el mundo entero se hizo eco de un tuit del presidente estadounidense Donald Trump: “Ser amable con el hombre cohete no ha funcionado en 25 años. ¿Por qué iba a funcionar ahora?”. Pocos meses antes había llamado al líder norcoreano Kim Jong-un “pequeño hombre cohete” y le había amenazado con “un fuego y una furia que el mundo no ha visto jamás”.
Un año más tarde, el clima cambió totalmente en la península coreana. Los dos líderes coreanos, norte y sur, se reunieron tres veces en un clima distendido y pacífico antes y durante los Juegos Olímpicos de Invierno, allanando el camino para cumbres, encuentros de familias y una cantidad considerable de intercambios políticos y culturales. También Donald Trump celebró un encuentro con Kim Jong-un, y en dicha ocasión elogió su personalidad calificándolo de “muy talentoso” e “inteligente”, y manifestó el deseo de volver a verlo tras las elecciones.
Lo último en este espectáculo casi teatrero es la manifestación de Kim Yong-un de que le “entusiasmaría” dar la bienvenida al Santo Padre si este estuviera dispuesto a viajar a Pyongyang. El presidente surcoreano Moon Jae-in visitará el Vaticano esta semana y llevará en su cartera una invitación para el Pontífice.Todo ello son motivos para emocionarse, pero no todo el mundo en Corea del Sur aplaude con entusiasmo estos hechos.Aunque una mayoría de los coreanos y sobre todo la generación más joven, haya reaccionado con euforia ante esta perspectiva, también hay personas que no verían con agrado la visita del Santo Padre al Norte. Muchos cuestionan los verdaderos motivos y la voluntad del “joven mariscal” de romper con la política de su padre y su abuelo, y dudan de que vaya a renunciar al arsenal nuclear para dirigir su país hacia la paz y la reconciliación. Para ellos, una visita pontificia a Pyongyang podría incitar a pensar que la Iglesia Católica perdona los crímenes contra la humanidad, así como la persecución de cristianos incluso antes de que los criminales sean llevados ante la justicia.
No cabe duda de que se han cometido crímenes durante la brutal dictadura en el pasado, y la Iglesia Católica -en opinión de los más críticos- debería ser la defensora de las víctimas del régimen y denunciar sus crímenes, en lugar de ayudar a Kim Jong-un a limpiar su imagen y ofrecerle así la oportunidad de subir un peldaño en pos de los palacios presidenciales de la comunidad internacional.Pero de momento no ha ocurrido nada sustancial: el Vaticano no ha aceptado la invitación que, por cierto, no es la primera proveniente de Pyongyang. Durante el periodo de acercamiento político y la llamada “política del sol” del anterior presidente, Kim Dae-jung, a principios del nuevo milenio, el Papa Juan Pablo II también fue invitado por Corea del Norte, pero el Santo Padre no aceptó.
Si el Papa Francisco tomara la decisión de viajar a Pyongyang, seguramente no lo haría sin más, sino que pediría a cambio concesiones como por ejemplo, la aceptación de una presencia permanente de sacerdotes en Corea del Norte, o prometería visitar el país tras un progreso “verificable e irreversible” en otros ámbitos.Si aceptara la invitación, no lo haría sin previamente celebrar una serie de encuentros y negociaciones no oficiales. El presidente de la Conferencia Episcopal Coreana y otros líderes religiosos también formaron parte de la delegación que se reunió el mes pasado con Kim Jong-un. El Arzobispo Hyginus Kim Hee-jong ya viajó hace algunos años a Pyongyang con una delegación de obispos y sacerdotes surcoreanos y fue nombrado “enviado especial del presidente ante el Vaticano” por el presidente surcoreano Moon Jae-in, él mismo un católico devoto. Por tanto, todos los críticos pueden estar seguros de que el Santo Padre tomará una decisión fundada y conocedora de todas las circunstancias.El arzobispo de Seúl y presidente de Ayuda a la Iglesia Necesitada en Corea del Sur, Cardenal Andrew Yeom Soo-jung, que es también el Administrador Apostólico de Pyongyang, ha declarado recientemente que “está esperando el día” en que pueda enviar a misioneros, sacerdotes y religiosos a Corea del Norte para poder celebrar los sacramentos con ellos. Y ha añadido: “Sé que el Papa Francisco se preocupa mucho por la paz en la península coreana y que ha rezado en varias ocasiones por nosotros. Por ello, quiero que todos estos esfuerzos sean como el interruptor que pone en marcha una “bomba centrífuga” por la paz en la península coreana”.
“Cuando el trabajo de base esté hecho, el Padre podrá ir”, ha dicho Mons. Lazarus You Heung-sik, otro Obispo cercano al Santo Padre. La visita del Santo Padre sería, según ha dicho, “un paso gigantesco, un paso cualitativo para la península coreana y para su pacificación”.
Los católicos, independientemente de sus opiniones políticas, siempre deberían confiar en que también nuestro Señor vigila de cerca la situación. Recemos para que en el caso de una visita histórica a Pyongyang por parte del Papa Francisco, las conversaciones no sean solo bilaterales con Kim Yong-un, sino que se celebre una cumbre trilateral guiada por el Espíritu Santo. Y recemos porque el Espíritu Santo muestre el camino a la paz y la estabilidad en Corea y más allá de Corea.