Lo más probable es que Cristo celebrase la Pascua el día anterior al día oficial, como ya ha señalado en alguna ocasión Benedicto XVI.
Es una cuestión sobre la que se debate, pero no resultaría extraño, pues en aquellos días confluía tanta gente en Jerusalén (unas 250.000 personas, cuando la población normal era de 35.000), que no se podían sacrificar todos los corderos en una sola jornada.
Efectivamente: anticipando la Última Cena, el verdadero Cordero pudo ser sacrificado en la Cruz el viernes, el día de la Pascua.
Como en cualquier fiesta hebrea, el inicio lo determinaba la mujer de la casa: cuando veía que el sol se oculta detrás de la casa del vecino, o cuando contemplaba la primera estrella en el cielo, encendía las velas: con ese gesto, comenzaba la cena.
Simbólicamente, esa luces recordaban la creación del mundo por Dios, cuyo inicio los hebreos sitúan en este mes del Nissán, el “mes de las espigas”, pues es cuando comienza a crecer la nueva vida (aunque tras el medievo, esa datación cambió).
En cualquier caso, luego –con Cristo– hemos comprendido un significado más profundo (la Pascua es la nueva Creación).
Que esta festividad se celebrase en el “mes de las espigas” hace ver que las fiestas de Israel van ligadas en su origen a fiestas agrícolas: la Pascua coincide con la fecha de la cosecha del primer trigo y al nacimiento de los primeros animales (corderos, etc); en Pentecostés llega la verdadera cosecha; mientras que la fiesta de los Tabernaculos está unida a la cosecha de la vendimia.
Por eso el pan, el vino y el cordero son tan importantes. Dios –primero en Egipto y luego con el Señor Jesús– ha ido dando un sentido nuevo y más profundo a estas celebraciones.
Aunque la cena iniciaba de pie, luego se recostaban formando un cuadrado: la gente se apoyaba sobre el brazo izquierdo, prácticamente acostada, y comía con la mano derecha. A la derecha del Señor se situaría el más digno, probablemente Pedro; y a la izquierda estaría Juan, quien pudo descansar así sobre el pecho del Señor.
Podemos suponer que siguió el “orden de la Pascua”: es decir, la división de la cena en cuatro partes, cada una de las cuales se concluía con una copa de vino.
La cena comienza con una bendición (salmos 113 y 114), tras la que se toma la primera copa de vino mientras se dice: “Bendito seas Tú, Adonai nuestro Dios, rey del universo, quien creó el fruto de la vid”.
Antes de beber la segunda, alguno recuerda un grande acontecimiento: la “Haggadah” o la narración de la fuga de Egipto, tal y como se cuenta en el libro del Éxodo. El vino que se bebe a continuación les recuerda las diez plagas que azotaron al pueblo egipcio.
Si bien no tenemos certeza, quizá fue tras esta segunda copa, que es cuando se realiza tradicionalmente la primera ablución o lavado de manos, al que el Señor quiso dar un profundo significado.
Luego vienen las “bendiciones”, una serie de preguntas que hace la persona más anciana o más digna a la más joven: “¿Ma nishtaná halaila hazé micol haleilot?” (¿Por qué esta noche es diferente de todas las otras noches?) . Podemos imaginar que Cristo o san Pedro harían esas preguntas a san Juan.
Es cuando empieza la cena propiamente dicha. El más digno distribuye el primer pan ázimo, o Matzá , mientras repite esta bendición: “Bendito eres Tú, nuestro Señor, Rey del universo, que extraes pan de la tierra”. Pudo ser en este momento cuando el Señor consagró el Pan, aunque no podemos estar seguros.
Como se sabe, ese pan sin levadura –que se comerá más veces a lo largo de la cena– recuerda la prisa con que escaparon del Faraón. Además, cada comensal tiene delante un cuenco con hierbas amargas que se sumergen en el Jaroset , una salsa especial (agua salada y algún condimento), que les recuerda el sufrimiento de aquella huída.
Efectivamente: previamente, había sido sacrificado en el templo por un sacerdote, o bien por el cabeza de familia. No se le tenía que haber roto ningún hueso y debía ser consumido entero.
Cristo es el “Cordero de Dios”, cuyo sacrificio libera a los hombres. Para los judíos, el cordero es el animal cuya sangre en las puertas de sus casas había liberado a sus primogénitos del ángel de la muerte en Egipto. Desde aquella liberación, que precede y permite la huída por mar Rojo, comían el cordero tal y como les había indicado Moisés.
La tercera se bebe al terminar la cena. Se llama “copa de redención”, y con ella se recuerda el derramamiento de la sangre de los corderos inocentes que redimieron a Israel en Egipto; es la copa en la que se “da gracias”, por lo que se supone que es en esta copa cuando el Señor ofreció su Sangre a sus discípulos.
La cuarta, ya antes de marcharse, va unida al gran himno final: el Hallel, una preciosa oración compuesta por los salmos 115 a 118. Se sirve también una quinta copa, que no se bebe: esa quinta copa es para Elías, a quien el pueblo hebreo espera para que anuncie la venida del Mesías (en Malaquías 4,5). Cuando la cena se termina se manda un niño a la puerta a abrirla y ver si está Elías. Cada año, el niño regresa desanimado y el vino se derrama sin que nadie lo beba.
La pascua judía y la Última Cena: institución de la Eucaristía