Constantino I, el emperador que convirtió la cruz en el símbolo de la cristiandad

Legalizaría este culto con la firma del Edicto de Milán para lograr la expansión territorial del Imperio

El emperador Constantino I, más conocido como «el Grande», es el autor de la cruz como el símbolo representativo del cristianismo. Aunque él era pagano -adoraba al «Sol Invictus»- tenía conciencia sobre el creciente número en la comunidad de seguidores de Cristo.

Ante este extraño fenómeno de reproducción religiosa –dado a las incesantes persecuciones y asesinatos que aún así seguía invitando a abrazar a este credo-, se le ocurriría hacer de los cristianos fieles, los mejores amigos de Roma; para que respondieran siempre a favor y al servicio de su Imperio.

Su inteligencia feroz le permitió formular la gran estrategia geopolítica y militar. Constantino I no sólo consolidaría la primera piedra de la hegemonía posterior de la Iglesia -gracias al Edicto de Milán en el año 313-; sino que también impulsaría a la expansión del Imperio romano, gracias a su complicidad con el credo que conquistaba el Mediterráneo oriental.

La genialidad constantina surgiría durante la batalla del Puente Milvio contra Majencio; de la cual saldría victorioso ocupando la capital italiana. Durante dicho conflicto, el cómplice de la futura Iglesia ordenó reemplazar el símbolo del «sol invictus» por la cruz, a todos los soldados. Posteriormente ésta se convertiría en la insignia principal en el lábaro del emperador y del Ejército.

Eusebio de Cesarea, el principal historiador del curso de la Iglesia hasta el año 339, describiría este enfrentamiento bélico. Este biógrafo aseguraba que Constantino I había tenido una visión acompañada de una voz, la cual le susurraba que la cruz lo llevaría a la victoria. Por esta razón, el emblema cristiano pasaría a convertirse en la fuerza del Imperio.

La cruz, la revelación de la victoria

Antes de la figura suprema y autoritaria del emperador, Roma era gestionada por una tetrarquía; en la que todos los asuntos del Imperio eran controlados por cuatro administradores provinciales.

De esta manera, la idea de lo que podía significar una «repartición equitativa» de responsabilidades y privilegios; se vio aniquilada por la ambición desmedida de Constantino I.

La renuncia y la muerte de los patriarcas de Roma: Diocleciano, Maximiano (el padre de Majencio), Galerio y Constancio Cloro (el padre de Constantino); iba llamando a los herederos y a otras personalidades ajenas a la sangre, a imaginarse gloriosos en el trono.

Por esta razón, las conspiraciones y traiciones comenzarían a crear una telaraña de conflictos; en la que se anunciaba una guerra próxima motivada por la rivalidad entre los herederos más jóvenes, Constantino I y Majencio.

Un buen día, en el año 312 sucedería la batalla del Puente de Milvio. Ni corto ni perezoso, Constantino decidió que su competente rival sobraba; así que movilizaría a sus tropas para invadir el norte de Italia. Como Majencio tenía fama de derrotar a sus enemigos sin hacer nada –tenían víveres suficientes para resistir el asedio enemigo-, Constantino había preparado a su Ejército para esperar a que éste se asomara y finalmente saliese humillado. Y sin otro remedio que una oportunidad de librarse de su presencia, por medio de la contienda.

Para la sorpresa de Constantino, Majencio salió antes de lo pensado. De esta manera, se enfrentaría a él en la periferia de la ciudad de Roma. Muy precipitadamente, se desataría una cruenta batalla tras el Tíber pero con un final confuso (unas fuentes aseguran que cayó al río y como no sabía nadar murió ahogado, y otras que ante la derrota se suicidó).

Partiendo del hecho de que el río Tíber le encharcara los pulmones, el amigo de los cristianos resultó vencedor. No obstante, según Eusebio de Cesarea, hubo un hecho místico que influyó en que el infeliz de Majencio no sobreviviera al chapoteadero. El misterio se le atribuía a un sueño revelador que había tenido Constantino I durante la noche anterior a la batalla.

Esta revelación la recopila Javier Martín Serrano en su libro «365 curiosidades asombrosas de la Historia, la Ciencia y las Religiones»: «El origen de la cruz como símbolo de la fe cristiana se remonta a un hecho biográfico del emperador romano Constantino I El grande (280-337). Según cuenta su biógrafo Eusebio Pánfilo, cuando Constantino se dirigía a Majencio, el año 312, donde habría de disputarse una importante batalla (la conocida como del Puente Milvio), apareció ante sí una gran cruz rodeada por la frase «in hoc signo vinces» («con este signo vencerás»). Impresionado, Constantino mandó que a partir de entonces figurase en los estandartes o lábaros de sus tropas una cruz cristiana orlada con tal inscripción. Años después, durante el primer Concilio de Nicea, celebrado en el año 325, el emperador decretó que fuese adoptada la cruz como símbolo oficial de la religión cristiana».

El Edicto de Milán, la gran estrategia territorial

Constantino I Iegalizaría este credo como estrategia en la expansión de su poder. De esta manera, el emperador representa la primera piedra en los cimientos de la hegemonía de la Iglesia. A pesar de casi tres siglos de persecución y ejecución, la pasión de Cristo reunía cada vez a más seguidores; los cuales vivían escondidos de la ley.

Los primeros cristianos se reunían en lugares de culto clandestinos y se identificaban con el símbolo «ichtys», el pez con el acrónimo de IXCTOS que se refiere a Jesús Cristo Hijo de Dios.

En el año 313 los emperadores de Roma en Occidente, Constantino I, y en Oriente, Licinio, firmarían el Edicto de Milán. Gracias a esta noble transición en la libertad del culto cristiano, el Imperio comenzaría a sentir una nueva fuerza; la cual le permitió estirarse sobre el vasto Mediterráneo oriental. Esto le valdría el sobrenombre de«el Grande».

ABC

 

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