En una emocionante despedida del Paraguay, el Papa Francisco invitó a doscientos mil jóvenes reunidos junto al rio a «pedir cada día a Dios un corazón libre. Queremos jóvenes libres, con esperanza y con fortaleza».
Después les invito a repetir algunos ideales como «corazón libre», «solidaridad», «esfuerzo», «generosidad», «conocer a Jesús»… La inmensa multitud que ocupaba la orilla del rio respondía a cada palabra con entusiasmo. Sobre todo cuando les volvió a aconsejar: «¡Hagan lío! ¡Hagan lío y organícenlo bien!». Era una invitación a moverse, a actuar, en la evangelización.
El Santo Padre prefirió hablarles espontáneamente desde el corazón, entregándoles el discurso escrito para que lo meditase después.
En el texto preparado para ellos, Francisco afirmaba que «la felicidad verdadera, está en ser sensibles, en aprender a llorar con los que lloran, en estar cerca de los que están tristes, en poner el hombro, en dar un abrazo. Quien no sabe llorar, no sabe reír y, por lo tanto, no sabe vivir».
Había decidido hablarles claro, y escribió para ellos un discurso radical, que recordaba la meditación ignaciana de «las dos banderas»: o se sigue al diablo o se sigue a Jesús.
Francisco recordó que «en la Biblia, al demonio se lo llama el padre de la mentira. Te hacía creer que haciendo determinadas cosas serías feliz. Y después te dabas cuenta que no eras para nada feliz. Que estuviste atrás de algo que lejos de darte la felicidad, te hizo sentir más vacío, más triste».
Según el Papa, el demonio «es un gran ‘vende humo’ porque todo lo que nos propone es fruto de la división, del compararnos con los demás, de pisarle la cabeza a los otros para conseguir nuestras cosas».
En cambio, «Jesús no nos miente. Porque sabe que la felicidad, la verdadera, la que deja lleno el corazón, no está en las ‘pilchas’ (la pinta) que llevamos, en los zapatos que nos ponemos, en la etiqueta de determinada marca. Él sabe que la felicidad verdadera, está en ser sensibles, en aprender a llorar con los que lloran, en estar cerca de los que están tristes, en poner el hombro, dar un abrazo. Quien no sabe llorar, no sabe reír y, por lo tanto, no sabe vivir».
Según el Papa, «Jesús sabe que en este mundo de tanta competencia, envidia y tanta agresividad, la verdadera felicidad pasa por aprender a ser pacientes, a respetar a los demás, a no condenar ni juzgar a nadie».
Con gran energía les invitó a «contagiar la amistad de Jesús por el mundo, donde estén, en el trabajo, en el estudio, en la previa, por WhatsApp, en Facebook o Twitter. Cuando salgan a bailar, o tomando un buen tereré (mate paraguayo). En la plaza o jugando un partidito en la cancha del barrio».
Era un lenguaje que todos entendían, y un mensaje muy positivo, incluso cuando algo sale mal, pues «errores tenemos todos, equivocaciones, miles. Por eso, felices aquellos que son capaces de ayudar a otros en su error, en sus equivocaciones. Que son verdaderos amigos y no dejan tirado a nadie».