16. (Dios nos ha elegido antes de la creación del mundo…)
Recapacitemos, pues, hermanos, de qué materia fuimos formados, qué tales éramos al entrar en este mundo, de qué sepulcro y tinieblas nos sacó Dios, que nos plasmó y crió para introducirnos en su mundo, en el que de antemano, antes de que naciéramos, nos tenía preparados sus beneficios. Como quiera, pues, que todas estas cosas las tenemos de su mano, en todo también debemos dar gracias. A Él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (SAN CLEMENTE ROMANO, Epístola a los Corintios, 37-38)
1. En esto consiste precisamente la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios. Y por esta razón decía el Señor a sus discípulos: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, dando a entender que no lo glorificaban, al seguirlo, sino que, por seguir al Hijo de Dios, era éste quien los glorificaba a ellos. Y por esto también dijo: “Este es mi deseo: que éstos estén donde yo estoy y contemplen mi gloria”. (SAN IRENEO DE LYON, Tratado contra las herejías, 4,14)
2. (Nos llama a cualquier edad…)
No se ha de mirar tanto a la edad como a las prendas del alma [...]. ¿Y qué más razonamientos, sino decir que en cualquier edad se puede servir a Dios y ser perfecta para consagrarse a Cristo? (SAN AMBROSIO, Sobre la virginidad, 40)
3. (Juan Casiano nos habla de cómo nos puede llamar Dios: es muy interesante ver que también lo hace por medio de otros hombres que nos plantean la entrega. Merece la pena pensar qué significa que el Señor nos llame por la “necesidad”, quizá cuando vemos que nos necesita con urgencia ante la falta de respuesta de tantos…)
Hay tres clases de vocación. Uno, cuando nos llama Dios directamente; otro, cuando nos llama por medio de los hombres; y el tercero, cuando lo hace por medio de la necesidad. (…)
La segunda clase de llamamiento, como hemos dicho, se realiza por medio de un hombre: cuando mediante el ejemplo o la exhortación de algunos santos, nos encendemos en el deseo de la salvación. (CASIANO, Colaciones, 3)
4. (La llamada es divina, no nos apuntamos porque tengamos cualidades, respondemos a un requerimiento divino e importan poco nuestros méritos y capacidades…)
La vocación no es debida a nuestros méritos
5. El Señor, cuando prepara a los hombres para el Evangelio, no quiere que interpongan ninguna excusa de piedad temporal o terrena, y por eso dice: “Sígueme y deja a los muertos que entierren a sus muertos”. (SAN AGUSTÍN, Sermón 88, 17)
6. Quien escucha y no se hace el sordo como si oyese el sonido de los pasos de Cristo que pasa, al igual que el ciego , clame por estas cosas, es decir, hágalas realidad. Su voz esté en sus hechos. (SAN AGUSTÍN, Sermón 88, 12-13)
7. Manda lo que quieras, pero sana mis oídos para oír tu voz; cura y abre mis ojos para ver tus designios; destierra de mi toda ignorancia para que te reconozca. Dime adónde he de dirigir la mirada para verte, y espero hacer todo lo que me mandes. (SAN AGUSTÍN, Soliloquios, libro I, 1)
8. El Señor dijo concisamente: “Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (…) Hagamos lo que nos mandó no sea que tenga que decirnos el día del juicio: "¿Hiciste lo que te mandé, para poder pedirme ahora lo que prometí?" "¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?" Te dice: "Que me siguieras." Pediste un consejo de vida. (…) Pues hagámoslo ahora, sigamos al Señor. (SAN AGUSTÍN, Sobre el evangelio de san Juan, 34, 8-9)
9. A mí me anima considerar un precedente narrado, paso a paso, en las páginas del Evangelio: la vocación de los primeros doce. Vamos a meditarla despacio, rogando a esos santos testigos del Señor que sepamos seguir a Cristo como ellos lo hicieron.
Aquellos primeros apóstoles —a los que tengo gran devoción y cariño— eran, según los criterios humanos, poca cosa. (…)
Estos eran los Discípulos elegidos por el Señor; así los escoge Cristo; así aparecían antes de que, llenos del Espíritu Santo, se convirtieran en columnas de la Iglesia. Son hombres corrientes, con defectos, con debilidades, con la palabra más larga que las obras. Y, sin embargo, Jesús los llama para hacer de ellos pescadores de hombres, corredentores, administradores de la gracia de Dios. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, 2)